La campaña finaliza

M.H. (SPC)
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Con la llegada del verano se pelan las últimas ovejas en España. Trabajadores llegados de fuera, sobre todo de Uruguay, vienen para hacer, una vez más, la labor que los españoles no quieren

La campaña finaliza

Durante siglos, el comercio de la lana fue una actividad tremendamente lucrativa. Desde finales del siglo XIII a principios del XIX, la Mesta, institución que aglutinaba inicialmente a los ganaderos de ovejas de Castilla y de León, proveyó de lana a la industria textil en una época en el que la disponibilidad de otros materiales para elaborar tejidos era escasa (no se había extendido el uso del algodón por Europa y, desde luego, no había fibras artificiales). Además, nos dejó un rico patrimonio en forma de cañadas reales que sigue utilizándose hoy en día por los últimos trashumantes.

Sin embargo, actualmente la lana, al menos en España, ya no es una fuente de ingresos, sino más bien de gastos. Porque, a pesar de que el producto está absolutamente depreciado, la esquila sigue siendo imprescindible para las ovejas al menos una vez al año y los ganaderos se ven obligados a pagar por pelar sus ovejas aunque luego no tengan oportunidad de conseguir beneficio alguno por los vellones obtenidos.

En España, la campaña de esquileo está dando sus últimos coletazos. Pocas ganaderías quedan ya que no hayan aligerado a sus ovejas de la lana crecida durante el invierno y Cultum ha visitado uno de esos últimos rebaños. Jesús, el ganadero, cuenta con algo menos de mil ovejas churras dedicadas exclusivamente a producir cordero lechal y todos los años, coincidiendo con el final de la primavera o el inicio del verano, tiene que contratar a una empresa que deje a sus ovejas listas para sobrellevar los calores estivales.

La campaña finalizaLa campaña finalizaIgnacio es uno de los dos socios que regentan la empresa Esquiladores de la Montaña de León y son sus trabajadores quienes se encargan de esquilar a las ovejas de Jesús. Aunque explica que tiene trabajo para mantener a 10 o 12 empleados durante todo el año, aclara que la temporada fuerte es la primavera, desde últimos de abril hasta estos días, época en la que necesita entre 50 y 60 esquiladores para dar abasto con todos los encargos. «Cuesta encontrar trabajadores españoles. Los hay, pero demasiadas veces quieren trabajar sin alta en la Seguridad Social porque están cobrando alguna ayuda o cualquier otra razón y yo no me puedo permitir eso. He llegado a tener polacos, neozelandeses, escoceses o irlandeses, pero ahora mismo el país del que vienen más esquiladores es Uruguay».

Óscar es uno de esos uruguayos que vienen a España para ganarse la vida durante unos meses. Calzado con unos curiosos escarpines de fieltro, deja salir las ovejas ya peladas y mete, con la ayuda de sus dos compañeros, una nueva remesa de los animales de Jesús en el recinto que han preparado para llevar a cabo su labor. «Estos zapatos no tienen suela, están hechos solo con el mismo pelo de la oveja». Y ¿por qué los usa? «Ayudan a sujetar al animal, a que no se resbale. Con unas zapatillas normales se las controla peor». Al parecer, hacen un efecto similar al del velcro. Hay que tener en cuenta que una mano está ocupada con la máquina de cortar, por lo que con la otra y las piernas tienen que mantener a la oveja sujeta para poder esquilar con cierta comodidad.

Porque colocar a la oveja en su lugar e inmovilizarla no es sencillo. Son animales que pesan entre 60 y 70 kilos (las de la raza assaf sobrepasan los 80) y tienen mucha fuerza; y si no quieren hacer algo es complicado obligarlas. Al ver a los esquiladores separarlas del resto del rebaño y situarlas sobre las tablas preparadas para la labor parece una tarea sencilla, pero nada más lejos de la realidad. Sin embargo, con miles de ovejas esquiladas a sus espaldas, la práctica ayuda mucho, obviamente. Aún así, hay diferencia entre animales que habitualmente están estabulados y más acostumbrados a la presencia y al manejo humanos que las que ilustran este reportaje, que salen todo los días a pastar al monte y cuyo contacto con las personas (aparte del pastor) se reduce a la visita de los veterinarios tres o cuatro veces al año y poco más.

La campaña finalizaLa campaña finalizaSegún explica Maximiliano, otro de los esquiladores que pelan las ovejas de Jesús, pueden pasar por sus manos entre 200 y 300 animales al día. No es solo cuestión de habilidad, sino también de voluntad, porque ellos cobran por oveja esquilada. Óscar reconoce que se gana dinero, pero también advierte que no es un trabajo cualquiera: «Esto es para hacerlo un par de años y luego abandonarlo». Pelearse con 250 ovejas, sujetarlas y pelarlas con la espalda doblada durante largas horas no es una jornada laboral que pueda resistir cualquiera. De hecho es muy raro ver esquiladores que no sean jóvenes. «Pasamos diez meses al año fuera de casa. Aparte de la campaña en España también viajamos a Brasil o Chile, además de esquilar en Uruguay. Íbamos a irnos hoy, pero al final nos quedamos 12 días más». Habiendo trabajo prefieren prolongar el periodo de estancia y aprovechar para ganar más dinero.

