Antonio Pérez Henares

PAISAJES Y PAISAJANES

Antonio Pérez Henares


Calatrava la Vieja

24/06/2022

Una de las jornadas que me quedará para siempre en el recuerdo de este peregrinaje con libro a cuestas será la vivida en la fortaleza de Calatrava la Vieja. Olvidada y apartada de los vientos y caminos de la historia tras ser el cruce de todos y abandonada incluso por quienes la hicieron su sede ya varios siglos atrás, fue siempre y desde que la conocí ya hace un buen puñado de años atrás, un lugar al que anhelo volver y en el que me gusta sentarme a escuchar su voz. Porque no hay muros, ni almenas que tengan más cosas que contar de ella.
Qal'at Rabah, así la bautizó el emir Muhamad, hijo de Abderraman I, que la fundó a finales del siglo VIII fue la ciudad, pues ciudad era, más importante en la ruta entre la capital califal, Córdoba, y Toledo, que la había sido del reino visigodo, en el cruce del Guadiana cuando este fluía y en su entronque con un arroyo que aún le proporcionaba más caudal. La erigió allí, con mucha razón, para asegurar el camino y controlar a los levantiscos toledanos, que convertidos o solo a medias al islam se levantaban cada dos por tres contra el poder central. Fueron ellos, precisamente los que la desportillaron por primera vez, prueba de la vida que iba a tener, por lo que, al sucesor del califa, su hermano Al-Hakam, no le quedó otra que volverla a levantar. Esta vez aún más fuerte, con más robustos muros, fosos inundables y corachas avanzadas que permitían el abastecimiento de agua a la orilla del río.
 Aguanto siglos y prosperó, imagen pétrea del poder musulmán, hasta que, tras el cenit de Almanzor, el califato se desmoronó y divididos en taifas los cristianos no tardaron en mostrarle sus pendones en sus cabalgadas hacia el sur. Hasta que un día del año 1085 Toledo cayó en manos del rey Alfonso VI.
 La furia islámica llegada de África, los almorávides, se desató entonces y tomando como base a la fortaleza fueron muchas las veces que intento volver a retomar la ciudad del Tajo. Pero ni tras vencerlos en campo abierto en Consuegra y en Uclés, consiguieron el objetivo principal. Minaya Alvar Fáñez, su alcaide y prínceps, lo impidió.
 El empuje fanático de los al-morabitum no tardó en ser vencido por los pecaminosos néctares de Al-Andalus y fue entonces Qal'at Rabah quien cayó en manos cristianas. En las del nieto del anterior Alfonso, ahora VII y Emperador. El la entregó para su custodia a la muy afamada Orden del Temple, pero una nueva oleada enfebrecida por la guerra santa, los almohades acababan de llegar, más peligrosa y terrible aún que la anterior y renunciaron a ella. Había muerto Alfonso VII y su hijo, de corto reinado, Sancho III la ofreció a quien quisiera defenderla. Fue un monje, el abad de Fitero, Raimundo el único que aceptó. Llamó a caballeros de todo lugar que acudieran allí y ese fue el origen de la Orden de Calatrava, la de la entonces negra cruz y rigor cisterciense en sus monjes guerreros, celibato, ayuno y dormir con armadura para estar siempre prestos a combatir por su Dios.
 Hicieron de Calatrava su convento y sede principal y desde allí se expandieron por todas aquellas tierras ensanchando su alfoz y ocupando sus castillos. Hasta que el fatídico día de Alarcos, 1195, llegó y Alfonso VIII y su ejército fueron destrozados en la terrible batalla que hizo derrumbarse la frontera y perder todo lo ganado, Calatrava también, a manos musulmanes. Los derrotados calatravos se refugiaron en su encomienda de Zorita de los Canes y su gran maestre don Nuño, a quien más hubiera gustado morir, se retiró de por vida al monasterio de Monsalud. Pero sus freires no se dieron por vencidos, perpetraron un golpe de mano y tomaron audazmente Salvatierra (1198), una gran fortaleza más al sur, en pleno territorio moro y desde allí durante más de una década, hasta 1211, fueron una espina clavada en el corazón del Islam. La Orden dio, durante ese tiempo, en llamarse así, de Salvatierra.
Al califa Al Nasir le costó un gigantesco ejército y 52 días de asedio el arrancársela y sin poder ir apenas más allá hubo de volverse hacia Sevilla lo que daría a los cristianos la oportunidad de atacar al año siguiente en la gran ofensiva que culminaría en las Navas y cambiaría ya para siempre la balanza de la guerra y supondría al poco el fin de Al-Andalus como tal.
Calatrava la Vieja fue de las primeras fortalezas en tomarse, la defendió con bravura su alcaide y viendo varias de sus torres asaltadas, imposible su defensa y para evitar matanza, pidió el aman, que el rey Alfonso concedió.  Los cruzados francos pretendieron degollar a los vencidos pero los reyes hispanos se lo impidieron y estos entonces los ultramontanos dieron media vuelta y abandonaron la empresa. No llegaron a combatir a las Navas. Lo que intentaron fue a su regreso entrar en Toledo, pero sus vecinos, sospechando de ellos, les cerraron las puertas. Al Nasir por su lado hizo decapitar al adalid andalusí lo que abrió una brecha de rencor con los hispano musulmanes que fueron los primeros en volver grupas y dejarlo a su suerte cuando la carga de los Tres Reyes rompió definitivamente sus haces y desbarato a sus huestes africanas.
 Calatrava volvió al dominio de la orden que recobro su nombre también. Pero su tiempo de gloria había pasado ya. Los calatravos trasladaron su Maestrazgo al castillo de Dueñas, frente a Salvatierra y allí levantaron el gran enclave de Calatrava la Nueva. La Vieja se convirtió en una simple Encomienda y al cabo de un par de siglos más, en el siglo XV, el Comendador abandono sus muros y se estableció en el vecino pueblo de Carrión.
 No creo que pudiera elegir pues mejor escenario, pues, para presentar en lo que fue su iglesia en el corazón de la antigua fortaleza, mi 'Tierra Vieja' y recordar con las gentes de esas tierras calatravas, a quienes siempre agradeceré su generosidad, aquellos tiempos y aquella frontera.