La soledad del médico

H. L. M.
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Francisco Rodríguez del Río es el único doctor del consultorio de Horcajo de los Montes, uno de los municipios más tocados por la epidemia con hasta 51 pacientes que han tenido síntomas de COVID-19

La soledad del médico - Foto: Fotos Rueda Villaverde

Si hay un aspecto que perdurará en el tiempo cuando acabe la epidemia será el trabajo que han realizado los sanitarios de toda España. Profesionales de la medicina, de la enfermería, celadores y trabajadores del sistema sanitario en general que con su esfuerzo, con el apoyo de unos y otros han logrado salvar miles de vidas en toda España. Esa imagen será en muchos casos las decenas de médicos en las puertas de hospitales y de centros de salud de las grandes ciudades que unidos han recibido el aplauso y las donaciones de materiales. Para otros será la imagen de la soledad del médico rural, del doctor en el consultorio, que junto a su enfermera, ha atendido a decenas de pacientes aquejados con síntomas, en ocasiones mucho más allá de lo que marca su jornada laboral. Uno de estos médicos de pueblo, es Francisco Rodríguez del Río, el doctor encargado del consultorio de Horcajo de los Montes, uno de los municipios donde el coronavirus más se ha cebado con su población y es que con apenas 883 habitantes, hasta 51 personas han tenido síntomas de COVID-19. «Llegaron a coincidir 37 casos» y la consulta se alargó desde las ocho de la mañana hasta las 23 horas, en un maratón solitario para salvar no solo personas, sino la vida del pueblo.

El primero de ese medio centenar de pacientes fue «un señor que vino a la consulta con un cuadro catarral, en la primera semana de marzo». Tenía «síntomas inespecíficos» pero Rodríguez ya había adoptado las primeras medidas de seguridad, solicitando a sus pacientes que pasaran con mascarillas y guantes o que esperaran separados fuera de la consulta. «Se reían de que fuéramos tan exhaustivos» pero con el tiempo ese método fue norma.

Tras ese primer paciente fueron llegando «uno tras otro» hasta que las jornadas laborales fueron un maratón de visitas a domicilio, para hablar con sus pacientes. «Hemos tenido que salir corriendo a los domicilios, con pacientes que han cambiado en cuestión de una hora» como un paciente que tras pasar consulta por la mañana, «con saturación aceptable» a media tarde tuvo que acudir junto a la Guardia Civil a su casa porque no abría la puerta, ya que vivía solo y estaba ahogándose. «Tuve que estabilizarlo y una vez que se logró vino la ambulancia».

La soledad del médicoLa soledad del médico - Foto: Rueda VillaverdePese a ese trabajo de horas, Rodríguez señala que la clave para haberse librado él mismo del virus, por el momento, está en la constancia. «Con todo el protocolo que establezco para evitar la contaminación como vayas con prisas te contaminas seguro», argumenta Rodríguez, para indicar que tras cada visita hay un tiempo, varias decenas de minutos para cambiarse una de las dos mascarillas que lleva, uno de los guantes, la bata o guardar el fonendoscopio y el saturómetro, con el que mide los niveles de saturación de oxígeno en sangre, en bolsas compactas. Se trata de una labor para la que tiene a su lado a su enfermera María Dolores Hervás, ya que juntos, después, deben descontaminar las gafas de protección o el material empleado y quemar aquel equipo que no sea de material desechable, ya que no cuenta con un gran contenedor de residuos orgánicos.

«La situación es de miedo desde el primer momento, al enfrentarnos a un germen que se contagia con tanta facilidad». Ese miedo es el que cada profesional sanitario se lleva a sus casa estos días y que les impide hacer una vida normal. En su caso no come ni cena con su mujer e hijas, utiliza otra estancia, y cuando está con ellos lleva guantes y mascarillas, como ejemplo, del temor que todo trabajador tiene, en estos momentos, de llevar el virus a su casa. Hay que tener en cuenta que en un pueblo a más de una hora del hospital más cercano, la labor de Rodríguez se ha multiplicado porque saber la gravedad de la epidemia implicaba auscultar y conocer si tras la falta de oxígeno había una neumonía y solo en los casos graves se han realizado pruebas en el hospital o se ha ingresado a los pacientes. Tres personas han muerto, en lo que más daño le ha hecho la epidemia.

Tras esas semanas de trabajo extenuante, Rodríguez atiende ahora solo ocho pacientes por COVID-19 en el municipio, personas como el matrimonio formado por Manuel Couso y Adela Serrano, ambos con el virus, y que han tenido que separar sus vidas porque cada uno está en una etapa de la enfermedad. A 70 metros residen uno del otro, Adela en su casa y él en la de la madre de ella. Cada día se saludan desde sus viviendas, hablan por el móvil viéndose la cara sin poder tocarse. «El médico del pueblo me visitó y supuso por los síntomas que podía tener el virus, los síntomas que tuve fueron indiscutibles» como «una poca fiebre, la dificultad para respirar, que estuve en cuatro ocasiones con muchas dificultades, creí que no lo superaba», señala él. «Yo lo estoy pasando mal, me está costando echarle», comenta ella, que recibe la visita de Francisco para auscultarla, comprobar su saturación, temperatura y ver cómo sale de la enfermedad. «Es un virus muy malo, te deja sin esperanaza, por cómo es el ser humano, que tiende a juntarse con las personas y con los demás» y eso es lo primero que ha arrebatado.

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Aunque no hay contacto físico sí que lo hay espiritual y más en una pequeña población. «He recibido mucho apoyo por la alcaldesa y del pueblo que ha estado continuamente a mi disposición para lo que hiciera falta». De hecho ha habido cambios en el municipio para que el cartero pase por el consultorio y recoja los partes de bajas para repartirlos; voluntarios que se ocupan de llevar las comidas de los pacientes que estaban enfermos; y familias que se han hecho cargo de gallinas y otros animales ante la cantidad de personas que había con el virus y que no podían cuidarles durante unas semanas. «No hay otro pueblo de la zona» que se haya visto tan afectado como este señala la alcaldesa de Horcajo, Luisa Aurelia Fernández, quien recordó que en un municipio pequeño las cifras son caras, «nos conocemos todos», y eso quizás ha hecho más fácil que todo el municipio haya trabajado al unísono para frenar los contagios y que la soledad del médico rural sea más pequeña con el apoyo de todos.