Alejandro Ruiz

EL REPLICANTE

Alejandro Ruiz


007

07/10/2021

Algunas veces cuesta ver la realidad de los cambios que te rodean, darse uno cuenta de que el mundo que conoces o que conocías,para bien o para mal, ha cambiado. Los cambios son lentos y progresivos y puedes llegar a estar viviendo en otra realidad social, prácticamente en otro planeta, sin percatarte de que todo ha cambiado. Los cambios sociales transforman la naturaleza y la organización de las sociedades en el ordeneconómico, demográfico, político, laboral, cultural o familiar, sin que te dé tiempo a verlos venir. Hasta que, de repente, ocurre algo o ves algo que te abofetea, te despierta y te despabila, abriéndote repentinamente los ojos para observar estupefacto la realidad transformada de manera inexorable e irreversible. 

En mi caso, pese a considerarme más o menos enteradillo y tener una opinión forjada sobre las tendencias en la dirección y las secuencias de los cambios, esa colleja sorpresiva que te constata que definitivamente todo ha cambiado, me la llevé el otro día en el cine, cuando fui a ver la nueva película de la saga del agente 007, ‘Sin tiempo para morir’. 

Que el virus de lo políticamente correcto haya llegado hasta el punto de cambiar las características del personaje de James Bond, ‘con licencia para matar’, creado en su día por Ian Fleming, después de una serie de novelasy películas mundialmente archiconocidas, constata el nefasto triunfo del bicho que arrasa con la libertad de expresión, el discurso libre, el pensamiento crítico heterodoxo, la confrontación de ideas y el racionalismo.

Lo de Bond no es más que otra muestra del retroceso de los avances que la ilustración marcaron en el desarrollo de la Civilización de Occidente, sumiéndonos a todos en una especie de dictadura tóxica de lo correcto. El catedrático de filosofía Manuel Ballester, señala que «lo políticamente correcto remite a un modo de actuar y de hablar que se está imponiendo, pero no pacíficamente como si se tratase de una nueva moda. Se trata de una imposición a base de legislación y que cuenta con un poderoso aparato censor y punitivo. Remite, por una parte, a una cierta visión buenista de la sociedad que, por otra, se contradice con el modo inquisitorial en que se aplica». De esta forma, el nuevo James Bond es una evidencia más de la globalización de lo políticamente correcto, con riesgo de letargo ideológico de consecuencias mundiales imprevisibles, que a mí personalmente me ha llegado como bofetón literario o cinematográfico final, para enterarme de que hasta ahora Bond no era más que un despreciable acosador, afortunadamente recuperado para servir de monaguillo. 

Todo está perdido en la nueva práctica del totalitarismo de la moderna Inquisición. A James Bond solo le falta que cuando pida sucóctel habitual de Martini, «mezclado, no agitado», se lo pongan sin alcohol, no sea que vayamos a ofender a algún alcohólico.