José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Expo y poesía

08/02/2022

Para mi generación decir Expo es decir Sevilla, pasillos verdes de agua pulverizada y fotos a mi hijo Alberto con el narizotas Curro. Es la euforia de la arquitectura espectacular y el estreno mágico del Ave hacia una isla del mismo nombre, e incluso el viaje de trabajo para enseñar en el pabellón regional algunas de las ilusiones realizadas por estos lares.
Se desvanecieron después las magias y las ilusiones por descubrir, y ahora las Exposiciones Universales se van sucediendo como una rutina. Escaparate del progreso humano, antes, ahora son muchas las vías de conocimiento en esta globalidad. Tampoco es la única ocasión para sacar músculo internacional. Y sobre las excelencias arquitectónicas, ya se hace una arquitectura tan original/espectacular o más, y sin carácter efímero.
Escribo esto porque habrán reparado en que se está celebrando en Dubái, hasta el 31 de marzo, la Expo 2020. Con el retraso pandémico y cierta sordina mediática, parece que —como con las Olimpiadas y tantísimos eventos internacionales o locales— al trastocar los calendarios se descolocaran también nuestras neuronas. ¿Una Expo en el desierto de los jeques petrolíferos casi dos años después? ¿Un Mundial de Fútbol en Qatar y en invierno? Otras oportunidades para que los Emiratos Árabes Unidos exhiban más su cresta de oro (negro) en un panorama mundial muy tensionado entre Rusia, Estados Unidos y China.
Pero entre todas estas reflexiones y dislates, no nos han dejado de seducir algunas de las imágenes procedentes de la Expo Dubái, donde la arquitectura es la disciplina reina sin discusión, en medio de aquella megalópolis de nuevos ricos. Sin entrar en retóricas técnicas o sostenibles, ni elucidar sobre los coloreados conos truncados del pabellón español o el alado ejercicio del polémico Calatrava en el pabellón de Emiratos, no sé si rendirme ante la reafirmación de cómo la arquitectura "de autor" es cada vez más, ante todo y sobremanera en una ocasión como esta —donde prima la forma sobre la función—, un escenográfico alarde plástico y conceptual. Puro arte. La prueba es el pabellón del Reino Unido (Es Devlin Studio). Una especie de gran esfera, resultante de seccionar un gigantesco cable de hilos ópticos, donde los visitantes introducen palabras al azar que se proyectan dentro y fuera del edificio. Todo se ordena, leo, según un algoritmo automático y acaba formando un gran poema, que me ha recordado al rompedor cartel que el artista Pedro G. Romero (ahora expone en el Reina Sofía "Máquinas de Trovar") hizo en 1992 para el Encuentro de Poesía de Almagro, donde palabras cotidianas sin aura salpicaban tres autofotos fragmentadas de su cuerpo anónimo. Poesía, arte, arquitectura, ingeniería: ¿hasta dónde?