Aparte de la espalda, también las manos sufren. Maximiliano muestra las suyas, completamente encallecidas. ¿Guantes? «No se puede trabajar con guantes. Hay que tener tacto y con los guantes se pierde». Y hay que tener tacto porque esquilar no es solo pasar la máquina por la piel de la oveja, sino hacerlo con cuidado. Si se hace a las bravas se les puede provocar heridas a los animales; incluso con precaución a veces ocurre, pero se tratan inmediatamente con un espray antiséptico que favorece la cicatrización y evita infecciones.

Cambio de patrón. Ignacio, de Esquiladores de la Montaña de León, explica que eso de esquilar en primavera para pasar el verano es lo que se ha hecho toda la vida, pero no es necesariamente la mejor opción. «También esquilamos en Francia (aparte de cubrir una buena parte de España) y allí cada vez más se hace en enero y febrero». La razón, según expone, es lógica, aunque de primeras pueda parecer lo contrario. «Sin la lana en invierno, el animal pasa frío y come más para combatirlo. Esto se traduce en mejor leche o en un crecimiento más rápido de los animales si se trata de ganaderías de carne». Así, en vez de para aliviarlas del calor estival, se usa también para causar el efecto opuesto.

La campaña finalizaLa campaña finalizaAdemás, añade Ignacio, «si se las esquila un tiempo antes del verano llegan a la época de más sol ya con dos dedos de lana, lo cual las protege de la radiación». Lo cierto es que cuando Óscar o Maximiliano terminan con un animal se le ve perfectamente la piel rosada bajo el poco pelo que queda, una piel que no está preparada para intensas exposiciones al sol. Adelantando unas semanas el esquileo se evita que lleguen «desnudas» a la época de mayor exposición.

Otro aspecto de este trabajo que ya no es lo que era es la frecuencia con la que se realiza. Siempre se ha esquilado una vez al año y la mayor parte de las ganaderías mantienen esa costumbre, pero la cosa está cambiando. «Cada vez hay más ganaderos que pelan a sus ovejas dos veces al año, sobre todo en el caso de rebaños estabulados. Fuera de España, en países como Australia, esta práctica es común», cuenta Ignacio. Como en el caso anterior, la oveja sin lana come más, favoreciendo la producción de leche y de carne. Ese trabajo que se demanda fuera de la campaña habitual es el que le permite mantener una docena de empleados todo el año.

Como en todo lo relacionado con el campo, las cosas están cambiando. Ya no se esquila igual, la lana ya no vale lo que valía y los españoles, de manera similar a lo que ocurre con otras labores del campo, no queremos saber nada de este oficio ancestral. Pero una cosa sí es segura: mientras siga habiendo ovejas en nuestros campos, seguirá habiendo esquileo y esquiladores.

 

El valor de la lana.

De la oveja churra se obtiene el que para muchos es el mejor lechazo y también excelente leche para quesos, pero la lana no es su fuerte. José Mari recoge el producto de la explotación que ha visitado Cultum, pero reconoce que lleva sin vender nada tres campañas. «Tengo guardada en un almacén la lana de los tres últimos años en espera de que el precio se recupere, porque ahora no vale nada». Explica que la lana churra se emplea básicamente para alfombras y moquetas. En el primer caso suele irse a países orientales y en el segundo los destinatarios son países del norte de Europa. Pero cada vez hay menos demanda en países asiáticos (en China está el asunto muy parado por el coronavirus, que vuelve a provocar confinamientos y ralentización económica) y la moqueta ya no se coloca en obra nueva, con lo que las salidas han menguado. No se utiliza para prendas de vestir porque es más basta que la merina. «La churra tiene un calibre 6, mientras que la merina tiene un 3; esto significa que la merina permite hacer hilos más finos y es más suave», aclara. Aún así, añade, «la merina tampoco vale nada últimamente. Es cuestión de ciclos en la moda: durante unos años no se hacen prendas de lana y luego, sin razón aparente, vuelven a llevarse y el precio sube». Actualmente, ni con la lana de las ovejas merinas se llega a cubrir el precio que cuesta esquilarlas. De pagarse a casi dos euros y medio el kilo hace unos años ha pasado a valer menos de uno.

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Buena parte de la lana se manda en balas a países asiáticos, que han asumido el trabajo que antes copaba la industria textil catalana, hoy en horas bajas. Se puede mandar lavada, pero últimamente, cuenta José Mari, cada vez se manda más lana sucia porque en destino (normalmente países asiáticos) es más barato lavarla (mano de obra) y hay menos trabas en lo que se refiere a requisitos medioambientales. Una vez más, un sinsentido: lo que en la UE está prohibido lo hacen terceros países por nosotros y luego el producto resultante (ropa proveniente del sudeste asiático) es consumido en territorio comunitario.

ARCHIVADO EN: Uruguay, Trashumancia