Nosferatu, el arte de lo grotesco

Galena Koleva (SPC)
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La espeluznante obra maestra de F. W. Murnau, inspirada en el 'Drácula' de Bram Stoker, cumple 100 años como el gran referente del expresionismo alemán que supo plasmar de forma magistral la angustia y el horror de la época

En pleno apogeo del expresionismo alemán, la fantasía y lo siniestro encontraron su hueco en el cine en un país muy marcado por los trágicos sucesos de la Primera Guerra Mundial, dando paso a uno de los grandes referentes del terror, Nosferatu. Una película que adaptó de forma magistral, desde la libertad y el vanguardismo, el mito del vampiro, dejando para la posternidad una tonelada de influencias al género que aún perduran 100 años después de su estreno, el 4 de marzo de 1922.

La cinta, dirigida por uno de los maestros de la época, Friedrich Wilhelm Murnau (1989), sentó sus bases gracias a la historia original de Drácula, del escritor irlandés Bram Stoker, si bien tuvo que renovar su estilo, localizaciones y personajes para evitar problemas legales al no contar con el presupuesto suficiente para conseguir los derechos de la obra. Así, el famoso Conde Drácula se convirtió en  el Conde Orlok, Jonathan Harker dio paso al joven agente inmobiliario Hutter y la hermosa Mina Murray, objeto de deseo del célebre vampiro, transformó su nombre en Ellen. También la historia dejó de lado la Inglaterra victoriana para ambientarse en Wisborg, una ficticia ciudad alemana. 

No obstante, las semejanzas entre ambas historias -una mansión tenebrosa, el viaje a tierras extranjeras, una obsesión sin precedentes por la prometida del protagonista-, hicieron que  Florence Balcombe, viuda de Stoker, demandara a la productora encargada de la cinta. La sentencia falló a su favor: una gran cantidad de copias de la obra expresionista fueron destruidas y Nosferatu estuvo a punto de desaparecer de la faz de la Tierra. No obstante, un reducido número de las copias logró esquivar, afortunadamente, la ira de Balcombe y llegaron a circular ocultas por el mundo. La película de culto logró sobrevivir.

Similitudes a parte, Murnau volcó en su obra toda su creatividad para mostrar la profunda angustia y pesimismo que atravesaba Alemania por aquel entonces. La inestabilidad política, la gran crisis económica y el sentimiento de miseria, imperantes en la nación después de la derrota de la Gran Guerra, sumieron a la sociedad en un lúgubre período en el que los sueños optimistas habían llegado a su fin. Fruto de ese pesimismo, el cine germano se apoyó en la corriente expresionista,  un movimiento que buscaba deformar la realidad a través de un cuidado especial de la luz y la escenografía.

La desolación de esos años caló hondo en la historia de Murnau, que presentó al mundo a un ser monstruoso, escuálido, de rostro fantasmagórico y dientes y uñas alargadas, una imagen totalmente perturbadora que encajaba muy bien con la época. De hecho, Nosferatu debe su nombre al término griego nosphoros, portador de enfermedades. Y en efecto, es él quien acaba extendiendo el caos y la muerte en la ficticia población.

Su escalofriante apariencia dejó de lado el estereotipo romántico del Drácula de Stoker -una imagen sensual y erótica que se ha extendido hasta la actualidad- gracias a un siniestro Conde Orlok al que dio vida un desconocido Max Sherck. Su actuación fue tan impecable que, unido a la falta de datos sobre su vida y participación en otras películas, difundió la idea de que su trabajo no fue una simple interpretación: Sherck no podía ser solo un hombre, sino un vampiro. El mito había nacido.

Leyendas aparte, Murnau también convirtió la fotografía en una de las grandes protagonistas de la película, especialmente ese contraste de luces y sombras tan característico del expresionismo alemán, tomando el testigo de clásicos como El gabinete del doctor Caligari (1920). Icónica es la escena en la que la sombra de Nosferatu en la escalera presagia el fatal destino de sus protagonistas. Un hipnótico elemento que se conjugó de forma magistral junto al uso de líneas oblicuas, ángulos aberrantes y espacios llenos de angustia.

Influencia

Nosferatu fue la primera en atreverse a abordar la figura del chupasangres en el cine, pero no fue la única. A ella le siguieron un sinfín de producciones, con los míticos Cristopher Lee o Gary Oldman, entre otros, en el papel de Drácula. Pero, sin duda alguna, ninguno de ellos ha logrado superar al Conde Orlok como el más aterrador. Una historia que sigue influenciando la cultura del terror incluso un siglo después.