José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Fealdades

15/11/2022

Puestos a observar el tiempo que nos ha tocado vivir, uno se atrevería a decir que hay un triángulo bibliográfico en el que se encierra buena parte de la naturaleza sociológica/cultural de nuestro país. En orden cronológico: La España vacía. Viaje por un país que nunca fue (Del Molino, 2016), La España en la que nunca pasa nada (del sociólogo riojano Sergio Andrés Cabello, 2022) y España fea. El caos urbano, el mayor fracaso de la democracia (Andrés Rubio, 2022).
Una radiografía en tres miradas donde lo vacío, lo detenido y lo feo componen una trilogía conceptual de cierto calado. ¿Está lo vacío desprovisto de belleza o acaso donde entró el urbanismo depredador conserva una suerte de primigenia pureza primitiva? Nadie lo diría viendo en lo que se han convertido muchos pueblitos donde la piedra o la cal se sustituyeron por zócalos alicatados, fachadas de dudoso gusto y horteradas fin de semana, o como expresa Rubio ni los calificados pueblos 'más bonitos de España' resisten comparación con el orden visual/estético que exigen normativamente los vecinos franceses. ¿Es justificable pese a todo, como argumenta el sociólogo, el victimismo de ciertas élites nacionalistas y regionales en esa madrileñofobía ridícula? Cuando, por otra parte, no somos el único país con despoblación rural, no hay políticas de verdad para el campo al margen de oportunismos y del nuevo animalista/ecologista, y las urbes pequeñas compiten como sea por meter cabeza.
Andrés Rubio, que no oculta su ángulo ideológico, tampoco se corta al afirmar que la democracia fue todavía más dañina para la planificación del territorio que el franquismo, al tiempo que reparte responsabilidades desde la clase política a los arquitectos, pasando por promotores, constructores, abogados («sobran normas y faltan principios»), burócratas y una masa social acrítica. La España de la demolición sistemática y especulativa, del torrismo sin desmayo, del chalet como ideología, de la 'urbanalización' más antihumana, del patrimonio como estorbo, de la vivienda social pública abandonada…, mientras mira, por contraste, a Copenhague, a Viena, a la Alemania tras la II Guerra Mundial. 
Y miro aquí mi ciudad de provincias, considerada por Chueca Goitia en 1977, en su obra La destrucción del legado urbanístico español, entre las diez más dañadas de España —como recuerda otra vez A. Rubio—, lo que nos persigue como un estigma: daños irreparables o mal reparados, desplanificación, cuando no inversiones fallidas o mal calculadas convertidas en juguetes rotos (se cita el Reino de Don Quijote, entre los «frustrados macroproyectos vinculados al juego», pág. 49).
Recordando al filósofo Eugenio Trías en su premiado y muy reeditado ensayo del 82, lo bello nunca ha sido tan límite con lo siniestro.