A debate, el agua

D. M. / M. L.
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Colectivos ecologistas, de regantes, la UCLM, agricultores y administración analizan las posibilidades futuras de esta provincia de cara a mantener el equilibrio entre las necesidades de agua para el sector primario y los espacios naturales

A debate, el agua - Foto: Pablo Lorente

El Molino de Molemocho, puerta de entrada del Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel, es testigo histórico de las aspiraciones de esta tierra por la lucha del agua. El sonido de fondo de la corriente al romper las compuertas de este misterioso y milagroso humedal enclavado en mitad de la llanura manchega sirve de marco para debatir una de las disyuntivas de esta provincia: cómo mantener el equilibrio entre el ecosistema y las necesidades agrícolas, industriales y de abastecimiento a las poblaciones. De entrada no es fácil. La Mancha sufre un importante deterioro por el cambio climático, la actividad del hombre y la poca concienciación que hubo décadas atrás no solo de agricultores sino de la sociedad en general. Para intentar desgranar análisis, evoluciones y, lo más importante, soluciones futuras hemos reunido a varios actores de todos los sectores en un momento de casi emergencia, alerta y prealerta de los recursos hídricos de la provincia, pese a la lluvia caída estos días que aliviará, pero que no solucionará, el déficit que arrastra el año hidrológico desde octubre.

Reunimos a Rafael Ubaldo Gosálvez, miembro de la asociación conservacionista  Ojos del Guadiana Vivos, Jesús Pozuelo, presidente durante años de la comunidad de regantes de Daimiel y actual vocal del Patronato de las Tablas de Daimiel en representación de los agricultores; Máximo Florín, miembro del Centro Regional de Estuios del Agua de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM); Nieves Molina, presidenta de la Masa de Aguas  Subterráneas del Campo de Calatrava, Cesáreo Salcedo, presidente de la Comunidad de Regantes del Gasset y Rubén Sobrino, director técnico en Infraestructuras del Agua de Castilla-La Mancha.

Aunque es un tema esencial, la campaña electoral ha pasado casi de puntillas. A excepción de Ciudadanos que pronunció desde este mismo enclave una batería de propuestas medioambientales, el agua no es el centro del debate. Pero sí lo es en esta tierra que Nieves Molina lo asocia con la España vacía: «Si no nos dejan vivir de la agricultura, los pueblos se cerrarán». Y por ello pide más agua para sostener los cultivos, el medio rural: «Hay que defender la agricultura, la ganadería, las explotaciones y para ello necesitamos agua».

Porque hablar de este recurso en Ciudad Real y Castilla-La Mancha es hacerlo de un modo de vivir, principalmente de la agricultura: «Si no fuera por este sector, la Mancha sería un desierto gracias a la plantación de cultivos como la vid y los olivos. Y nadie quiere vivir en los desiertos ni tampoco el medio rural puede hacerlo solo con el turismo».

La agricultura ha dado un empujón al Producto Interior Bruto de la provincia. Los últimos datos del INE hablan de un 10 por ciento de los casi 1.000 millones. «El PIB agropecuario no está por encima del turismo y tampoco éste por sí solo no debe ser la fórmula para fijar población», apunta Máximo Florín para añadir que desde su punto de vista se hace necesario una diversificación del modelo productivo para la subsistencia del entorno rural y critica cómo las diferentes negociaciones de la Política Agraria Común (PAC)  de la Unión Europea han empujado hacia la implantación de modelos y cultivos ajenos a los territorios que abocan, según su opinión, a mayores demandas de agua. «Lo mejor que se nos da es el cereal», sentencia Florín, como un producto más social y medioambientalmente sostenible.

«¿De verdad crees que lo mejor que se nos da a Ciudad Real y a Castilla-La Mancha es el cereal?», pregunta irónicamente Cesáreo Salcedo, de la Comunidad de Regantes del Gasset. «Es un producto que deberíamos abandonar. Y te lo dice un agricultor cerealista. Las producciones en un año de buena cosecha y siendo muy optimistas se obtiene 2.500 kilos por hectárea. De Madrid para arriba, en el peor escenario, se consiguen medias de 4.500».

Rafael Ubaldo Gosálvez, de Ojos del Guadiana Vivos, es partidario de que se exijan a su vez «subvenciones para los espacios protegidos para mantenerlos al igual que podría hacerlo con el cereal que tiene una finalidad social y un compromiso con el territorio e incluso medioambiental para mantener especies como las avutardas y los sisones».

Ubaldo es quien agita el debate a modo de voz de la conciencia. Aunque la discusión arranca con propuestas para buscar el equilibrio entre los balances del agua que se consume y lo que llueve, Ubaldo lo tiene claro: «Hay que dejar de regar». «Podemos taparnos los ojos.  Es como la economía de una casa: sabemos que no podemos gastar más de lo que se ingresa, de lo contrario quiebra. Y no se quiere ver». Reprocha continuamente a la agricultura que sea el principal consumidor de agua: «El 93% que se consume en el Alto Guadiana proviene de la agricultura, de nada me sirve que se reduzca en el abastecimiento o haya pérdidas  en la canalización de los núcleos urbanos. Eso es nada, comparado con el 93%». Y concluye una de sus intervenciones con un deseo: «Como asociación queremos que los Ojos del Guadiana vuelvan a brotar como las lagunas del entorno del parque, porque son el termómetro de si se hace un buen uso del regadío».

