Invisibles y solos

B. R. (EFE)
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Tras su llegada en cayuco a las islas Canarias desde Senegal, Cheikh y Modou permanecen ocultos por temor a ser repatriados a su país y regresar sin dinero con el que poder ayudar a sus familias

Cheikh y Modou, cuyos nombres son ficticios, apenas salen a la calle por miedo a ser identificados y detenidos. - Foto: Ramón de la Rocha

Desconfiados, Cheikh y Modou, dos jóvenes senegaleses que aseguran sentirse invisibles y solos,  prefieren esconderse de asociaciones y administraciones con la esperanza de poder lograr su objetivo: viajar desde Canarias a Albacete para trabajar en la agricultura. 

Invisibles son porque desde que salieron del hotel donde vivieron los primeros días tras su llegada en cayuco a Tenerife permanecen ocultos por temor a ser repatriados a su país y volver sin dinero con el que poder ayudar a su familia.

Solos pasan su día a día, con la compañía que les da una televisión que habla un idioma que se esfuerzan por aprender y un móvil que es el único nexo de unión con Senegal, un país que les ha «expulsado» ante la falta de oportunidades laborales y al que se niegan a volver, «cueste lo que cueste».

Cheikh y Modou, cuyos nombres son ficticios por miedo a que les puedan identificar, tuvieron que dejar sus estudios antes de tiempo para trabajar en la pesca y poder ayudar a su familia, la misma que, años después, les ha ayudado a costear su viaje a Canarias.

Los primeros años de la pesca los recuerdan con euforia, pues gracias a este oficio podían vivir. Sin embargo, todo cambió hace unos cuatro años, cuando no les daba ni para pagar el combustible. Los jóvenes echan la culpa a los barcos extranjeros, que pueden capturar en aguas senegalesas con el beneplácito del Gobierno de su país. Desesperados por ver las cajas de pescado vacías, decidieron emigrar a Europa. Para ello, recurrieron a más de 10 familiares y amigos para que les echaran una mano con el precio del viaje a Canarias, que les costó 533 euros a cada uno, un precio similar al de un billete de avión de Senegal a España. 

Como el avión no era viable -«jamás» hubiesen conseguido los papeles necesarios- Cheikh y Modou se subieron en un cayuco en Casamance, al sur de su país, con otras 110 personas, entre ellos tres niños y una mujer. Aunque les dijeron que el trayecto duraría cinco días, estuvieron ocho sin ver tierra, en mitad del océano «con mucho viento y el mar muy malo» y, desde ese momento, el miedo se instaló en su cuerpo. Ni su fortaleza física ni las ansias de entrar a la soñada Europa fueron suficiente para no llegar «agotados, desorientados» a Tenerife, una isla que no les recibió como esperaban.

El miedo les obligó a mentir desde un primer momento, dijeron que eran mayores de edad, cuando en realidad aún no han cumplido los 18 años, porque pensaron que así podrían trabajar de inmediato. Según cuentan, esto hizo que no les practicasen ningún tipo de pruebas para corroborar su edad y que les trasladasen a un hotel donde pasaron poco tiempo, hasta que llamaron a su primo Mamadou, residente en la isla desde hace 13 años.

A partir de ese día, casi no salen a la calle por miedo a ser detenidos y desconfían de todo aquel que se les acerque. Prefieren estar solos, a la espera de que su familia les envíe su partida de nacimiento, el papel que les permitiría entrar en un centro específico para menores, recibir la tutela del Gobierno de Canarias y asegurarse de que no volverán a Senegal con las manos vacías.

 

Ligera esperanza

Asesorados por su primo mayor, ya se resignan a no poder trabajar de forma inmediata y se ilusionan con poder aprender español, idioma que empezaron a estudiar en el colegio, y algún oficio, como la carpintería, que les permita ganarse la vida.

Pese a todo, se sienten afortunados, primero por haber llegado con vida a Canarias; y después, por contar con la ayuda de su primo, quien es todo un ejemplo para ellos. Mamadou ha logrado convertirse en un gran cocinero en un restaurante conocido por sus ricas hamburguesas, su especialidad. Por eso, Cheikh y Modou admiten que tienen suerte por poder reunirse muchas noches alrededor de una mesa con un thiéboudienne hecho con todo el cariño por su primo mientras esperan lograr su sueño, un trabajo en Europa.