Ramón Horcajada

Edeumonía

Ramón Horcajada


Blancos responsables

24/03/2023

Cuenta Bruckner en uno de sus últimos libros, Un coupable presque parfait (creo que no ha sido traducido al castellano), que en un ensayo presentado en 2018 en una revista académica estadounidense, preocupados por el derrumbe del debate intelectual en aquel país, se propuso a los redactores un artículo con párrafos escogidos de Mein Kampf reemplazando 'judíos' por 'blancos'. El trabajo fue rechazado no sin antes recibir los elogios de muchos académicos que se tomaron el texto al pie de la letra. Los tres autores (Peter Boghossian, James Lindsay y Helen Pluckrose) eran conocidos por otros trabajos cargados de ironía y muy críticos con el ambiente intelectual de sus respectivas universidades: uno sobre la cultura de la violación en los perros de los parques caninos de Portland y otro que sostenía que el pene es una construcción social y responsable del calentamiento global. Estos investigadores fueron amenazados de despido por sus respectivas universidades y acusados de dar juego a la extrema derecha.
¿Qué nos dicen estas extravagancias? Además de describir la degradación de las universidades norteamericanas, nos hablan de una mentalidad que vemos a diario en nuestros medios de comunicación. Bruckner menciona un documental en France Culture de 2019 que explica que el color inmaculado de las esculturas griegas es el resultado de dos mil años de una historia reaccionaria, pero que dichas estatuas no eran blancas, sino de todos los colores, algo que se ocultó para promover el blanco como ideal de un Occidente que negó los colores renunciando a la alteridad y al mestizaje. Nosotros podríamos nombrar aquí los anuncios del Ministerio de Igualdad, por poner solo un pequeño ejemplo. 
Occidente ha creado la imagen del culpable perfecto reconociendo sus crímenes a través, incluso, de conciencias tan lúcidas como Bartolomé de Las Casas, Montaigne o Voltaire. La conciencia desgraciada occidental practica el arrepentimiento diario, al contrario que imperios como el ruso, el chino, el otomano o los árabes, que ocuparon España durante siglos. Nosotros somos los culpables y las otras culturas son las víctimas cándidas. Por asumir asumimos hasta la culpa de los otros. Y la debilidad se ha instalado en Occidente asumiendo que el género, la raza y la identidad ha engendrado un discurso feminista, antirracista y descolonizador, para el que el hombre blanco es el único culpable.
En los años sesenta y setenta se asumió el discurso deconstruccionista francés y ahora una gran empresa de reeducación está en marcha en la universidad y en los medios de comunicación exigiendo a los blancos negarse a sí mismos. De repente, Occidente se ha descubierto abominable desde la mirada de las minorías. Como nuestros antepasados fueron como fueron, nosotros somos criminales sin saberlo. Nuestra existencia está condenada a la continua expiación.
¿Cuál es la dinámica de todo esto? Para Bruckner el mal se está combatiendo tan erróneamente que lo único que hacemos es agravarlo, de ahí que el resultado sea una fragmentación infinita y lo que deja esa fragmentación es una mueca de odio salida de la venganza, no de la generosidad. Por eso, y en esto es rotundo el francés, «el progresismo acaba en oscurantismo». De hecho, el panorama no puede ser más sombrío: el racismo está más vivo que nunca y los hombres y las mujeres parecen librar una guerra que durará hasta el fin de nuestros días.
Cada mañana parece que se descubra una nueva ofensa por la que indignarse contra el hombre blanco, de ahí que la liberación jamás será conseguida. Pero es precisamente en las democracias occidentales, donde los derechos de las minorías y de las mujeres son respetados, donde se protesta más contra la violación de las libertades fundamentales. La conciencia de las iniquidades se acrecienta a medida que estas iniquidades se borran y se convierte en enemigo el régimen que nos concede la máxima autonomía. Quizás llevase razón Tocqueville cuando afirmaba que un pueblo se levanta cuando su situación mejora, no cuando empeora, y que el deseo de igualdad es más insaciable a medida que la igualdad es más grande. Una presión anulada no es una felicidad ganada. 
Hoy es necesario, más que nunca, defender la tesis de los dos fascismos: el de la derecha extrema y el de la izquierda identitaria, más sutil porque se camufla bajo el estandarte del discurso antifascista, antimachista y antirracista, pero el acercamiento de ambos extremos es, para muchos de nosotros, el acontecimiento más inquietante de esta última década (hemos oído hasta que habría que reeducar a los jueces). 
La nueva jerarquía y el nuevo pueblo pretendidos no pueden asentarse en la separación definitiva y la denuncia permanente. Es más, cuando la emancipación no se distingue de la persecución es que hay algo de podrido en la parte que a sí misma se llama progresista.