Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Ben-Hur

03/02/2023

Hace no mucho tiempo, los intelectuales occidentales (un eufemismo para no decir la izquierda progre) encumbraron al partido comunista chino como ejemplo visible de un gobierno meritocrático. Su gestión de la pandemia había sido tan brillante que las democracias deberían sacar conclusiones de sus limitaciones estructurales.

Es curioso los giros que da la vida, porque el silencio ahora es brutal. Estoy convencido que la intención del gobierno chino es hacer las cosas bien y se preocupa por el bienestar de sus súbditos; otra cosa distinta es que le importa más el relato que la verdad. Y desde luego, no tiene ningún interés en dejar que su pueblo exprese con libertad lo que opina de su gestión. Lo dicho no significa que sean insensibles a su valoración porque nadie tiene un poder absoluto; bueno, tal vez, Corea del Norte.

La población china tiene pavor a la anarquía, ya que tienen recuerdos firmes de su propensión a guerras civiles. Ese miedo explica su pasividad ante el poder al igual que la prudencia de los gobernantes. Pero sin libertad de información y responsabilidad gubernamental por los actos propios, es cuestión de tiempo que la incompetencia y la corrupción se instalen.

Vista la implosión de la Unión Soviética, se comprende que el Partido Comunista dude del camino a emprender. Si observa con calma a Taiwán o Hong Kong, se podría haber preguntado cuál habría sido el destino del país con una economía abierta y competitiva. Seguro que habría generado fricciones con sus vecinos y tensión con Estados Unidos, pero sus habitantes serían más prósperos.

Importa poco la cultura o la etnia si se utiliza para evitar que los individuos sean libres. No hay ninguna razón intelectual o biológica que explique por qué ciertas personas no tienen derecho a la vida, la dignidad y la libertad de conciencia. Los errores occidentales en Irak o Afganistán fueron de ejecución e incompetencia, mientras que los de Siria fueron de intención. Con Ucrania, es todavía pronto para saber cuál será nuestra postura definitiva. Lo que sí está claro es que Occidente se ha distinguido por ser el máximo valedor de la libertad y la dignidad humana.

Ser político es complicado. Requiere discernir entre lo posible y lo deseable. Se tenderá a defender lo primero sobre lo segundo, porque no es fácil detectar el pragmatismo amoral. El gobierno alemán es un experto en la materia. La democracia no excluye la maldad del gobernante, solo garantiza su cambio pacífico.