Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Crónica previa a la jornada de la fiesta de España

10/10/2022

Pienso que este año tanto La Moncloa como La Zarzuela tienen especial interés en celebrar un 12 de octubre que sea, en efecto, el día de la fiesta nacional, el día de España, una jornada para ese cierto orgullo patriótico que, desde hace siglos, nunca hemos, esta es la verdad, derrochado. Ahora vivimos tiempos de intensos cambios, en los que importa mucho subrayar la solidez de la unidad nacional y la fortaleza de sus instituciones, comenzando por la principal. No sé si lo lograremos.

Las ausencias, en la recepción que los reyes ofrecen a la sociedad política y civil en el Palacio de Oriente, van a ser, desde luego, muchas menos que las presencias. Pero van a ser, como siempre, significativas. Ni los nacionalistas y separatistas, ni algunos representantes del partido que forma coalición gubernamental con el PSOE se dejarán ver por el palacio real, mostrando una vieja y por otra parte legítima, pero preocupante, discrepancia con los fundamentos del sistema. Nada nuevo, por otra parte, pero sí, esta vez, superadas las limitaciones de la pandemia, quizá con nuevos elementos: ahí está, por ejemplo, la ruptura del independentismo en Cataluña, donde el moderado Pere Aragonès tratará esta semana de formar Govern sin los extremistas de la secesión que comanda el fugado Puigdemont.

Creo que las formaciones, pese a todo moderadas, que integran el neo-bipartidismo tienen una oportunidad de oro para reconducir un proceso y un procés que no nos llevan a nada. Es el momento de que el socialismo diga alto y claro algo que para mí, pero no para todos, es patente: con el PSOE, incluyendo todas sus flaquezas y titubeos, ni se romperá España --al final, los socialistas catalanes han de ser los que remienden los rotos, diga lo que diga Oriol Junqueras-- ni se acabará la Monarquía. Y el PP, por su lado, ha de ser ese partido, una opción seria de gobierno, que tienda la mano para superar las dificilísimas circunstancias que quizá nos acechen este invierno, cuando nos dicen que toda Europa hace acopio de leña por lo que pueda pasar y nada menos que el hombre más poderoso del mundo advierte en serio del riesgo de un Armagedon nuclear propiciado por un loco o que, al menos, lo parece.

En este contexto, España no puede seguir siendo ese lugar cuyos habitantes son los más fuertes del planeta, como se mofaba Bismarck, porque llevan siglos intentando destruirse sin haberlo conseguido nunca. El riesgo de las dos Españas, la de los ricos y los pobres, la de tierras vaciadas frente a las superpobladas, la que suprime impuestos y la que los crea 'ex novo', tiene que desaparecer para dar paso a un país con máxima seguridad jurídica y trabajando por un horizonte común. Esta nación no ha de ser patrimonio exclusivo voceado por quienes se ponen pulseras con los colores nacionales para proclamar, invocando a la patria, sus ideas sectorizadas y 'sectarizadas'.

No sé si llegaremos a atisbar algo de espíritu de unidad en el 'besamanos' que tradicionalmente jalona la jornada festiva nacional. Temo que la cosa seguirá de corrillos aparte, de los de siempre con los de siempre y hablando de las mismas cosas de siempre. Pero hay que insistir en que este año no va a ser como siempre, y ahí, por ejemplo, está la peculiar situación política catalana, tan mal gestionada por personajes incapaces de superar los fanatismos y la política 'testicular', para demostrarlo.

Nuestro país ha experimentado, en los últimos ocho años, desde que, a mi juicio, acabó la primera transición con la abdicación de Juan Carlos I y comenzó el reinado de Felipe VI, una evolución irregular. En menos de una década han ocurrido acontecimientos como para llenar esos ciento treinta años desde que se instituyó el 12 de octubre como fiesta nacional, aunque entonces con otras denominaciones. Pienso que hay que devolver a esta jornada su auténtico significado, lejos de paternalismos hacia unas naciones americanas que ya son muy otra cosa y lejos también de llamadas patrioteras que buscan excluir a los que no piensan o sienten lo mismo. Asistiré, como el mirón habitual que es uno, a esa jornada festiva para luego narrarla, ilusionado o decepcionado, cómo saberlo ahora.