Juan Villegas

Edeumonía

Juan Villegas


¿Pensar o no pensar?

04/11/2022

A toda página de un importante semanal, la imagen en blanco y negro de alguien que luce una espléndida melena rizada, ya cana, que viste una funcional chaqueta negra abotonada hasta un cuello Mao y que mira de frente desde arriba hacia abajo sobre el fondo de un cielo en el que se difuminan algunas nubes altas. En medio de la página resaltan con rotundidad las letras blancas del mensaje: «Piensa menos». Quien aparece retratado es Steven Pinker, el afamado psicólogo cognitivo que ha saltado a la fama internacional por algunos de sus ensayos convertidos en superventas. Me ha sorprendido encontrar a este catedrático de Harvard haciendo un anuncio publicitario para Adolfo Domínguez, campaña que incluye también un interesante video en el que el psicólogo explica las reglas con las que funcionan los ciclos de la moda. Según él, la primera de estas reglas es que la gran mayoría de las personas intentan imitar la manera de vestir de las élites. Esto hoy resulta muy fácil ya que la industria de la moda pone a disposición de las grandes mayorías la posibilidad de imitar de forma barata y rápida (en eso ha consistido precisamente el éxito de Zara). La regla segunda consiste en que las minoritarias élites, para seguir siendo élites, necesitan diferenciarse y para ello deben escapar de esta persecución imitadora que al final termina difuminando la separación entre unos y otros. Las élites buscan rápidamente alternativas a las copias y nuevos modos de diferenciarse, modos y medios que son proporcionados también por la industria de la moda a través de novedosas, caras y exclusivas tendencias. Al final, todo esto se convierte en un agotador proceso en el que los individuos, unos y otros, se van dejando la energía vital y la posibilidad de ir construyendo su propia identidad, proceso que es propiciado por la industria de la moda y del que salen sus no pocas ganancias.
 Me imagino que Pinker es consciente de que la reflexión que hace sobre los ciclos de la moda tiene mucho que ver con las tesis que el sociólogo francés Pierre Bourdieu mantiene en su ensayo de 1979 La distinción. En este ensayo el autor realiza un estudio sobre los gustos culturales de las distintas clases sociales y concluye a partir de sus investigaciones que las élites que definen la hegemonía cultural tienden a ser imitadas por el resto y que cuando detectan que sus gustos están siendo imitados inmediatamente los cambian y buscan nuevas formas a través de las cuales marcar la diferencia. Para Bourdieu los procesos psicológicos de construcción de la identidad y de búsqueda de la individualización se han convertido en la infraestructura que alienta, mantiene y hace funcionar el sistema capitalista, ya que se encarga muy eficaz y eficientemente de satisfacer al mismo tiempo los deseos de quienes imitan y de los imitados, proporcionando, a unos, productos asequibles que los hacen sentirse cercanos a las élites y, a los otros, nuevos y exclusivos que los alejan y distinguen de la gran mayoría, productos que no tardarán en convertirse a través de versiones adaptadas para el gran consumo en productos de acceso generalizó al alcance de cualquiera.
 Para Pinker este sistema ya no es sostenible, porque termina agotando a los individuos, degradando la paz interior de las personas y el equilibrio ecológico del planeta. Lo que me sorprende es que Pinker, que ha abanderado en los últimos años la defensa de la racionalidad y de la Ilustración -aquel proyecto del siglo XVIII que confiaba en el progreso humano basado fundamentalmente en el uso de la razón y cuyo lema nos sigue interpelando desafiantemente: ¡Sapere aude! (atrévete a pensar)- nos inste ahora a «no pensar» y nos proponga que la mejor manera de plantar cara a este sistema, según él, destructivo de la salud y del planeta, sea caer en una especie de ataraxia racional, de suspensión del juicio, un nirvana del discernimiento o estado de a-logia, eso sí, en el que todos deberíamos vestir de Adolfo Domínguez. Si ya de por sí la propuesta de Pinker y Adolfo Domínguez me resulta poco convincente, menos aún me lo parece por el hecho de que hace un año la misma marca de moda nos lanzaba otra campaña publicitaria cuyo eslogan era: «Piensa. Luego compra». Los sofistas, esos filósofos que despreciaban a Sócrates por su empeño en buscar la verdad, consideraban que la excelencia se alcanzaba con el dominio del arte de convencer, arte cuyo culmen lo alcanzaría quien pudiese llegar a hacer creer una cosa y su contraria si eso fuera conveniente. Quizás la sociedad buscada sea la que no esté preocupada por la verdad, por la sabiduría, por el cultivo del pensamiento crítico y creativo, una sociedad de ciudadanos poco formados y dóciles, en definitiva, al acosador marketing, comercial o político.