Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


La dignidad del campo

08/07/2022

Es tiempo de lavanda. La del postureo y la de las 16 horas cosechando sin casi descanso. La de las fotos con fondo blanco y morado y la de la máquina que se rompe justo en el momento de empezar la siega. A pesar de las contradicciones que puedan reflejar, son dos realidades totalmente compatibles: el negocio turístico en torno a las aromáticas y su explosión floral y un cultivo que desde hace medio siglo supone una alternativa al cereal.
En Castilla-La Mancha hay más de 4.500 hectáreas dedicadas a este tipo de plantas. Hace tan solo cinco años no llegaban a 2.000. Guadalajara reúne la mayor parte de esa superficie, con 2.500 hectáreas que se siguen ampliando de forma progresiva por todos los rincones. El pionero de este cultivo fue Álvaro Mayoral, un profesor del pueblo de Barriopedro fallecido a finales del pasado año que un verano acudió a La Provenza francesa a visitar a su hermana. El vivo color morado y el olor tan característico cautivaron a Mayoral y decidió introducir este tipo de planta en los campos del entorno de Brihuega. Aquello fue en 1963. De vuelta a España trajo 30 plantas de lavandín que no sobrevivieron ni al viaje en tren ni tampoco a las altas temperaturas que soportaron. Escribió por carta a las personas que le habían proporcionado el material inicial y le enviaron nuevas plantas y también semillas. Ahí encontramos buena parte del origen de lo que hoy se puede ver y también oler en buena parte del centro de la península.     
En la agricultura ningún cultivo es una bicoca y este tampoco. Los profesionales del campo que tradicionalmente se han dedicado al cereal han ido sustituyendo parte de sus parcelas por la lavanda debido al estancamiento -e incluso descenso- del precio del trigo y el cereal. Esto ha cambiado en el último medio año. La guerra en Ucrania y el colapso impulsado por Putin están provocando que millones de toneladas permanezcan bloqueadas, lo que ha elevado el precio, una situación que solo viene a compensar, en parte, la subida de los carburantes, de los fertilizantes y de todo tipo de elementos esenciales para la producción agrícola. En el caso de la lavanda no son ajenos al aumento de la inflación, lo que no se ha visto compensado con la subida de los precios que se paga por la esencia, con picos muy definidos y en el último año a la baja. No es el único problema al que se vienen enfrentando en los últimos meses. El borrador del denominado Pacto Verde de la Unión Europea contempló inicialmente la inclusión de los aceites esenciales de lavanda dentro de la categoría de productos químicos, lo que incluiría la etiqueta de tóxicos. Ni la lavanda está en peligro ni su cultivo tampoco, pero es una amenaza más al sector. Algo similar a la situación vivida por los bodegueros cuando se planteó relacionar el consumo de alcohol -y por tanto del de vino- con el desarrollo de determinados tipos de cánceres. Se llegó a especular con la posibilidad de que en las botellas se advirtiera de que estábamos ante una bebida cancerígena, un extremo que rechazó tajantemente el Parlamento Europeo ante la presión de comunidades como Castilla- La Mancha y la Rioja. En el caso de la lavanda es un aceite esencial utilizado desde hace miles de años, con probados beneficios para la salud y con suficientes garantías que no hacen dudar sobre su ausencia de toxicidad.
En medio de la cosecha, Juan José de Lope, uno de los mayores productores de la región, me acerca al momento de la siega. Había visto la plantación, la destilación, pero me faltaba ese momento indispensable que es la recogida del fruto, con un plus respecto a la cosecha del cereal: el olor y el color. El bucolismo mezclado con el esfuerzo de hombres como los hermanos Ayuso de Valdesaz, José Fulgencio y Antonio, Gerardo, de Morenilla, o de Diego, de Mirabueno. Profesionales que lejos del postureo de las fotos de estos días dignifican el campo y también a sus gentes.