Una experiencia dura pero enriquecedora

Manuel Espadas
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La enfermera miguelturreña Dori Ruiz acaba de regresar de Turquía después de dos frenéticas semanas en las que se ha puesto al servicio de los damnificados por el terremoto

Dori Ruiz, ayer, en Miguelturra, durante la entrevista con 'La Tribuna'. - Foto: Rueda Villaverde

Desde que el 6 de febrero la tierra se estremeciera en Turquía y Siria, convirtiendo ciudades y pueblos en un infierno con decenas de miles de víctimas mortales, multitud de heridos e incalculables destrozos materiales que dejaron a muchas personas sin hogar, la comunidad internacional respondió con urgencia y con los recursos disponibles para ayudar a estos dos países, asolados por una de las mayores catástrofes naturales de las últimas décadas. España no faltó a esta llamada de auxilio, y entre el contingente humano que envió a las zonas afectadas se encontraba Adoración Ruiz Arévalo, una enfermera nacida hace 58 años en Miguelturra y trabajadora del Hospital General Universitario de Ciudad Real, testigo directo de imágenes y situaciones que se le han grabado a fuego y que nunca olvidará en la vida.

 Cuando Dori tuvo noticias de lo sucedido a miles de kilómetros y de los daños causados por este mortífero terremoto, no lo dudó,  pese a una complicada situación personal. Tres días después ya estaba en la Base Aérea de Torrejón de Ardoz  embarcando en una de las expediciones fletadas por el Gobierno español a través de su Agencia de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid). Desde que puso sus pies sobre suelo turco, en concreto en el distrito de Alejandreta, donde quedaba instalado el hospital de campaña,  ha estado trabajando sin respiro poniendo su grano de arena para ayudar a los damnificados, algo que hacía durante dos intensas y duras semanas, hasta que el pasado viernes regresaba a casa. Una experiencia inolvidable que ha querido compartir con La Tribuna.

«Ha sido muy duro comprobar la situación de las familias, en un sistema sanitario que había colapsado. A los heridos directamente por el terremoto se les atendió antes, en contingentes sanitarios internacionales que llegaron antes que nosotros. Nosotros empezamos a atender patologías que llegaban a causa del intenso frío, personas que lo habían perdido todo, que vivían en la calle, en los coches o en tiendas de campaña», relata la sanitaria.

Una experiencia dura pero enriquecedoraUna experiencia dura pero enriquecedora - Foto: Rueda VillaverdeEn un principio, las 82 personas que componían este hospital de campaña español, avalado por la OMS, llegaron a Turquía con unos horarios previstos de atención a las víctimas, pero enseguida se desechó la idea ante el gran volumen de personas que necesitaban su asistencia. «Al final se trabajaba todo el día, con un turno de consultas y de urgencias, viendo a más de 250 personas cada día, superando nuestras expectativas».

Dos semanas intensas, impactantes, con un mosaico de rostros e historias desfilando por este hospital de campaña español, y con imágenes que se han quedado grabadas en la retina de Dori, que justo el último día de estancia allí era testigo de un momento que, para ella, resume perfectamente lo que es el juego entre la vida y la muerte, y más en este tipo de catástrofes humanitarias: en el mismo instante, a las seis de la mañana, coincidía el ingreso de un hombre joven con una insuficiencia respiratoria y una mujer a punto de dar a luz. «Estaban en tiendas una al lado de otra, y mientras en una se escapaba la vida, en la otra nacía una nueva en forma de niña. Fue estremecedor. La vida al final proclama que hay que seguir adelante».

Dori Ruiz, que ya estuvo en 2019 en Mozambique atendiendo a los damnificados por el huracán Idai, aconseja a otros sanitarios que se hagan voluntarios para este tipo de misiones humanitarias, porque «son experiencias que engrandecen a la persona. Te pones al servicio de los demás y les das los conocimientos y la experiencia que tienes».

Una experiencia dura pero enriquecedora
Una experiencia dura pero enriquecedora - Foto: Rueda Villaverde