Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


La amistad

11/11/2021

La puerta de la nevera está llena de imanes. No son recuerdos de múltiples y diferentes viajes, ni una colección incompleta ni los regalos que se compran a última hora para que se sepa que se acordaron de uno. Esos imanes son un grano de arena en un enorme desierto, el simbólico apoyo a una pequeña ONG que los vende y ahorra para luego repartir un poco de felicidad donde más falta, donde nada tienen, aunque, a veces, se descubra que sus corazones albergan mucha más riqueza que la riqueza material.
Todos son iguales, el mismo color y tamaño como esas manzanas rojas y brillantes que se exhiben en un escaparate. Imanes como pequeñas monedas en las que se han dibujado una OCA (así se llama la organización) y que se distribuyen por toda la nevera con un objetivo concreto: sujetar, evitar que los versos de diferentes autores y los recortes de periódicos vuelen lentamente como una hoja en otoño hasta caer al suelo.
La nevera es amarilla, como el resto de los muebles de la minúscula cocina. Un color que se pierde entre las palabras sabias de los poetas: Félix Grande con Si tú me abandonaras (mirarte día y noche, mirarte mientras viva); Alejandra Pizarnik y su Despedida (Mata la luz un fuego abandonado); De tanto amarte y tanto no quererte de Luis Alberto de Cuenca (Tu ropa no perfuma ya la casa); Jacobo Fijman y su Despertar (Música de las nieblas y risas de las selvas); Jaime Sabines y Los amorosos (Se van llorando la hermosa vida); Walt Whitman, Alfonsina Storni… y Valentín Arteaga con su artículo titulado El don inapreciable de la amistad.
Acaba de llegar a casa. Va directa a esa nevera poética para coger agua. Antes de abrirla, se detiene y sonríe. No queda ni un hueco. La palabra amistad se clava en sus pupilas y crece como una galleta que se empapa de leche, como una luna llena que quiere acariciar la tierra. Quita los cuatro imanes colocados en las esquinas que, como los cuatro ángeles de la guarda, protegen el recorte del periódico. No tiene fecha, pero intuye que fue escrito hace muchos años. 
La amistad, susurra como si quisiera acariciar la palabra. Y por su cabeza comienzan a desfilar inolvidables momentos… Primero, maravillosos; luego, no tanto. Y siempre ellos, los amigos, sobre todo cuando la vida te da sorpresas no deseadas. Y, como en un hermoso desfile, empieza a ver sus caras; manos tendidas que ayudan a levantarse cuando se cae; sombras que avanzan a la vez y hacen que el difícil camino no lo sea demasiado; luces que evitan acercarse al precipicio.
Se sienta en el suelo y relee hasta perderse en la serena voz de Arteaga: «La amistad es uno de los regalos más luminosos de la vida… Con el tiempo se va convirtiendo en resplandor y en él nos cobijamos acercando nuestras manos, alguna vez ateridas, a la lumbre que jamás se consume».

ARCHIVADO EN: ONG, Recortes, Félix Grande, Cuenca