Diego Murillo

CARTA DEL DIRECTOR

Diego Murillo


El valor de continuar

05/12/2022

En el último trimestre del año, es habitual, como cierre de año, que diferentes organismos, instituciones o medios de comunicación alumbren sus premios para reconocer iniciativas, proyectos, personalidades de aquellos que han sido ejemplo y fuente de motivación, especialmente aquellas causas solidarias, equipos de voluntarios que, a cambio de nada, ofrecen su trabajo y tiempo para ayudar a los demás. El pasado viernes, la Federación de Empresarios de Ciudad Real, Fecir, entregó los suyos que, con más o menos acierto, quisieron reconocer a empresas, trayectorias o proyectos innovadores como a Patricia Campos, Ana María Carrero, Julián Molina, Miguel Ángel Gómez-Poblete, Eusebio Calvo, Hacienda de Cañadas, Kuydamos Asistencia a Domicilio, Off Road Parts, Piedras Naturales Carretero, Rotary Club, el IREC y a esta casa, La Tribuna de Ciudad Real.
Desde hace un tiempo, y más desde la pandemia, se ha querido contraponer al sector público con el privado. La sociedad ensalzó, y con justicia, a ciertos sectores y profesiones por hacer frente a lo desconocido por estar en la primera línea contra la enfermedad y contra la crisis económica. Hubo héroes. Fue normal que, desde entonces, el Estado apadrinara rescates a través de créditos, asumiera deuda y protegiera a los más débiles con importantes líneas de ayuda en todos los niveles. La Unión Europea lanzó su propia estrategia en recuperar el ritmo económico, en especial, en aquellas economías más golpeadas por la pandemia, como la española. Y desde entonces ha habido un especial interés de la sociedad de asegurar su sostén por medio del funcionariado. Los Gobiernos comenzaron una carrera por aprobar convocatorias de oposiciones en sectores como la educación y el sanitario por las exigencias pospandémicas. Y no pocos conocidos -analicen a su alrededor- han optado por agarrarse a un empleo público antes que arriesgarse en un proyecto empresarial o antes de caer de nuevo en un ERE o en un ERTE. 
Es en los momentos de incertidumbre y zozobra cuando empresas, como las premiadas el pasado viernes y miles de similares características en nuestra provincia, son merecedoras de ese reconocimiento que desde ciertos atriles se denosta con bastante frecuencia. No me refiero a las multinacionales o a las grandes entidades financieras, ni a las petroleras y energéticas que, con la actual subida, trimestre a trimestre, engordan sus beneficios, sino a esa red asistencial que son las medianas y pequeñas empresas a las que por determinados ingresos brutos anuales se le castiga fiscalmente, se les impide avanzar en la maraña burocrática o se le echa la zancadilla tributaria simplemente por dar beneficios. 
También reconozco que los vientos que soplan no son tan agoreros como lo pregonan algunas instituciones y analistas financieros. Al menos, no soy capaz de verlo en la distancia corta, en el puente de la Constitución o en la próxima Navidad, donde las reservas de hoteles y restaurantes no dan abasto pese al IPC. Serán las ganas de recuperar la normalidad a toda costa. Dicen que después de esa luna de miel del consumo vendrá un enero sombrío. Será entonces cuando la pequeña empresa aguante el envite del frenazo económico, como siempre. Y, de nuevo, se le pedirá que no desfallezca porque como predicaba Churchill, no queda otra: «El éxito no es definitivo, el fracaso no es fatal: lo que realmente cuenta es el valor para continuar».