"Los hombres tienen que cambiar su mirada sobre nosotras"

María Albilla (SPC)
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"Los hombres tienen que cambiar su mirada sobre nosotras"

Abir y Jacob son dos extranjeros dentro de sí mismos en De ninguna parte, la última novela de Julia Navarro en la que la escritora vuelve a zambullirse en lo más profundo de la condición humana a través de las vidas de dos personas obligadas a vivir de acuerdo a unas identidades que no han escogido y de las que es difícil escapar. A través de ese desarraigo, del terrorismo de raíz islámica y el papel de la prensa, la autora teje una historia que invita a reflexionar sobre las certezas que creemos tener.

¿Cree que puede vivir siendo de ninguna parte?

Hay millones de ciudadanos que viven siendo de ninguna parte porque es así como se sienten. Tendríamos que tener más en cuenta cómo se encuentran esas personas que se consideran de ninguna parte porque el desarraigo es un grave problema de la sociedad actual. Hay miles de individuos huyendo de las guerras y de la miseria; gente que tiene que dejar sus casas y sus familias para ir en busca de un lugar donde poder vivir mejor.

Es habitual ver que incluso los inmigrantes son utilizados como moneda de cambio entre gobiernos en los territorios fronterizos.

Efectivamente, hay países que lo hacen para la presionar a la Unión Europea, pero es que se está jugando con el drama de miles de personas. Por eso creo que esta es una novela de acción, pero para la reflexión.

Bielorrusia con Polonia hace unas semanas, el tapón de Turquía, miles de personas en el muro de EEUU, la verja de Marruecos con Ceuta y Melilla... ¿Demasiados ejemplos, no cree?

La civilizada Europa debería hacer examen de conciencia de cómo trata a los inmigrantes que llegan a sus puertas. Los campos de refugiados también están en el seno de la Unión, que no se nos olvide.

¿Cree que hemos perdido la capacidad de acogimiento, pese a que es así como se han ido creando las sociedades?

La Historia de la Humanidad es una historia de migraciones. Es lógico que quien no pueda vivir donde esté se marche. Forma parte de nosotros, solo que cada vez vivimos en sociedades más complejas y esa complejidad hace difícil la acogida. Es un problema que merece ser revisado y que hay que resolver. Todas las personas tienen derecho a ser tratadas con dignidad y a los inmigrantes no se les trata con la que merecen.

Y todo esto para llegar a las vidas de Abir Nasr y Jacob Budin, los protagonistas de De ninguna parte, cuyas vidas están marcadas por esa ausencia de raíces.

Esta novela tiene tres elementos: el terrorismo de raíz islámica que ha azotado a Europa en las últimas décadas; el problema que afrontan los inmigrantes de estar en tierra de nadie cuando llegan al viejo continente y el tercer elemento es el papel de los medios de comunicación. 

Con estos mimbres trata de llegar de nuevo a lo más profundo de la condición humana, algo habitual en sus libros.

Me interesa plantear porqués en mis novelas porque eso es lo que me lleva a escribir.

Abir es un joven libanés que pierde a sus seres queridos en un ataque sorpresa del ejército israelí y termina viviendo con una parte de su familia en Francia, donde se radicaliza convirtiéndose en terrorista. ¿Esto es lo que puede suceder cuando la adaptación es traumática?

Claro, Abir tiene que soportar continuamente sentirse diferente porque los demás le hacen diferente. Le señalan diciéndole 'tú de aquí no eres', recordándole que ellos tienen unos códigos distintos a los suyos y eso le crea una enorme desazón, ira y un resentimiento que, desde luego, no sabe gestionar.

Aunque estemos hablando de una novela, esos sentimientos bien pueden trasladarse a la realidad. ¿Cree que es más difícil ser inmigrante de segunda generación?

En un caso como este, sí porque los que llegan saben muy bien quiénes son y a qué han ido al país que les acoge, pero las segundas y terceras generaciones viven a caballo entre dos mundos, el de sus padres y el que les ha tocado vivir a ellos. Gestionar esta dualidad puede ser complicado.

Educado en Líbano, hijo de padres franceses, se muda a vivir a Israel, donde intenta reconciliarse con la identidad hebrea. Este es, en cuatro pinceladas, Jacob. ¿La búsqueda de una identidad es lo que le acerca a Abir?

Todos nos preguntamos quiénes somos y, para preguntarnos esto, tenemos que conocer nuestras raíces. Aunque vivimos cada vez en un mundo más globalizado, la necesidad de tener un sentimiento de pertenencia está absolutamente presente en el ser humano.

Los personajes femeninos son muy potentes. Uno de ellos es el de la luchadora Noura, que paga muy cara su libertad. ¿Pero esta no debería ser gratuita y universal?