Antes, Jesús Pozuelo, compañero de Ubaldo Gosálvez en el Patronato de las Tablas de Daimiel, le recuerda que desde hace décadas, la agricultura ha hecho un gran esfuerzo por reconvertir los cultivos: « Y también a la hora de utilizar el agua. Desde que se inscribieron los pozos con una reducción en la dotación de agua del 50%, ya no se ven esas extensiones de remolacha, alfalfa, de maíz, cultivos grandes consumidores de agua.  El agricultor ha ido adaptando las instalaciones». Rememora los años en que el acuífero 23, ese manantial subterráneo de la Mancha y que emergen en forma de río en Las Tablas, estaba a más de 40 metros de profundidad en 1994 y ahora «sólo está a 5. No es cosa baladí el esfuerzo que se ha hecho durante este tiempo».

La relación agricultura-agua-medio ambiente predomina el debate con reconocimientos por parte del sector primario pero insuficientes, a la vista de los ecologistas, para una tierra que tiene límites. Para Pozuelo «es compatible un uso racional del agua en la agricultura con mantener la naturaleza en buenas condiciones. No nos retrotraigamos al inicio de la creación porque eso es imposible». Florín, en cambio, contesta: «No podemos vivir como en la época de Adán y Eva pero ni desde el punto de vista de los espacios naturales ni tampoco como desde la agricultura».

«Nosotros», continúa Pozuelo, «somos los primeros interesados en vigilar las explotaciones, incluso más que la propia administración», en referencia a la Conferencia Hidrográfica del Guadiana (CHG), ausente en el debate. Florín apela a la ley, a cumplir la normativa tanto europea como nacional y regional del agua como de espacios protegidos: «No se está cumpliendo. Los caudalímetros te los venden ya trucado con el imán y la gente los compra. Va a haber inspecciones y los van a pillar». «Que los pillen», le apuntilla Pozuelo.  

Hablar de agua también es hacerlo de infraestructuras. Para Rubén Sobrino, una de las claves es aprovechar el agua «al máximo» tanto de las potabilizadoras como de las depuradoras: «El objetivo es conseguir el cumplimiento de que lo que se devuelva al dominio público en las mejores condiciones. Para una gestión eficaz es necesario unas infraestructuras modernas, donde se aproveche al máximo el agua, minimizando las pérdidas en los abastecimientos, no solo por parte del agua, sino también en la parte de potabilizadoras y depuradoras».

Cesáreo Salcedo recrimina a los ayuntamientos y administraciones el poco celo a la hora de limitar consumos como en el riego de parques y jardines: «Se riega el césped sin control y en algunos casos con agua potable, cuando a los agricultores se les vigila constantemente con los caudalímetros».

En todo debate sobre el agua no falta a la cita el trasvase Tajo-Segura. Sobrino es contundente: «Es un atropello desde el punto de vista social, económico y medioambiental». La solución, agrega, pasa por la planificación y la gestión de las infraestructuras. Existen desaladoras desde 2007 que están «infrautilizadas. Quizá los trasvases lleguen en un futuro a producirse a la inversa de fuera -el mar- hacia dentro por el efecto del cambio climático».

Florín apuesta por buscar alianzas entre todos los usos e intereses. «El agua circula muy rápido. Por la región todo corre muy rápido, como las carreteras los ferrocarriles y normalmente no dejan nada. Algo así ocurre también con el agua. Los ríos se canalizan y el agua corre muy rápido por nuestras provincias hacia los embalses de Badajoz, pero las llanuras del Guadiana y del Cigüela apenas se queda agua, las tenemos secas. Con el Trasvase Tajo-Segura ocurre igual».

En su oposición, Ubaldo tampoco quiere los trasvases «pero ni el Tajo-Segura, ni un Tajo-La Mancha ni si quiera el trasvase Abraham-Gasset». Ése el que salvó a la capital hace poco más de un año pues los vecinos «no tenían ni para lavarse las manos», rememora Salcedo.

Florín insiste en que usando el mismo símil de Ubaldo sobre la economía doméstica quizá los trasvases deban ser vistos como un «préstamo pero bajo unas condiciones exigentes».El representante de Ojos del Guadiana se pregunta «qué trasvase puede haber, incluso interno, si cuando el Alto Guadiana está en emergencia, también lo estará la cuenca del Tajo y demás zonas». Tampoco «queráis que en La Mancha que haya caudales ecológicos de los ríos en pleno verano», le espeta Salcedo. «Nuestra realidad es la que es».