Cambiar la violencia por una familia en la acogida

Hilario L. Muñoz
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Las mujeres de la casa de acogida de Ciudad Real relatan cómo su relación de pareja pasó del «color de rosa» del inicio al rojo de la violencia conforme se iban aislando del trabajo y de los amigos que la rodeaban

Cambiar la violencia por una familia en la acogida - Foto: Tomás Fernández de Moya

Cuatro mujeres conviven en su día a día en la Casa de Acogida de Ciudad Real. En este espacio habitan con sus hijos tratando de curarse de las «heridas emocionales» que deja la violencia de género y que «no se curan de la noche a la mañana». Para lograrlo disponen de ellas mismas, del apoyo mutuo entre las mujeres que conviven en las casas con sus hijos, tratando de recuperar familia, trabajo, esperanza o los sueños que dejaron en su antigua vida. Ellas son la parte más visible de la violencia de género, rehaciendo su vida en un recurso, el de Ciudad Real, que fue pionero en la región, gestionado por la Diputación con el apoyo de la Junta de Comunidades. Aquí se da espacio a las supervivientes de la violencia machista, y al lograrlo se da voz a quienes pueden advertir a los más jóvenes de los riesgos que hay tras los primeros insultos o vejaciones que preceden a los golpes.

Llegan de cualquier municipio de Castilla-La Mancha con una mochila en la que traen la misma historia. «Llegué con la idea de un mejor futuro para mis hijos», explica María, nombre inventado de una de las cuatro mujeres que habitan ahora mismo la casa. Su historia es una de esas que se repiten en cada conversación cuando se habla con víctimas que han llegado a este punto de buscar un futuro lejos del hogar. «Conocí a este hombre y todo fue de color de rosa, era muy detallista y amoroso, pero cometí el error de haberme ido tan rápido a vivir con él», explica. De hecho, del enamoramiento pasó a los dos meses a los gritos e insultos, a no dejarle trabajar y «después a no tener amigos».

«Al principio, cuando conocí a mi pareja, todo era bonito y era respetuosa conmigo», solo el paso del tiempo empezó a mostrar el otro rostro. Cuando llevaban más de un año de relación, su espacio se empezó a cerrar, explica Ana, también nombre inventado y otra de las mujeres que habitan en la casa de acogida. «Empecé a darme cuenta de que invadía mi espacio y mis decisiones, hasta el punto de que cuando estaba sola y necesitaba tomar una elección por mi misma, cogí el móvil y le llamaba para preguntarle», relata ahora.

Ana trató de poner remedio antes de los golpes, habló con los amigos, pero todos le decía que lo que ella veía eran fantasías suyas, que se lo inventaba porque «no aguantaba nada». «Siempre decían que era una buena persona y, de hecho, ante la gente se manifestaba muy respetuoso», explica, pero cuando se cerraba la puerta, entre «cuatro paredes, sacaba el lado oscuro».

«Me dejó sola» y fue en ese momento cuando llegó «el primer golpe», señala María. «Me pegaba y se iba a casa de su madre» para luego volver y decir que «era cosa de la rabia y de la ira». Ella le creía y pensaba que «iba a cambiar» y volvía de nuevo a sus brazos, dentro del aislamiento en el que estaba. «Mi vida dependía de él, económica y emocionalmente» comenta Ana, quien recuerda que «siempre daba oportunidades». «Pensaba que lo hacía porque me quería, porque me amaba, porque me protegía».

En medio de la pandemia, ambas se encontraron en esa situación de aislamiento. «No es lo mismo que tu pareja se vaya a trabajar por la mañana y venga por la tarde a que esté las 24 horas del día en casa», comenta Ana. Así empezó a ver «costumbres que no apreciaba: se apoderó de mí, no me dejaba salir, me perseguía si salía a la calle», indica María.

Tener un bebé, para ella, fue lo que cambió todo. Él se lo pidió, lo intentaron y se quedó embarazada, pero cuando lo lograron le pidió que abortara. «Yo le dije que noy él trató de sacar su último argumento», afirmando que le iba a dar donde más le dolía, en los hijos que tenía de una pareja anterior. En el caso de Ana, su vida cambió cuando le surgió una oportunidad profesional. «Empecé a sentirme más querida y vi que podía hacer las cosas sin necesidad de él y dije hasta aquí, ya no podía seguir aguantando que me ningunee y ni me minimice». Ahí llegó el último ataque de sus agresores. A María le dijo que nadie le iba a creer, que le iban a quitar a sus hijos. A Ana le siguió hasta la Comisaría porque se puso rabioso. «No pensó que iba a tomar la decisión de denunciar».

Al acudir allí, ambas se llevaron a sus hijos pequeños, convertidos en familia junto a los de las otras dos supervivientes que habitan la Casa de Acogida. Todos comparten juegos y tratan de calmar sus miedos y pesadillas porque «se sienten arropados». En ese espacio, ellas tratan de sanar las secuelas que les quedan y, sobre todo, reflexionan en «cómo seguir» solas su vida.

Desde ese espacio de seguridad y empoderamiento en el que llevan meses, las dos mujeres recuerdan a los consejos que una de las claves para evitar estas situaciones de violencia está en dejar atrás el pasado. «Les digo a los jóvenes que miren al futuro y se proyecten cosas buenas para su familia», porque ellas nunca jamás imaginaron una situación como la que habían vivido, siempre consideraron que era algo que ocurría a los demás.

«Me alegro mucho de haber tomado esa decisión», señala Ana, quien recuerda cómo los primeros días pensaba que no iba a ser capaz de vivir sin él. «Me levantaba y decía: un día más sin él, y me daba cuenta de que podía». De hecho, ahora se ve «dueña de mi vida», sin necesidad de dar explicaciones a nadie y piden a quien se vea reflejada en su historia que «crea mucho en sí misma porque del maltrato se puede salir».

16.000 mujeres y menores han pasado por los recursos de acogida

La consejera de Igualdad, Blanca Fernández, destacó, en una entrevista con La Tribuna,  que estos recursos son el mejor ejemplo ante los negacionistas de la violencia contra la mujer. «En los últimos 20 años han pasado 16.000 mujeres, niñas y niños por los recursos de acogida de Castilla-La Mancha», señaló en respuesta de cómo mejorar los sistemas para frenar la violencia de género. Se trata de mujeres que «abandonan todo, que como mucho, se lleva a sus hijos para que también sean protegidos» y «esta es una cifra demoledora para quien niega la violencia de género». De hecho, la consejera cuestionó, «¿por qué unas 8.000 mujeres han dejado su hogar en los últimos 20 años? Por capricho, ya digo yo que no».

El objetivo de la Casa de Acogida de Ciudad Real es ofrecer un alojamiento temporal de larga estancia en condiciones de seguridad, con una atención integral, continua y especializada para la recuperación de las secuelas de la violencia machista en las mujeres y en sus hijas e hijos menores. Una vez solucionado el aspecto clave y que es la seguridad de la superviviente se busca estimular y promover en las mujeres acogidas la autonomía personal facilitando a la educación y un trabajo digno con el objeto de que pueda obtener las habilidades sociales y los recursos suficientes para continuar en su futuro. En este espacio pueden estar desde unos meses a un año.

El procedimiento de ingreso se hace a través del 900 100 114, de atención especializada 24 horas para víctimas de violencia de género o un Centro de la Mujer.