La vivencia del flamenco

M. Sierra
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Sara Baras: «Antiguamente los hombres zapateaban y las mujeres movían los brazos, hoy todos tenemos los mismos movimientos»

La vivencia del flamenco

Todo en Sara (Pereyra) Baras es duende. Se mueve sin problemas entre las luces y las sombras del escenario, porque justo ahí arriba se enrabieta, se transforma, se emborracha de flamenco convirtiendo cada sucesión de movimientos en un cuidado diálogo con un público entregado que responde con el aplauso. La gaditana que ha dedicado su vida al flamenco llega este viernes, 13 de diciembre, a las 21.00 horas, al Teatro Municipal Quijano, para recibir como se debe a la Navidad, con una fiesta. Eso es su último espectáculo, Sombras, «una celebración por todo lo alto» con motivo del vigésimo aniversario del Ballet Flamenco Sara Baras, que arrancó allá por 1998 con Sensaciones. Tenía entonces 27 años «y ni me imaginó que llegaría donde ha llegado». Para esa época ya llevaba más de 14 años bailando de manera profesional sobre los tablados, en los que se estrenó en plena adolescencia de la mano de la Compañía de Manuel Morao. Toda una vida si se tiene en cuenta que Sara Baras hizo sus primeros zapateados en la escuela de su madre, Concha Baras. El baile lo lleva en el ADN.

 

A lo largo de estos 20 años todos sus espectáculos tenían un mensaje, ¿cuál es el de Sombras?

Al ser la celebración de los 20 años de compañía, Sombras es algo muy positivo, un espectáculo cargado de colorido que habla de un equipo variado y entregado a trabajar y a disfrutar. Con él queremos transmitir el trabajo en equipo y las situaciones que hemos vivido y que no debemos olvidar. Es un agradecimiento al público y a aquellas personas que nos han ayudado durante este tiempo.

Empezaban en 1998 con Sensaciones, ¿alguna vez imaginó que llegaría hasta aquí?

La verdad es que no. De hecho, después de aquel espectáculo pusimos en marcha otro al que llamamos Sueños porque a mí ya me parecía un sueño conseguir que el proyecto se mantuviera. De repente, cuando montas una compañía joven la valentía es total y vas a por todas, pero descubres que eres mucho más ignorante de lo que imaginas y a medida que avanzas te das cuenta de todo lo que te queda por aprender. Todavía hoy me queda mucho por aprender y por dar, pero desde entonces hasta ahora hemos tenido una evolución bastante grande. Y eso es lo importante.

En este tiempo, ¿ha cambiado el patio de butacas? ¿El público del flamenco se ha rejuvenecido?

El público del flamenco vivió un cambio, pero no por nosotros, sino de la mano de una generación de maestros que se nos han ido en muy poco tiempo, Paco de Lucía, Camarón, Antonio Gades, Carmen Amaya... Ellos marcaron un antes y un después en esto. Abrieron las puertas del flamenco al mundo. Cuando nosotros empezamos ya nos encontrábamos con todo tipo de públicos, con entendidos y no entendidos, y eso es algo muy bonito. Antiguamente uno pensaba que si no sabía de flamenco no podía ir a ver un espectáculo de este tipo, pero nuestra generación ya creció sabiendo que no hace falta ser un entendido para disfrutar de un espectáculo de este tipo para sentirlo.

La farruca es el hilo conductor de Sombras, ¿por qué este palo?

Porque me ha marcado desde muy pequeña. La farruca es un palo flamenco que antiguamente sólo era interpretado por hombres, pero que reúne valores que a mi siempre me encantaron como la elegancia, la sobriedad, el riesgo. No hay adornos tras los que esconderse. Es un arte muy directo que tiene mucha verdad. Por eso siempre me ha gustado, y por eso hace 24 o 25 años me atreví a hacer una farruca, que no tiene nada que ver con la que ahora hago, porque he evolucionado. Sombra es como una farruca grande que por el medio nos permite viajar y fusionar con otros colores y con otros ritmos.

Hace un cuarto de siglo, seguramente, aquella apuesta por la farruca sonó a más de uno a atrevimiento...

Sí. Cuando comenté lo que quería hacer la gente me decía ‘pero cómo vas a bailar eso, si es de hombres’, o pensaban que quería hacer una coreografía haciéndome pasar por un hombre. Y ni mucho menos, porque yo, si cabe, me siento más femenina en la farruca, con pantalones, que en otro tipo de bailes en los que el vestido, el mantón y el abanico marcan esa feminidad. Con la farruca no hay adornos y por eso hay que cuidar mucho más los movimientos. Lo hice en Sensaciones, que es un espectáculo que yo además dediqué al baile de la mujer, con un cuerpo de baile todo de chicas. Aquello me ayudó a crecer y a entender que cuando crees en algo tienes que ponerte a ello al 100%.

Hoy ya no tendrá ese problema...

No. Pero la verdad es que creo que aquello se debía a que antiguamente los hombres tenían un tipo de movimiento y las mujeres otros. Los hombres zapateaban y las mujeres movían los brazos. Hoy eso no pasa. Tenemos todos los mismos movimientos, pero lo que pasa es que la mujer lo hace de una manera y el hombre, de otra.

¿Cómo combina todo esto con nombres como Ara Malikian y Keko Baldomero, que aparecen en la ficha técnica de su montaje?

Hemos optado por fusionar un palo antiguo con un vestuario de hoy y con una interpretación musical de hoy, sin salirnos del palo para conseguir esa fusión entre el ayer y el hoy y para eso había que contar con ellos. Soy una enamorada de mis maestros, pero creo que las cosas hay que hacerlas desde el sentimiento y eso depende de mis vivencias hoy.

¿Qué la hace zapatear más fuerte sobre el escenario?

Me hace muy fuerte pensar que tengo la suerte de dedicarme a algo que me apasiona. Pero, sobre todo, ahora me hace más fuerte saber que tengo voz y que puede ayudar a personas que lo necesitan. Me hace más fuerte ser la madrina de la fundación Mi Princesa Rett, que financia líneas de investigación con una enfermedad horrible, o colaborar con la fundación Vicente Ferrer, o ayudar en la lucha contra el cáncer. Eso te da una fuerza muy grande.

Con su baile, consigue erizar la piel de los espectadores. ¿Con quién se le eriza la piel a Sara Baras?

Lo primero, con mi hijo. Soy una enamorada de mi hijo, de mi familia y de mi tierra. Y se me eriza con el público y la magia que se crea en el teatro, en los directos.