En los últimos dos años, Tomelloso ha registrado tres hundimientos del subsuelo en el barrio de la Esperanza pero en ninguno de ellos hubo que lamentar daños personales. Aun así, la preocupación no solo se palpa en el barrio, también en el equipo de Gobierno, liderado por Inmaculada Jiménez, ya que ese desasosiego llevó al Ayuntamiento a firmar el pasado mes de mayo un convenio con la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) con el fin de elaborar un estudio técnico para conocer la estabilidad de las galerías subterráneas existentes, principales causantes de los derrumbes, y dar una solución a este problema de colapsos que tantos desvelos origina.

Los trabajos, llevados a cabo por un equipo multidisciplinar dirigido por los profesores de la Escuela de Arquitectura del Campus de Toledo José Aguado Benito (arquitecto) y Juan Alonso Aperte (geólogo), ya han comenzado. Lo hicieron en mayo, pocos días después a la firma del convenio, y constan de tres fases. La primera de ellas, la más importante y dificultosa, comenta Aperte, es hacer un inventario de las cuevas en el barrio de la Esperanza, donde existen centenares. Se trata de areneros, «cuevas cuya peculiaridad es que se empleaban para extraer áridos, arena y grava» y que tras explotarse a principios del siglo XX dejaron de utilizarse años después, por lo que con el paso del tiempo se han ido degradando hasta tal punto de que algunas llegan a colapsar. Por ello, el equipo trabaja con «urgencia» en elaborar un mapa del subsuelo para el que ya se han cartografiado unas treinta cuevas, y cuyo estado de conservación es «adecuado».

El objetivo es cartografiar todas a las que se tenga acceso, ya que algunas se encuentran en viviendas particulares, y en ocasiones sus propietarios son reacios a facilitar su acceso. Incluso en algunas ocasiones, apunta Aguado, la propia lumbrera (abertura enrejada que se encuentra en las aceras) está cegada, y ni si quiera el dueño de la casa lo sabe. De momento, en las que se han visitado «no se ha visto un claro precursor de derrumbe». Y es que, lo más inmediato es ver su estado, pues en las de peor conservación se desprenden fragmentos de terreno de la bóveda, «un indicador bastante negativo que demuestra que el proceso de colapso está avanzando». Hasta la fecha, eso aún no se ha detectado en las cuevas visitadas, aunque reconocen que «hay que ir con pies de plomo» porque aún queda mucho por hacer.

La UCLM cartografía unas treinta cuevas en estado "adecuado" - Foto: Rueda VillaverdeLa Tribuna se adentra en unas de las cuevas de propiedad pública. Se encuentra en la avenida del Príncipe, en el propio barrio y cercana al lugar en el que se produjo el último hundimiento. Es una de las de mayor longitud, y en ella, como en el resto a las que se accede, se mide el movimiento del terreno, la humedad y la temperatura, además de las dimensiones y espesor de la tosca que sustenta la bóveda creada. Miembros de la Escuela de Arquitectura de Toledo y del Grupo de Ingeniería Geoambiental de Castilla-La Mancha bajan en busca de datos e información que ayuden a identificar y predecir aquellos lugares en los que se pueda producir el colapso. Para ello, durante el recorrido, un laberinto arquitectónico, realizado a la luz de una linterna, con altos grados de humedad y a unos seis metros de profundidad, se van instalando sensores de registro continuo de temperatura y humedad. Todo se estudia, hasta el más mínimo detalle.

Y es que, tras la fase de prospección y monotorización llega el momento de la investigación. Es la parte orientada a estudiar las causas o los fenómenos ambientales y externos que condicionan su estado. Después llegará la fase de analizar las posibilidades de intervención, es decir, dar soluciones para actuar contra los derrumbes. Es el último apartado del convenio en el que el Ayuntamiento ha aportado más de 200.000 euros y cuyos resultados se conocerán en otoño de 2023.

Hasta entonces, se recopilará la máxima información posible, y de momento se está consiguiendo. «Es mucha la información que estamos recopilando, pero todavía hay que establecer un criterio claro y validado», añade Aguado. Y es que, «no es solo es una labor de investigación de campo, pues detrás también hay una investigación casi histórica» para llevar a cabo un estudio que se realiza por primera vez en Tomelloso, donde «no es la única localidad del mundo en la que se producen estos derrumbes». «En cuanto tenemos datos, vamos buscando los puntos en los que se ve más movimiento del terreno teniendo en cuenta aspectos como las grietas que hay en las viviendas o a la interferometría», argumenta Aguado. Por ello, aún se necesita más tiempo para ver la evolución de esos datos y esclarecer si los derrumbes se deben a la degradación del propio terreno. 

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