Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Los excluidos

24/10/2022

Recuerdo como si fuera hoy, cuando en realidad hace la friolera de más de cuarenta años, la anécdota que me refirió un empresario exitoso albaceteño de esos que, a finales de los años sesenta del siglo pasado, empezaron a salir a Europa, echándole valor y bemoles, por la sencilla razón de que, como muy bien me comentaba mi amigo Justo Reino (recientemente fallecido y a quien aprovecho para rendir desde aquí mi más fervorosa admiración), le bastaba con conocer dos sustantivos, Safron y Dolars. Lo demás era accesorio. El empresario al que me refiero, no obstante, no sé cómo se las compondría con los idiomas (imagino que no mucho más allá), pero lo cierto es que se jactaba de desenvolverse allende nuestras fronteras como un ciudadano europeo.
Y aquí viene la anécdota en cuestión. Viajaba una tarde nuestro empresario entre Ginebra y Zúrich en uno de esos trenes suizos supermodernos y de una exactitud a prueba de bomba. Confundido entre los demás viajeros de primera, nada más salir el tren de la estación de Nyon, notó un bullicio nada normal en tan silencioso como plácido espacio. De repente, la batahola aumentó en intensidad y se tornó evidente lo que ocurría: se trataba de un grupo de emigrantes andaluces, con sus trajes de pana y sus maletas de cartón atadas, que sin saber ni cómo ni por qué, se habían equivocado de tren e ignorando a qué santo encomendarse, alzaban las manos, hacían aspavientos como pidiendo de antemano perdón por su torpeza. Los pasajeros compañeros de nuestro empresario pusieron al unísono cara de asco sin dignarse, claro está, alzar la voz; una aversión discreta, distante, que no necesitaba de palabra. Nuestro empresario, hombre que siempre presumió de progresista, por un momento estuvo  tentado de levantarse para ayudar a aquella grey molesta. Pero, pensándoselo dos veces, optó por el silencio de los corderos, hundiéndose en su mullido y confortable asiento y ocultando su faz tras Le Journal de Genève, uno de esos tabloides que lo mismo servía para un roto que para un descosido. En la siguiente estación, el tren se detuvo para permitirles desalojar, cosa que hicieron prosiguiendo con sus disculpas y explicaciones a derecha e izquierda, de la que la más explícita se hacía, según nuestro audaz empresario (hoy fallecido también), era el sustantivo 'españoles', 'españoles', como justificación suprema; cosa que a nuestro sufrido empresario humilló y avergonzó. Y así lo refería, sin darse cuenta de que con su cobardía se delataba.
Hace, insisto, muchos años de esa triste anécdota, pero, al igual que en ese maravilloso film titulado La Ronde de Max Öphuls, todo en la vida gira, todo se repite, y más aún las historias de «humillados y ofendidos» que decía  Dostoievski. Hace unos días, caminaba por Simón Abril, y tuve ocasión de presenciar una escena que de inmediato me trajo a las mientes a mi empresario progresista que Dios tenga asimismo en su seno. Había una mujer apostada en la pared, con una pequeña, pidiendo limosna por el amor de quien fuera; iban ambas vestidas de un modo lastimero, sucias, desharrapadas, andrajosas (buscando acaso provocar la caridad). Fue cuestión de un par de segundos, como la 'passante' de Baudelaire: una dama encopetada y enjoyada pasó, y esquivó sendos bultos sospechosos con una contorsión que a punto estuvo de hacerla caer. Lo terrible, sin embargo, fue ver su rostro durante un segundo, su horrible mueca, su desprecio absoluto, y hasta su náusea. ¿Por qué no pensar que esa dama algo entrada en años, pero tan hermosa aún como inmisericorde no fuera hija o nieta de uno de aquellos emigrantes suizos? Ya saben aquello de no mandes a quien mandó, ni sirvas a quien sirvió. Lo cierto es que no pude evitar sentir un escalofrío recorriéndome como fuego la espina dorsal; y, como autómata, me eché mano al bolsillo, saqué un par de monedas de dos euros, de esas que me gusta reunir para dárselas a mis nietos, las puse en sendas manos tendidas y justo entonces se produjo el milagro al ver iluminarse el rostro de la pequeña con el resplandor de la felicidad más absoluta.

ARCHIVADO EN: Idiomas, Ginebra, Emigración