«No éramos conscientes de la importancia de los cambios»

D.F.
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El escritor Pedro Antonio González Moreno presenta su libro de memorias infantiles 'Contra tiempo y olvido'

Pedro Antonio González Moreno, con su nueva obra. - Foto: Rueda Villaverde

Acaba de presentar en Calzada de Calatrava, su pueblo natal, Contra tiempo y olvido, un libro de memorias infantiles que ha llegado a las librerías de la mano de la editorial Almud y en el que muestra los cambios del final de franquismo a través con ojos infantiles.

¿Cómo son estas memorias?

El libro llega desde mi origen hasta el año 1977, que es el año en que salgo de mi pueblo, termino el Bachillerato y me vengo a Ciudad Real. Aquí estuve durante nueve meses mientras estudiaba el primer curso de Filología Hispánica. Fue un cambio muy fuerte, porque además conocí a Vicente Cano y a otros autores del Grupo Guadiana. El final de mi infancia coincidió también con los últimos años del franquismo y los primeros de la transición democrática. Pero yo, y muchos de mi generación, no éramos demasiado conscientes de la importancia de esos años. Yo andaba entre el fútbol en las eras, el futbolín de los recreativos, la enorme biblioteca de mi pueblo, por donde entré en el mundo de la literatura, y entre las clases del instituto. Todos esos cambios en lo que era mi mundo de aquella época los he reflejado en el libro. Yo los viví de una manera despreocupada, luego ya en los años 76 y 77 empezaban a notarse unos cambios vertiginosos. En Calzada eran mucho más acelerados y más difíciles que en Ciudad Real, y no digamos ya en Madrid.

¿Fue también un periodo de modernización en la vida cotidiana de Calzada?

Claro, yo nací en 1960, y en aquella época no existía el agua corriente, no había un grifo, no existía el cuarto de baño, existía la jofaina, el barreño de cinc, donde nos lavábamos los niños. Hasta mis nueve años no hubo televisión en mi casa. Me acuerdo perfectamente porque vi un acontecimiento histórico, ni más ni menos que la llegada del Apolo 11 a la Luna con la voz de fondo de Jesús Hermida.

¿Hubo cambio de costumbres?

Claro, por ejemplo, los niños de Calzada teníamos la fea costumbre de asaltar los carros que venían de las viñas llenos de racimos hacia las bodegas. Había una calle en la que estaban todas las bodegas y por tanto tenían que pasar por allí todos los carros, nosotros nos metíamos debajo y les cogíamos los racimos. Pero eso cambió cuando empezaron a llevar la uva en tractores, que también fue cuando empezaron a circular por allí los primeros coches, los 600, los cuatro latas... Es decir, que en esos años vivimos el principio de la mecanización, que es algo importantísimo, porque cambia el campo, ese ámbito agrario.

¿Ya apuntaba su vocación literaria?

Claro que sí, una de las líneas de desarrollo es precisamente mis primeras lecturas. En principio, en esa gran biblioteca del pueblo, ahora desaparecida; y en segundo lugar, los primeros poemas que escribí y mis dos primeras novelas. Precisamente, están en ese escritorio antiguo que constituye la cubierta del libro. Ahí están los cuatro libros que escribí, unos de poesía y otros en prosa. También está ahí mi primera máquina de escribir, la Lettera 32, con la que empecé a escribir a partir de los quince años. 

¿Idealizamos la infancia?

Por supuesto que sí, se idealiza mucho. En la introducción digo algo parecido con una frase de Josep Pla quien dice que la sinceridad y la verdad absoluta es imposible. Reflejar los recuerdos tal y como se produjeron en la realidad es imposible porque la memoria es un mecanismo muy imperfecto, tendemos a completar lo que recordamos y algunas cosas las inventamos. No siempre recordamos todo lo que quisiéramos.

En esta obra, ¿cuánto pesa el narrador y cuánto el poeta?

No sé muy bien, hay partes que son puramente narración, pero tampoco me puedo desprender del poeta, hay escenas, momentos, en los que he desarrollado esa capacidad evocativa. Sin embargo, el yo narrador siempre está ahí.