Miguel Ángel Jiménez

Comentario Dominical

Miguel Ángel Jiménez


Eso que ronda el alma

25/03/2022

Todos somos únicos, irrepetibles, imprescindibles no necesarios. Un padre, una madre, un hermano, un amigo… Todos son únicos e irrepetibles, imprescindibles para nosotros, aunque aprendamos a vivir sin ellos. Pasa lo mismo con Dios porque se puede «vivir como si Dios no existiera». Frase de Hugo Grocio, recogida tres siglos después por el teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer y atribuida comúnmente a san Juan Pablo II que la pone en el primer plano de las referencias en el mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud de 2002. Dios es la respuesta vital a toda la existencia, a la creación, a nuestro destino y al sentido de todo lo que somos, pero se puede vivir al margen de él. 
A la postre, y desde el principio, nadie es necesario. Sin embargo, si intermedia en vez de la utilidad el amor, son y somos insustituibles. Necesitamos sus consejos, sus alientos, sus palabras, sus puntos de vista. Ese espacio que ocupamos para los demás. Esas necesidades que permanecen inconfesadas porque tienen lugar en lo más íntimo del corazón. Descubrimos así a los otros, quizá, en momentos de extrema necesidad, de absoluta oscuridad, de total indigencia. Cuando no nos valemos por nosotros mismos. 
Sufrimientos y desengaños, alegrías y esperanzas. Multitud de sentimientos, de todo lo que somos que reclaman, simplemente, la presencia de otro. Que esté para nosotros, que seamos alguien para alguien. Y, ahí, ya no se trata de tener sino de ser. Eres lo que eres para otros en el mejor sentido y extremo que solo puede dar el amor.

ARCHIVADO EN: Juan Pablo II