Cada mañana, decenas de autobuses, furgonetas y taxis escolares se ponen en marcha para trasladar a miles de alumnos a sus respectivos centros de enseñanza desde sus localidades de origen, donde no disponen de la posibilidad de seguir cursando sus estudios. Se trata de un servicio de transporte vital para que no existan desigualdades entre el alumnado en una provincia tan extensa en territorio y disgregada en municipios como Ciudad Real. En concreto, son 294 rutas las que están articuladas, que trasladan a 3.167 usuarios, según los datos de la Consejería de Educación, de la que depende este servicio.

Pero si importante es el buen funcionamiento del transporte escolar cada año, este curso adquiere una relevancia especial una figura también esencial en este servicio, la del ‘acompañante’, que es la persona que vela por la seguridad del alumnado y su buen comportamiento durante el trayecto, informando a la dirección del centro o a los servicios públicos sobre cualquier incidencia, descargando así de esta responsabilidad al conductor. Si ya antes su función resultaba importante (control de asistencia, comprobar que llevan el cinturón de seguridad abrochado, cuidar para que al subir y bajar del autobús en las paradas se haga de un modo controlado y seguro, alentar hábitos solidarios y de compañerismo, reprochar posibles malas conductas…), en este día a día marcado por la amenaza de la pandemia, el buen desarrollo de sus funciones resulta clave para evitar riesgos de contagio por coronavirus.

En concreto, y según se especifica en la Guía Educativo Sanitaria de inicio de curso publicada por el Gobierno regional, el acompañante escolar debe comprobar que todos los alumnos llevan la mascarilla puesta y que no se la quitan dentro ni para comer ni para beber; que se desinfectan las manos con gel hidroalcohólico al subir y al bajar; que se sientan en las plazas fijas asignadas, ocupando asientos contiguos con hermanos o compañeros del mismo grupo de convivencia estable; separar en el habitáculo a los alumnos de los distintos centros en el caso de que el transporte sea compartido; y vigilar que siempre haya alguna ventanilla abierta para facilitar la ventilación. Todo ello, además de informar de manera inmediata al centro educativo de cualquier tipo de sospecha o incidente.

Un acompañante comprueba que los alumnos lleven el cinturón de seguridad abrochado. - Foto: Tomás Fernández de MoyaSu función va más allá de lo meramente vigilante. El acompañante escolar también desempeña una labor pedagógica, explicando a los estudiantes la importancia de respetar estas normas para combatir la amenaza de contagio y el riesgo que supone para ellos y para sus compañeros y familiares no hacerlo. «Hay que interactuar mucho con ellos, repetirles las cosas cada día para que las asimilen, con mucha paciencia. Les pregunto si llevan el cinturón suelto y luego lo compruebo, miro que no se bajen la mascarilla, controlo que no se cambien de sitio, se les pide que no hagan ruido ni molesten al conductor, que respeten las normas de convivencia… Y todo ello explicándoles el porqué de estas normas e intentando aclararles cualquier duda que tengan. Se trata de adaptar la normativa oficial a su lenguaje y a su forma de pensar para que ellos lo entiendan y acepten», explica Ángel García, uno de estos acompañantes escolares, que reconoce que en términos generales el comportamiento de los jóvenes es el adecuado.

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En Castilla-La Mancha hay 424 acompañantes contratados por la Consejería de Educación a través de empresas de trabajo temporal, que se reparten en 1.049 rutas escolares que transportan a 23.835 usuarios. La provincia de Ciudad Real es la que mejor ratio de alumno-acompañante posee con 36,4, muy similar a las que presentan Cuenca y Guadalajara (38,4) y muy inferior a los de Albacete (56) y Toledo (95,3).