El Reino de Don Quijote desde La Atalaya

Escolástico González
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El tiempo se escapa y los años pasan sin respuesta a eternos problemas por falta de una nueva ordenación que cada día se hace más obligada y necesaria

El Reino de Don Quijote desde La Atalaya - Foto: Ion Echeveste

El parque forestal de La Atalaya, con los nuevos terrenos adquiridos, y con los restos del Reino de Don Quijote, es el espacio adecuado para diseñar la parte verde de la ciudad hasta llegar al río, desde el otro lado de la nueva barrera de hierro que suponen las vías del AVE que nos conectan con Madrid y el norte de España. Cerrar, definitivamente, la expectativa de construcción de viviendas que supuso el convenio urbanístico del Reino de Don Quijote y reutilizar la infraestructura realizada, hoy en manos del juzgado mercantil, es una asignatura obligada para esta y las siguientes corporaciones al mismo tiempo que una oportunidad de rediseñar la ciudad. El tiempo se escapa y los años pasan sin respuesta a eternos problemas por falta de una nueva ordenación que cada día se hace más obligada y necesaria.

La Atalaya. Ver la ciudad desde La Atalaya es gratificante, es imaginar una ciudad desde un espacio natural, un espacio que ha formado parte de la misma desde hace décadas y que la hace más amable y menos ciudad.  Imaginarla, y recorrerla visualmente, desde el corazón del parque forestal, desde su punto más elevado, es ver la ciudad histórica que no existe.

Cuando se observa desde la cumbre de este cerro gordo, ahora lleno de antenas, mirando hacia el sur, se ven especialmente sus torres y edificios más sobresalientes: la Catedral, Santiago, San Pedro, de siglos pasados, y otros más modernos como el seminario, los silos del trigo, etcétera. Y girándose hacia el norte, volviendo la cabeza, se ven los restos de hormigón y asfalto de un reino de fantasía desmoronado y abandonado que se extiende desde la misma falda del cerro hasta la orilla del río Guadiana.

Son la misma cara, como si de una falsa moneda se tratase, de una ciudad que ha crecido desordenada urbanísticamente, una derruida y vuelta a construir en la segunda mitad del siglo pasado, especialmente entre los años 60/70, y la otra, la que se ha querido construir de nuevo en el presente, alejada de la anterior, pero diseñadas bajo el mismo paradigma social de la especulación.  La primera con un plan general de ordenación erróneo que lo amparaba y la segunda mediante convenios urbanísticos que alteraron el último plan municipal aprobado.

En el centro, entre las dos ciudades, la vieja y la de fantasía, el parque forestal de La Atalaya, una superficie forestal de 100 hectáreas que ha sido objeto de ampliación en próximos años consecuencia de la adquisición publica de otras 470 hectáreas, procedentes de las ruinas del Reino de Don Quijote.

La Atalaya ha sido conocida normalmente por dos cosas:  Un sanatorio mental en plena naturaleza, objeto de leyendas, y la otra, por ser el punto más elevado para suministrar agua a la ciudad desde los depósitos de almacenamiento por gravedad.

Una recuperación de los viejos depósitos, hoy cerrados, para crear un espacio de interpretación del ciclo del agua de la ciudad, puede ser solo un ejemplo del uso de la arquitectura industrial que contiene el propio parque. Otras edificaciones, como por ejemplo la casa del guarda, con su torreón de vigilancia, necesitan ser restauradas para acoger un turismo de naturaleza y el resto demolidas por su nulo uso e interés. El parque forestal y su ampliación deben acoger en el futuro toda actividad de la ciudad relacionada con la naturaleza y el medio ambiente, hacer de ello un referente. Una ordenación racional del espacio y una adecuada planificación de todo su entorno, darán a la ciudad la diferenciación medioambiental que compense la destrucción de su historia dentro de la muralla.

El Reino de Don Quijote. Mantener la expectativa de construcción en la actualidad, de una sola vivienda en los antiguos terrenos del Reino de Don Quijote, cuando el proyecto murió en 2011, prácticamente doce años atrás, es una mala noticia. Fracasada la ciudad, de fantasía de casinos y juego que se quería construir al otro lado de La Atalaya, solo queda reordenar y recapitular con un nuevo plan desde el municipio que ponga a salvo a la ciudad de futuras interpretaciones jurídicas y nuevas tentaciones. La ciudad tiene en su perímetro más cercano, y en su propio interior, millones de metros cuadrados para desarrollar y permitir que resucite el Reino de Don Quijote sería la mayor aberración urbanística que se podría producir en el último siglo en Ciudad Real.  (Ver art. de opinión de La Tribuna de 07.03.22: 'La pluma es la lengua del alma').

Las construcciones de las viviendas en el antiguo Reino de Don Quijote solo se justificaban en 2008 por la locomotora que suponían los casinos, campos de golf, un hotel de lujo de 812 habitaciones, un teatro de 3.000 localidades, un centro de convenciones, un spa de 3.500 metros, un hotel balneario, tres hoteles más pequeños, etcétera previstos en el conjunto del proyecto por la creación de empleo, por el modelo de negocio que tenía, amén del pago de 45 millones de euros al Ayuntamiento como compensación. El proyecto hablaba de 9.000 viviendas entre ellas también algo más de un millar, de protección oficial, para darle un tinte social a la operación.

Una ciudad que aún no tiene un segundo cinturón de rondas, sin las variantes de tráfico que ordenen los accesos a la ciudad por carretera, sin autovías que la conecten con el oeste y con el norte, con tres anejos en sus inmediaciones sin ordenar, con un plan de regadío pegado a la ciudad con excedente de suelo, con un plan de suelo industrial entre dos poblaciones sin planificación de accesos... No tiene necesidad de crear un nuevo núcleo de población a 6 kilómetros.

Reutilizar las infraestructuras construidas de caminos, calles, puentes, e instalaciones de servicios de agua, alumbrado o alcantarillado existentes es lo más inteligente y racional para la ciudad y, el Ayuntamiento tiene la obligación de defenderlo, por tres motivos: uno, porque es acreedor del fallido proyecto al no percibir el importe del convenio; dos, porque tiene que evitar que sirvan para usos residenciales creando un nuevo núcleo de población al lado de la nueva zona verde y forestal; y tres, porque la ciudad no se lo puede permitir económicamente al no ser sostenible (solo la actividad industrial del juego lo hacía viable ficticiamente), los servicios y transportes de esta nueva zona arruinarían a la ya existente.

Reutilizar la infraestructura construida. Sin lugar a dudas, una de las construcciones más valiosas es el puente de cuatro carriles sobre las vías del AVE que comunica las dos partes, dando acceso a los millones de metros cuadrados que fueron contemplados en el fallido proyecto de interés singular. De esos millones de metros cuadrados una gran parte está sin urbanizar, otra ha sido adquirida ya por el Ayuntamiento para ampliación de La Atalaya, una pequeña parte está en uso y explotación - el campo de golf de nueve hoyos al lado de la depuradora -  y el resto, la construida y urbanizada cruzando el nuevo puente se están deteriorando por falta de uso.

Cualquier destino de esos millones de metros cuadrados para la ciudad, que contribuyan a fijar una identidad propia de ciudad medioambiental sostenible entre el río y el parque forestal, y a un desarrollo que no esté basado en la especulación será mejor que construir nueve mil viviendas.  Aquí, en esta parte de la ciudad, es donde realmente se necesita de un concurso de ideas abierto a profesionales y ciudadanos para su ordenación de cara al futuro. Ideas existen, pregunten.