Un hígado y un corazón para dar la vida a Toni Costoso

Hilario L. Muñoz
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Cuatro meses le dijeron que le quedaba a Toni Costoso en junio del año pasado. Casi un año después, este ciudadrealeño es la primera persona que ha sobrevivido al doble trasplante

Un hígado y un corazón para dar la vida a Toni Costoso - Foto: Tomás Fernández de Moya

Hace más de medio año que Toni Costoso superó la esperanza de vida que le dieron los médicos. En junio del año pasado le descartaron para todos los tratamientos. Le dijeron que le quedaban cuatro meses de vida. Hoy, este ciudadrealeño de 56 años, residente en el barrio del Pilar y conocido por su afición al fútbol base de la capital, es la primera persona de España que ha sobrevivido al doble trasplante de hígado y corazón. Lo ha hecho sin rechazos y ahora puede seguir con su vida y con sus aficiones, como la de arreglar lo que se da por perdido, casi como le pasó a él, durante la pandemia. «Me preguntan si me dio miedo y yo respondo que con la muerte siempre estoy luchando, a ver quién gana». 

La salud de Toni Costoso empezó a decaer en el año 2014. «Siempre había tenido problemas con el hígado, pero nunca me habían mandado medicinas». El problema es que el hígado es un órgano que no avisa, se le iba estropeando hasta que llegó un momento en que le diagnosticaron cirrosis. «En la primera visita con un nuevo digestivo me dijeron que me fuera a Madrid». Su hígado pesaba 600 gramos, cuando el de una persona normal supera los dos kilos. «Tenía menos de la mitad». 

Por otra parte, en plena pandemia, Toni empezó a sufrir desvanecimientos. Se caía sin saber el motivo. «Me fui a Urgencia con un dolor de pecho que no se me quitaba». Lo que, en principio, era un dolor muscular, finalmente se convirtió en un diagnóstico de infartos. «Me pusieron un DAI y tres stent» y parecía que todo iba bien. 

Un hígado y un corazón para dar la vida a Toni CostosoUn hígado y un corazón para dar la vida a Toni Costoso - Foto: Tomás Fernández de Moya

Con los meses, los problemas se agravaron, la operación fue fallida y llegó al hospital Gregorio Marañón, donde le diagnosticaron un fallo cardiaco y hepático terminal. Le llegaron a decir a su madre, con la que vive desde que se divorció, que lo mandaban para casa, porque no se podía hacer nada más por él. 

«Nunca había pensado en el tema de un trasplante». En Madrid, durante el desarrollo de unas pruebas, le hablaron de la posibilidad de trasplantarle el hígado. Creyeron que iba a estar seis días y acabó ingresado más de 50 para hacerle todas las pruebas. «Al final, me vinieron con la mala noticia, no se puede hacer el trasplante, porque no tienes corazón y en una intervención me iba a quedar en la cama». Le dijeron que él decidiera, «pero ya estaba todo decidido». Pasados unos días, le comentaron que podía optar por ser un pionero. «La única opción, que no se ha hecho nunca, era un doble trasplante simultáneo de corazón y de hígado». Una operación sin seguridad de que saliera bien. «Me da igual morirme dentro de cuatro meses que antes, pero, si de paso, mi operación vale para salvar a más personas el día de mañana, mejor», fue su respuesta. 

Con perspectiva sabe que aquel razonamiento era una «mentira» para sentirse mejor. De hecho, cuando le dijeron que se moría se compró «un buen coche», un Volvo, y lo arregló para dejarlo a su hija cuando todo saliera mal. «Me despedí de todo el mundo». En el Gregorio Marañón le esperaba un equipo de 30 profesionales del programa de Cardiopatías Congénitas del Adulto, la Unidad de Trasplante Hepático, el Servicio de Cirugía General y en el Banco de Sangre, esencial en esta operación, que requirió muchos componentes sanguíneos. Durante 12 horas estuvieron trabajando con él, dejándole dos cicatrices que le acompañarán toda su vida como un recuerdo de su lucha con la muerte. 

Un hígado y un corazón para dar la vida a Toni CostosoUn hígado y un corazón para dar la vida a Toni Costoso - Foto: Tomás Fernández de Moya

Cuando le despertaron le dijeron «bienvenido» y pensó: «Ya he salido otra vez de esto». Por delante le quedaba seguir luchando, porque no son unas vacaciones la vida que tiene, ya que ahora es el momento de hacer frente al rechazo. Se trata de una lucha más, tras las muchas que lleva estos años y que cree fue el motivo por el que los médicos decidieran intentar el doble trasplante con él. «Conmigo probaron de todo, hasta me dejaron ciego, pero yo salía de todas, me vieron fuerte y probaron la técnica conmigo».

Tras seis meses de aquella operación, ahora le dicen que todo va perfectamente. «Los análisis de antes se parecían a las notas que tenía en el colegio, aprobar religión y educación física y lo demás, negro. Ahora son todo aprobados». Hay cosas secundarias, tras el trasplante, como la cantidad de medicamentos que tiene y sus efectos, pero «en la balanza todo está mejor». 

En la historia de Toni hay otro protagonista, la Federación Nacional de Enfermos y Trasplantados Hepáticos (FNETH) que le ofreció uno de sus pisos para enfermos y familias para empadronarse en Madrid. Gracias a ese piso se le pudo operar y cumplir con el protocolo, tan escrupuloso que deben cumplir las personas trasplantadas antes y después de una operación como esta. «Era un piso compartido con cuatro habitaciones y pagando un precio simbólico». En él vivió el 8 de diciembre, cuando dejó el Gregorio Marañón, casi dos meses después de la intervención. 

«Antes era un deportista» y «un trabajador», una persona que ha entrado en casi todas las casas, como uno de los primeros antenistas de la capital. «Por unos trabajos o por otros me conocen» y, de hecho, fueron muchos conocidos los que rezaron y se preocuparon en los días de vida o muerte. Entre ellos estaban sus dos hijos, que siempre confiaron en que saldría de aquella operación. 

«El donante dona y la persona que lo recibe se salva y es feliz, pero no solo le ha ayudado a él, sino a vecinos, amigos... Son cientos de personas que se alegran de verle en condiciones», resume al pensar, en la persona a la que le debe su vida desde octubre del pasado año. Salvo que es joven, algo que intuye por la nueva vitalidad que tiene, desconoce cualquier otro dato. «Habría que concienciar más, porque la edad del donante es muy alta y una donación cuanto más joven es mejor». A sus 56 años, reflexiona «en los amigos perdidos» y las vidas, como la suya, que podrían haber salvado con una donación. «Para ir a una urna, por quitar 100 gramos, no pasa nada, y dan mucha vida esos 100 gramos».

Aunque fue hace menos de un año, ahora queda muy lejos aquel momento en que le dieron cuatro meses de vida y en el futuro, por delante, se plantea proyectos a corto plazo. «Estoy muy sujeto», pero se plantea cumplir con sueños que siempre ha ido postergando, como aprender a tocar la guitarra, o viajar, otra de sus pasiones.