Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Interpretar

21/07/2022

Dos tazas de café sobre la mesa de mármol. Una está vacía; la otra, llena. La marca de un carmín rojo sobre la cerámica blanca delata que una mujer al menos dio un sorbo. Al lado del plato, un cigarrillo sin encender y un mechero. No hay ceniceros. No se puede fumar en los sitios cerrados. La norma no es nueva como tampoco los rostros que adornan las paredes. Mujeres y hombres famosos que ya no están, aunque sigan estando muy presentes: en la gran pantalla, en los acordes de una hermosa canción, en la memoria de los nostálgicos. Dos sillas desiguales de madera completan la imagen; una pegada, bien colocada, como si no hubiera sido usada o como si quien la usó la hubiera dejado bien puesta; la otra está a cierta distancia de la mesa, como si la prisa, el desinterés o el descuido del momento la hubiera dejado ahí tirada, en medio de un pequeño desorden que quizá podría indicar otro mayor.

Una raya imaginaria divide la escena y la convierte en dos partes. Mitad y mitad. Tan distintas, tan alejadas. El precipicio y la llanura. El orden y el desorden. Dos mundos en el único mundo de la existencia. Lo correcto y lo incorrecto. Lo definido y lo indefinido. Lo acabado y lo inacabado… Lo opuesto no siempre navega en la dirección contraria a la que se quiere navegar. Según quién, según para qué, según el instante. Las apariencias sí engañan, a veces, muchas. No siempre lo que se percibe es la realidad. Cada uno tiene la suya, como esas dos partes de la imagen de una mesa con dos tazas de café, una vacía; la otra, aún por beber. Dos historias en el aire. Una sola con dos versiones.

En el país de las emociones, las sensibilidades corretean libres entre árboles de algodón; las nubes se pueden convertir en la sombra necesaria o en el aviso de una tormenta cuando se tornan oscuras; la escasez de las palabras juega malas pasadas y abre las puertas de par en par a las interpretaciones. Interpretar puede conllevar una parte errónea o toda o ninguna. Pero los errores revolotean como los buitres en el cielo cuando saben que hay una víctima cerca, vuelan y vuelan cada vez más bajo, y la acechan. Manchas negras que enturbian un cielo azul.

Sensibilidad e insensibilidad se retan como los antiguos caballeros mientras el honor se ha olvidado y el orgullo sobra como los gritos en una noche serena. Suena música de fondo. Una joven con los labios rojos entra en escena. Se acerca a la mesa, retira la silla que estaba bien puesta y se sienta en ella. Coloca en la barra la taza de café vacía y acerca a su lado la que está llena. Coge también el cigarro y el mechero y lo guarda en el bolso del que saca unos folios que extiende sobre la mesa. Ya nada es lo que era. Otra idea, otra escena.

ARCHIVADO EN: Cerámica