José Rivero

Doble Dirección

José Rivero


Sabineando

15/06/2022

La deuda de Joaquín Sabina –cantautor tan adorado por unos como vilipendiado por otros y parodiado con su sombrero mágico en el escenario misterioso–, con la Agencia Tributaria alcanza la cantidad de 2,5 millones de euros, según resolución judicial reciente, fruto de omisiones fiscales durante tres ejercicios por importes que rondan los 12 millones y que responde a extrañas operaciones de ingeniería tributaria, como ha ocurrido anteriormente con cabezas destacadas: ya Máximo Hurtas, ya Juan Carlos Monedero, en sus demostraciones de equidad fiscal y de justicia distributiva.
Todo lo cual deja en entredicho el amiguismo buenista de tantos conmilitones que han sido acunados por el supuesto progresismo del autor melancólico y que ahora han enmudecido de súbito, sin saber qué toca decir en casos como este: un próximo cogido en falta considerable y sin paliativos. Si el defraudador hubiera sido Bertín Osborne o Raphael, los truenos caerían sobre sus cabezas derechizadas y pecadoras. Pero cuando el infractor pertenece a la grey progresista se opta por el silencio redentor. Y esa es parte de la máxima del presidente Roosevelt cuando hablaba de Somoza «como un hijo de puta, pero [que] es nuestro hijo de puta». Idea retomada muchos años más tarde por el que fuera vicepresidente del gobierno de España, Pablo Iglesias:cuando es de los nuestros toca callar. Y cuando no, se puede criticar sin fundamento. 
Como se hiciera con el escritor Andrés Trapiello al considerarlo por los grupos de la oposición del actual Ayuntamiento de Madrid como un revisionista sin duda alguna. Y ello, a pesar de haber estado en la comisión municipal del Consistorio de Manuela Carmena para ofrecer y argumentar el cambio de nombres del callejero madrileño. Pese a ello, era sospechoso de revisionismo por sus opiniones francas, abiertas y leales –que podían compartirse o no– pero lejanas de ese páramo de lo políticamente correcto que etiqueta y dogmatiza la izquierda cultural, que admite en sus filas a un arrepentido del pasado, como Antonio Muñoz Molina, que descubre a toro pasado –leyendo a Anthony Beevor y su libro sobre la revolución rusa– la perversión leninista en su artículo Lo que no puede comprenderseBabelia, 11 de junio, artículo que debería leerse en paralelo al anterior de Vargas Llosa, El efecto SartreEl País, 5 de junio–, que esconde muchas claves de ese movimiento cultural del progresismo que arrancara en los sesenta en la Francia desprejuiciada y que legitima o deslegitima las opiniones sólo en función de las posiciones políticas de quien las emita. Y de aquellos polvos tenemos estos lodos sabinitas o sabinianos. Que dan que hablar y que dan que callar.