José Rivero

Doble Dirección

José Rivero


Ida y vuelta

06/04/2022

Hay una tendencia creciente a cambiar los nombres de las cosas sin que sea, propiamente, una suerte de aliteración ni tampoco la socorrida metátesis, descubriendo una nueva figura retórica de lenguaje aún por denominar. Me refiero a esa tendencia de algunos medios de comunicación –particularmente El País y La Sexta– de llamar ucranios a los ciudadanos de Ucrania, de tal suerte que las ciudadanas de Ucrania serían igualmente –y por derivación– ucranias. En tal referencialidad de países y ciudadanos, es como si a las ciudadanas de España las llamaran españas –que no españolas– a ellas, y españos a ellos, que no españoles. El caso se complicaría aun más si la denominación de Ucrania fuera –como la extendida internacional– de Ucraina o Ukraine, que incluso fue de uso español, como muestra el Atlas de geografía universal, de Salvador Salinas Bellver, en su edición de 1957. Si así fuera, ¿seguirían manteniendo la definición de ucranios y ucranias?
Pasa lo mismo con la ambivalencia de la guerra y del '¡No pasarán!', como relataba Javier Cercas en su texto del 3 de abril –El País Semanal– con el mismo nombre de No pasarán, y donde el sangrado dejaba ver el enigma del contenido: «Los auténticos herederos de la II República son los ucranios que se están batiendo por su libertad». Ello para dejar en evidencia a los que no dejan de declararse herederos –¿virtuales o formales? – de la II República y proponen repetir el error de la no intervención de nuestra Guerra Civil; en el acomodo preferido y proferido de '¡No a la guerra!' y que incluso optan por denominarse a sí mismos como 'Partidos de la paz', en lo que el mismo Cercas llama 'pacifismo de chiquipark'.
Algo parecido ocurre al contemplar –como lo hemos hecho en esos días aciagos– a un tanque del ejército ruso con el banderín de combate visible sobre su carcasa verde oscura, manchada por el barro y los cascotes. No era la tricolor de la Federación Rusa, blanca, azul y roja, sino un enhiesto gallardete de la antigua URSS: bandera roja con la hoz y el martillo. Como si aún hubiera URSS en activo. Equivalente tal desplazamiento visual y semántico al sufrido por cierto mercado inmobiliario exclusivo de Londres. De tal forma que la zona de Londres entre Chester Square y Eaton Square, cuajada de oligarcas y magnates rusos, que ya se denomina como Londongrado, no ceja de hablar en ruso y manejar libras esterlinas, que no rublos. Ahora que no hay Leningrado ni Stalingrado, resucitamos el fantasma de Londongrado.