Diego Murillo

CARTA DEL DIRECTOR

Diego Murillo


Mucho ruido de fiestas y pocas nueces

11/07/2022

Pasa el tiempo, arriban nuevos protagonistas, nuevas caras al Ayuntamiento y todo sigue igual y en vez de ir para adelante se dan paso hacia atrás. El estío hace de las suyas en junio y como en todo julio, el calor con temperaturas cercanas a los 35 grados o más empiezan a ser habitual las noches tropicales. El calor sofoca y seca las ideas. A finales de mes, llegará la Pandorga y alimentará las polémicas. El equipo de Gobierno ha decidido emplazar la zurra, aquella donde los más jóvenes apenas entienden de tradiciones a excepción de derramar vino y calimocho por todos lados, al auditorio sin el beneplácito de varias organizaciones. La idea, que no es nueva, es dar una mayor vistosidad al concurso oficial de la limoná que, cada año, adquiere más relevancia por su mayor participación. Hace unas décadas, el cambio ya originó un fuerte debate. Tanto que parecía que iba a ser el fin del mundo. La Policía desplazó a los antidisturbios a los alrededores del recinto ferial, pero al final no hubo ni rebelión. El cambio de los jardines del Prado a las afueras de la ciudad fue de lo más pacífico. Presumo que ahora pasará algo parecido e incluso con menos ruido. Al final y al cabo, el botellón está cada vez más en desuso, por suerte, y si a los más jóvenes se les acota un recinto mejor que mejor. El cambio generacional seguro que ha influido en la celebración de la zurra que lleva dos años sin celebrarse. Quizá me equivoque y haya más ganas de las que se prevé, pero creo que esas grandes concentraciones históricas en torno al lanzamiento de vino sobre camisetas blancas y vaqueros azules ya ha pasado. El asunto es que se invierte demasiado tiempo en intentar cuadrar este tipo de iniciativas mientras que se deja a un lado realzar los puntos clave de las fiestas. Si el reclamo nacional era el megabotellón desmadrado -que sea dicho de paso, no era la imagen más idílica de nuestra ciudad-, ahora ya ni eso. No existen actividades, conciertos, iniciativas ni ideas para agigantar la Pandorga en la parte tradicional ni en aquella nueva generación que busca la fiesta en su mayor magnitud. La programación lo dice todo: se recupera lo de antes, y ya. Ni una novedad relevante, diferente. La verdad es que desanima. Por eso no es de extrañar que a finales de julio y buena parte de agosto, la ciudad sea un auténtico desierto. El caso de la Feria de agosto, en honor a la Virgen del Prado, ni tan siquiera genera un sentimiento de pertenencia que haga a un ciudadrealeño dudar entre cambiar las vacaciones para aprovechar esos días festivos. Más bien al contrario. La gente aprovecha esas jornadas para dar el salto a la playa. A la espera de la presentación de la programación, me atrevo a decir que habrá pocas sorpresas. Con los conciertos ya desvelados, sin festejos taurinos y con la fiesta de día por confirmar -¿volverá el vermú en toda su esencia?-, pasan los años y el verano pasa de una forma anodina sin más aliciente que el de esperar la sombra de unos toldos que nunca llegan. En estos tiempos donde la gente está ávida de viajar y perderse en el turismo de otras latitudes, el calor sofoca las ganas de quedarse y las iniciativas de intentar cambiar una dinámica impropia de una capital de provincia.