José Rivero

Doble Dirección

José Rivero


Pasa el año

05/01/2022

Pasa el año como un huracán, por el frente de la ventana abierta de mi casa, mientras yo miro su desfile lento y dubitativo. A veces cierro los ojos y miro adentro. Un pasacalles más, un año menos. Pasa el año, otro más, como pasa el funeral del enemigo declarado según establece el cuento árabe, que sólo reclama paciencia para revertir los acontecimientos y sus pesares, por el solo hecho de esperar y mirar a ver. Revertir los acontecimientos y enfriar las venganzas y su servicio. Paciencia del que mira pasar el desfile funerario del adversario y el desfile imparable del calendario, que al final se unifican esos dos desfiles. Como si en ese hecho de mirar despacio y atento se escondieran las claves de la esperanza, de alguna esperanza. No diré ya, las claves de la felicidad, de todo tipo de felicidades. Salvo que, por ello, por esa felicidad escamada y aturdida, aludamos al hilo del tiempo que se devana de la madeja de la vida, como lo hace el hilo de la costura y de la labor.
Y con ello, con ese pararse a mirar lo que pasa y desfila, me inclino a bucear en la lógica de los cantables memoriosos que han forzado el relato de la vida desde cierta espera melancólica que aguarda, como aguarda la vida misma. Así los inefables León, Valverde y Quiroga, escribían sus Ojos verdes, con la escena gráfica y erótica del «apoyá en el quicio de la mancebía, miraba encenderse la noche de Mayo». Por más que ahora las luces encendidas sean de otro mes: ya diciembre que pasa, ya enero que llega. Una apoyatura en el marco de la puerta del lupanar –hoy ya un contrasentido y además, políticamente incorrecto– con variadas interpretaciones, desde la recordada de Concha Piquer, a otras posteriores. Curiosamente cantadas por hombres: Carlos Cano, Antonio Carmona, Miguel Poveda o Pedro Guerra.
En la otra órbita de la melancolía sentada, como otra forma de espera, y entonada con otros ritmos, como los desplegados por Ottis Redding en Sitting on the dock of the bay. Aunque ahora no sea la noche de la calle empedrada del mes de mayo cordobés, sino las aguas estadizas de la bahía de San Francisco. «Sentado una mañana más/ en el muelle cuando el sol se va…Estoy sentado en el muelle otra vez/ la gris bahía bajo mis pies». Incluso la lucidez de esa espera del muelle deja ver lo invisible. «Parece que nada va a cambiar. Todo aún continúa lo mismo».

ARCHIVADO EN: Huracán, Valverde