Juan Villegas

Edeumonía

Juan Villegas


Afirmación de la negación

02/11/2021

Hoy ya nadie es capaz de poner en duda  el hecho  de que  las democracias actuales atraviesan un periodo de severa crisis. A la extensa lista de publicaciones que podemos encontrar sobre este tema, se acaba de unir un  interesante  libro, recientemente publicado en castellano, titulado Renovar la democracia. Gobernar en la era de la globalización y el capitalismo digital, de Nathan Gardels y Nicolas Berggruen, quienes después de haber mantenido una serie de  entrevistas con algunos de los actores más relevantes e influyentes de los últimos años en la política, la economía y la tecnología, llegan a la conclusión, en la linea de autores tan importantes como el pensador alemán Jürgen Habermas, de que la  regeneración de las democracias liberales pasa necesariamente por convertir las actuales democracias en unas verdaderas democracias participativas y deliberativas.  Por un lado, el individualismo, que impregna absolutamente la vida del individuo contemporáneo, y, por otro lado, la polarización política,  favorecida y potenciada por los grandes monopolios de los medios digitales,  han convertido  el espacio público en un auténtico erial. El individualismo y la polarización representan una amenaza que pone en jaque a las democracias occidentales, incluso a las más consolidadas y firmes como pudiera ser la norteamericana. Por eso, hoy se hace urgente la recuperación de un modelo de democracia deliberativa o dialógica que funcione desde la lógica de la búsqueda conjunta de las mejores decisiones  y no exclusivamente desde la lógica del poder.

   La democracia deliberativa se define como aquella en la que los acuerdos y decisiones se alcanzan tras un proceso de diálogo, aquella en la que que todos buscan desde posiciones racionales confluir en acuerdos comunes. Esta democracia solo se sostiene sobre el sentimiento de sentirse parte, el sentimiento de pertenencia a un proyecto común, con el convencimiento de que de él nadie será excluido, sabiendo que solo a través de la deliberación y  el diálogo racional se hace posible la convergencia. Este modelo de democracia convierte necesariamente en imprescindible la participación de todos los ciudadanos y, sobre todo y especialmente, la de aquellos que mantienen posiciones críticas. En esta línea, es imprescindible la educación no solo en el respeto hacia quien mantiene posiciones enfrentadas (esto en algunas ocasiones puede convertirse en una falsa tolerancia que esconde tras de sí el más profundo de los desprecios y exclusiones)  sino, además, para hacer entender que todos son necesarios y que la anulación o, en el peor de los casos, la destrucción de quienes son críticos impide el desarrollo pleno de la democracia y siembra la semilla del totalitarismo. Desgraciadamente asistimos diariamente al triste espectáculo de una actividad política en la que sus protagonistas lejos de buscar consensos persiguen en todo momento la aniquilación  del contrincante, líderes a los que solo les gusta ser felicitados pero nunca criticados, que blindan su entorno a la más mínima crítica, que detestan a quien piensa de manera alternativa y que les encanta rodearse solo de agradaores que refuercen las propias ideas. Un espectáculo bochornoso que contamina en cascada todos los ámbitos de la vida pública, centrifuga cada vez más hacia los extremos el debate político y aleja a los ciudadanos de la actividad y participación política.

   Por el contrario, el modelo de democracia deliberativa incorpora elementos fundamentales de la racionalidad crítica propia  del proceder científico, elementos que le han garantizado desde siempre el progreso en el conocimiento.  ¿Qué pensaríamos de un investigador que excluyese de su metodología el momento de refutación o falsación y que para sostener a toda costa su hipótesis no aceptase someterla a la prueba de los hechos que pudiesen echarla por tierra? ¿Qué clase de científicos serían aquellos que temiesen exponer el resultado de sus investigaciones a posibles objeciones por parte de otros colegas o se negasen a la publicación y difusión de sus resultados  en revistas o congresos científicos? ¿O que diríamos del jefe de un proyecto de investigación que despidiese a algún colaborador solo por haber demostrado que las hipótesis defendidas son contrastadamente falsas? Al igual que la ciencia ha incorporado a su método el momento necesario e imprescindible de la exposición  a la posible refutación o contradicción, el modelo de democracia dialógica traslada al ámbito de la acción pública este mismo principio, por el que en el proceso de decisión se hace siempre necesario la presencia de razones alternativas. La crítica y la diferencia en el pensar no es una amenaza para la verdad ni para el bien, todo lo contrario, contribuye siempre a encontrar las mejores soluciones.