Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Invierno caliente

15/12/2021

A las puertas del invierno y de la Navidad, la España pandémica no termina de encontrar una luz firme y clara con la que ilusionarse. El invierno se nos presenta como una plaga de incertidumbres y según el cristal de quien lo mire estamos en la antesala de un gran renacer o a las puertas de la hecatombe. Nunca había tanta disparidad en el enfoque de lo importante y el españolito no adscrito se encuentra de lo más despistado. Lo cierto es que hay desconfianza, los felices años veinte revividos en nuestro siglo no terminan de llegar y si el invierno se nos presenta caliente, como dicen los analistas, es por el aumento del desasosiego y la conflictividad más que por unas temperaturas que anuncian momentos de frío intenso aunque no sabemos si tendremos de nuevo a Filomena, o algún pariente cercano.
Con todo, hay ganas de despelote navideño, de calle y compras, de encender luces y calefacciones para descorchar en las mejores condiciones unas cuantas botellas de alivio tras tanto padecimiento. Las luces y las calefacciones están por las nubes, lo sabemos, pero un día es un día y si la alegría no brota queda recluida y muere. Entre botella y botella el traqueteo incierto del país nos llevará no sabemos a qué parte. Todo está pendiente de un hilo: la llegada de los fondos europeos, la reforma laboral, la desescalada de los precios que nos urge, la financiación autonómica, la renovación de los poderes fundamentales como el CGPJ. ¿Seremos capaces de llevar todo a buen puerto, a algún puerto al menos?.
Sin embargo, nuestro país se salva con frecuencia, aún con zozobrante timón,  gracias a la tripulación: los españoles de infantería y algunos gobernantes en los niveles locales y regionales, de uno y  otro partido, que van dando la talla. Se salva porque tenemos una sanidad pública admirable repartida en miles de centros de salud por todo el país que ha implementado una campaña de vacunación elogiada en todo el mundo. La vacuna es el único freno que le podemos poner de momento al maldito virus que con sus nuevas variantes nos hace temer y desconfiar de nuevo a la hora de meternos en una aglomeración navideña. La vacuna se ha convertido en el salvoconducto para disfrutar de una cierta libertad limitada con la vista puesta en una Alemania que decide confinar a los no vacunados. Aquí, además de la infraestructura sanitaria, la vacunación general que llega ahora a los niños ha contado con la colaboración masiva de unos españoles dispuestos a seguir sin titubeos las recomendaciones sanitarias. Nos dicen indisciplinados cuando demostramos ser los europeos más obedientes, al menos hasta que nos tocan las narices con fruición y a conciencia. Entonces el estallido puede ser brutal.
Los que pronostican un invierno caliente aventuran calles pobladas, tras los bullicios navideños, de camioneros, agricultores y policías,  o españolitos de infantería con la luz por las nubes y desquiciados con las cuentas ordinarias a final de mes. A los agricultores les gustaría llenar nuestra España vacía pero las cuentas no les salen ni para llenar su hogar, dicen. Ellos fueron los que prendieron la mecha movilizadora antes de la pandemia, luego siguieron a lo suyo, que es lo de todos, y ahora vuelven a anunciar el rugido de sus tractores echando el humo de un combustible que a duras penas pueden pagar. El problema es que lo que da la tierra no da un céntimo de ganancia por un sinfín de intereses interpuestos que dejan al agricultor seco en una suerte de invierno permanente
Con los agricultores, que indican el problema social más estructural de todos los que se anuncian, están los jóvenes españoles, que también siguen tejiendo un tapiz en negro. De momento no hay grandes rebeliones callejeras pero algo también parece comenzar a moverse en esas latitudes siempre calientes para el bullicio y la indignación. El joven de hoy no encuentra contrato digno al que agarrarse y mira con una desesperanza total el futuro de un país que no le ofrece soluciones mientras en el Congreso de los Diputados los partidos, viejos y nuevos, vociferan sin ofrecerles un horizonte claro. Los jóvenes son, al final, la cresta de esa ola invernal que a estas alturas uno dicen que romperá con estrépito en las playas de España,  mientras otros piensan que será un leve palmoteo en las espaldas de un  país que se las apaña para seguir en su rumbo bullangero sin grandes sobresaltos al calor del sol de una recuperación que los optimistas pronostican espectacular. Veremos.