José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Amalia Avia, interiores

29/11/2022

Escribía el pintor (figurativo) Balthus que «en un cuadro no pasa nada, el cuadro es, sencillamente, es por esencia o no es». Esa ahistoricidad de la pintura podría trasladarla yo a la circunstancia temporal que no relacionaba entonces mi lectura de las memorias de la pintora manchega-toledana Amalia Avia (1930-2011), De puertas adentro, de 2004, con la inminente antológica suya en las salas Alcalá 31 de la que no tenía noticias. 
Fui así de lo autobiográfico por escrito a la prosa pictórica de la exposición, como podría haber sido al contrario. En las memorias están las trágicas vivencias familiares, el relato sencillo desde su Santa Cruz de la Zarza natal hasta su llegada a Madrid y al arte: esposa del pintor abstracto Lucio Muñoz, cuatro hijos, su entrega a la familia y el merecido reconocimiento artístico, además de su pertenencia a esa otra familia conocida como los realistas madrileños (Antonio López y María Moreno, los hermanos López Hernández, Esperanza Parada, Isabel Quintanilla). Sobre el futuro de esta corriente pictórica de grupo, decía ella que dudaba de su porvenir si no irrumpe la figura del tomellosero Antoñito, el más joven: «Sin él el grupo realista no había tenido tanta fuerza, en plena eclosión abstracta».
Pero si Antonio López, como todo el mundo sabe —lo veían cada mañana pintar el célebre cuadro de la Gran Vía o ahora la Puerta del Sol—, trabaja mucho en la calle, Amalia nunca sacó fuera los trebejos pictóricos. Cientos de puertas y tiendas abandonadas, de fachadas grises y puertas tapiadas, de gente esperando el autobús o subiendo escaleras del metro, de bares con sillas de formica o casetas ferroviarias de agujas, llegaban a su pintura desde las fotos, dejando para el natural solo los interiores, siempre vacíos, los viejos enseres, esa vida por dentro que va dejando sus esquirlas en las cosas materiales más cercanas; no fue autora de retratos, la gente aparece poco y casi sin rostro, sólo su huella. Por seguir en esta impremeditada comparación de lo pictórico-real con Antonio, si él es la poesía existencial con un punto de misticismo laico, Amalia sería la narrativa de la épica cotidiana, donde la realidad forma parte de una ficción oscura que se revela lentamente.
Lo que no acierto a encontrar, pese a lo apuntado por la comisaria de la exposición Estrella de Diego, es lo conceptual en su obra, por mucho que se expongan las fotos de los exteriores, e incluso reproducidos sus anversos manchados de pintura en el catálogo; el proceso previo a la pintura —se dice expresamente en otros textos— jamás lo consideró parte de la obra. Todo artista tiene sus circuitos creativos y su particular manufactura mental sin necesidad de modernizaciones de pie forzado. Digamos, sí, que Amalia Avia nos ha abierto todas sus puertas.