Editorial

El reto de Europa ante la mayor crisis de refugiados de este siglo

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La guerra es devastadora. La guerra es terrible y muestra el peor rostro de la condición humana. A las miles de víctimas mortales hay que sumar los cientos de miles de refugiados y desplazados. Sorprende la rapidez con la que se está produciendo el éxodo en la guerra en Ucrania, ya con más de un millón de refugiados contabilizados en solo una semana, causando situaciones angustiosas en las fronteras de países como Eslovaquia, Polonia o Rumanía. Más alarmantes son las cifras que manejan tanto la ONU como el Alto Comisionado para la Ayuda del Refugiado (Acnur), que calculan que en poco tiempo podremos estar hablando de cuatro millones de exiliados. Cabe recordar, por remitirse a una comparación reciente, que en Siria, tan presente y cercana, se contabilizó un millón y medio de personas que abandonaron el país en los momentos más dramáticos del conflicto.

La barbarie de esta guerra, provocada de forma irracional por un sátrapa como Putin, está dejando testimonios y escenas verdaderamente dramáticas. Como viene sucediendo en los últimos tiempos, la mayor crisis bélica en suelo europeo desde la guerra civil en los Balcanes se puede seguir al instante a través de la tremenda realidad de ciudadanos anónimos que viven en sus carnes el deterioro más abyecto de la condición humana. 

Esta guerra obliga a Europa a afrontar con todos los recursos disponibles y con una coordinación impecable la crisis humanitaria que tan rápidamente se ha fraguado. Incluso tiene que encontrar una oportunidad ante este drama para salir fortalecida. Europa, si quiere consolidar su preeminencia, está obligada a dar ejemplo al mundo a raíz de esta crisis. La invasión rusa ha impulsado las ganas de los vecinos de acceder a la Unión, pero esto solo será posible en tiempos de paz. 

A pesar del entusiasmo con el que la comisaria europea de Interior, Ylva Johansson, anunciaba que los ministros de Justicia e Interior de la UE aprobaban ayer activar por primera vez la directiva que permite acoger en territorio comunitario un número ilimitado de personas que huyen de una catástrofe, la decisión política será inconsistente si no se articulan las herramientas ni la coordinación necesaria para cumplir con el espíritu de la norma. De nada sirve proceder con cautela ante esta desgarradora crisis a la que se ve sometido el Viejo Continente.

La solidaridad, en este tiempo de discursos políticos intransigentes, fanáticos y xenófobos, adquiere más valor, si cabe, porque detrás de todas las cifras antes enunciadas hay historias personales, dramas de vida, familias destrozadas... todo injustamente. Y nada, absolutamente nada de lo que se haga les permitirá recuperar lo que han perdido u olvidar lo vivido. Europa puede y debe darles una nueva oportunidad, y debe hacerlo desde ya.