Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Manipulación o estulticia

19/09/2022

Hay ciertas líneas rojas que jamás se deben sobrepasar en la vida so pena de incurrir en flagrante delito. Eso lo sabe perfectamente el que roba una gallina; pero no tanto el que, por gozar de determinados privilegios o de amistades poderosas, se acostumbra a vivir en medio del delito como el puma en la selva..
No hace falta tener alto grado de perspicacia para constatar la constante manipulación a que a diario se nos somete desde los medios de comunicación, en especial en los telediarios. Durante años, televisión española encontró en la señora Ana Blanco la imagen ideal de la 'criada para todo'; una mujer esencialmente manipulable en grado sumo, la 'Fouchée' de la pantalla, siempre a favor de quien tenía o tuvo el poder: resultado, 30 años –que se dice pronto– tomando el pelo a la ciudadanía española, entrando a las 3 de la tarde en nuestros hogares, y contándonos única y exclusivamente aquello que le mandaban, del modo en que se lo mandaban y cuando se lo mandaban. Imagino que tan diligentes servicios la habrán hecho, incluso, acreedora a alguna medalla.
Y lo peor es que hay muchas y muchos 'anas blancos' que, entre todos, han hecho de la televisión, telebasura; y de la información, estiércol. Pero, justo es reconocer que esta semana, los programadores de imágenes y temas en los distintos telediarios, instigados no sé por quién –aunque no hace falta ser un lince para adivinarlo o, al menos sospecharlo– y con qué objetivos concretos, se han pasado no sé cuántos pueblos, haciendo de los informativos –que se suponen asépticos– un show vergonzoso, propio de esa república –o quizás convendría decir mejor, monarquía– bananera en la que, entre unos y otros, estamos convirtiendo España. En muy poco tiempo hemos pasado del  'todo vale', a la 'manipulación como bandera'.
El tratamiento dado a la muerte de la reina de Gran Bretaña está  rozando -porque lo cierto es que aún no ha acabado- lo esperpéntico. Con el cadáver de la reina madre hemos llorado, hemos llevado flores a María, hemos viajado, nos hemos embriagado, y, sobre todo, hemos pasado horas y horas, seducidos por los fastos y quimeras de tan poderosa dinastía, lujo, calma y voluptuosidad, boato y esplendor, genio y figura, pompa y protocolo, ceremonial, liturgia y rito, aprendido de aquellos Austrias que, con sus fastos, llevaron al Imperio español a la ruina.
Creíamos superada tanta estulticia, pero ¡quiá!. Este país no tiene remedio, como no lo tienen sus gobernantes, que han hecho de la televisión la punta de lanza de la manipulación del pueblo. ¿Creerán que, después de someter a la ciudadanía a este ejercicio de prestidigitación y desinformación, el pueblo se mostrará más dócil y comprensivo con los temas que realmente le interesan, como es el de la 'cesta de la compra' o la subida desmedida de las hipotecas? ¿Pensarán que con esa exaltación de la monarquía británica que siempre nos dio la espalda –véanse a Chamberlain y a Churchill, por no remontarnos al continuo expolio, incluido el Peñón- y se regodeó con nuestra decadencia, va a incrementar el número, bastante exiguo, de monárquicos? Pues si lo creen, van aviados y demuestran una miopía más que preocupante.
Insisto, hay momentos en la vida en que uno siente vergüenza ajena, y yo, les aseguro que la he sentido cuando, para informarme de la muerte de un intelectual de raza como Javier Marías, o de un cineasta de talla mundial como Jean-Luc Godard, he tenido que recurrir a Internet. Nos tratan como rebaño; nos manipulan como idiotas y nos tragamos, con la sonrisa en los labios, las berzas que nos echan a diario. Algunos han pasado de Maquiavelo a Orwell, de El príncipe a 1984 y de ahí no pararán hasta llegar a Un mundo feliz de Huxley. Y, amigo míos, pensemos que lo peor está por venir: para el próximo lunes en Westminster Abbey se anuncia desfile de modelos en tonos oscuros, negros azabaches, oropeles, entorchados y God save the king: ya digo, ni el Papa de Roma.