La libertad es algo por lo que siempre hay que luchar y que hay que conquistar. En el caso de Noura, viene de una familia islámica rigorista y fanatizada. Tiene unas costumbres y unos valores que chocan frontalmente con los de las chicas del liceo al que ella va en un barrio periférico de una ciudad francesa. Noura quiere poder llevar minifalda, coger de la mano a un chico, soñar con que va a poder gestionar su propia vida. Ella se rebela y, efectivamente, paga un precio muy alto por su libertad: ser expulsada de su propia comunidad, de su propia casa. Es un precio que nadie debería tener que pagar. 

¿Piensa que la integración es aún una asignatura pendiente en el marco europeo?

La integración es, efectivamente, una asignatura pendiente. Parece que a veces se ha conseguido y, sin duda, se avanza en ese camino, pero todavía no se ha conseguido plenamente. Hay muchas Nouras, un choque de costumbres que a veces hace difícil esa integración. Es necesario llegar a un terreno común para que todos podamos vivir con todos.

¿Desde su punto de vista son los que llegan los que deben adaptarse o es la sociedad acogedora la que debería abrirse más a las costumbres de los recién llegados? 

Depende. Considero que las sociedades receptoras deben ser generosas con aquellos que vienen y estos hacer el enorme esfuerzo de intentar integrarse. En cuanto a las costumbres, depende de qué costumbres sean. Por ejemplo, 'es que en mi cultura los padres eligen con quién se casan los hijos'; pues mire usted, eso no es posible aquí porque va contra nuestras leyes. Por supuesto hay que respetar el espacio público, el espacio común, porque todos nos hemos adaptado a unas normas.

¿Y si hablamos del hiyab?

Esta es una cuestión más delicada. Las mujeres no hemos logrado ser las gestoras de nuestra propia vida hasta hace pocas décadas. Dependíamos de nuestros padres y de nuestros maridos. Liberarnos de eso es algo que ha costado mucho, no ha sido de un día para otro. Romper todos esos techos ha sido complicado. Las mujeres tenemos un problema y es que hemos pertenecido a los hombres. Nuestros cuerpos eran de su propiedad y les hemos tenido que ocultar y no fue hasta el siglo pasado cuando empezamos a reivindicar que queremos vestir como nos dé la gana. Pero otras mujeres de otras culturas aún no lo han conseguido o no han entrado en esa lucha. 

¿Entonces lo simplificamos a que es una cuestión de tiempo?

Es una cuestión de tiempo y de educación que las mujeres en todo el mundo sepan que su cuerpo es suyo y que no es algo pecaminoso que haya que ocultar. Y que para sentirnos seguras no tenemos por qué taparnos. Lo que hay que cambiar es la mirada de los otros. Son los hombres los que tienen que cambiar su mirada sobre nosotras y nuestros cuerpos. Insisto en que no podemos olvidar que hace no muchos años nosotras también íbamos envueltas en un montón de refajos. 

¿Que qué hay que hacer? Cambiar la mirada de los hombres, no darles ni una tregua en ese sentido. Las mujeres llevamos batallando muchos años para conseguir derechos y vamos ganando. Con dificultades, pero vamos ganando.

Hace unos días salía el dato de que se editan más libros firmados por hombres, pero que las mujeres venden más. ¿El género es importante en la literatura?

No, por Dios... ¿Qué es el género? Todos pertenecemos al género humano. Aquí hay una cuestión y es que antes se publicaban menos libros a mujeres, nos costaba más. Había una mirada paternalista sobre la literatura escrita por féminas. Solo unas pocas pasaban la prueba del algodón de los hombres. Ahora ese techo de cristal se ha roto y lo más importante es que hay muchos hombres que han descubierto que somos capaces de contar historias tan interesantes como las que pueden contar ellos. 

El otro día en una presentación había un señor al que le estaba firmando el libro y me dijo: 'Mire, es que yo ya llevo unos años en los que mis escritores favoritos son mujeres, me encantan las historias que cuentan'. Ese es un techo de cristal que se han roto ellos, que también están cambiando. Un libro es bueno o malo independientemente de que lo firme un hombre o una mujer.

La industria de la televisión está ávida de historias para guiones y una de sus novelas (Dime quién soy) ha llegado a este formato, ¿le interesa ahondar en este campo?

No tengo ningún interés. Yo escribo para que lo que cuento se lea, no para que se lleve a la pantalla. No tengo ningún interés en ello, lo que no significa que alguna otra pueda acabar en ella porque no solo depende de mí.

En la novela hace también una crítica a los medios porque tienden a llevar la información al espectáculo.

Así lo creo. Pienso que hay que diferenciar y separar información de entretenimiento. La información no está para entretener sino para que conozcan unos hechos y se formen un criterio. Ambas cosas son compatibles, pero independientes.

¿La prensa vive con demasiadas presiones?

La prensa siempre tiene el aliento del poder en la nuca, una larga mano que trata de condicionar qué se cuenta y cómo. La obligación de los periodistas es sustraernos a ese largo brazo del poder y mantener el compromiso con los ciudadanos a contarles lisa y llanamente lo que pasa. Los hechos, la verdad.