Ángel Villarino

RATAS DE DOS PATAS

Ángel Villarino


Sanlitun

08/07/2022

Me mandan fotos heladoras de Pekín. Han tirado abajo el último edificio representativo de Sanlitun, el barrio donde vive buena parte de la comunidad expatriada de la capital china. Han arrasado con los bares, los puestos de comida, las tiendecillas donde vendían películas piratas, los restaurantes de fideos, las bodegas de alimentación, incluso la oficina de correos. El entorno en el que pasé cinco de los mejores años de mi vida ya no existe.
La memoria está hecha de escenarios y que desaparezcan por completo es algo relativamente común en el transcurso de una vida. Pero -salvo guerra o desastre natural- es casi impensable que ocurra en menos de una década. Me advierten de que hoy no sería capaz de reconocer las calles donde mi hija nació y pasó su primer año de vida, a pesar de que tiene tan solo diez años. No sé si me apetece ir a comprobarlo.
China tritura el pasado a una velocidad absurda. Y visto desde Europa, es una auténtica locura. En el centro de Roma, donde también pasé un lustro de mi vida y donde vuelvo de vez en cuando, no recuerdo ni un solo edificio distinto a los que conocí en mi primer año. Cuando paseo por allí, me sorprendo al descubrir una tienda de tatuajes en mi videoclub, o el traspaso del restaurante de la esquina para abrir un gastrobar. Por lo demás, las piedras siguen cogiendo años y los siglos siguen amontonándose tranquilamente.
No hay comparación posible entre una sociedad y una cultura que renueva su piel cada diez años y otra en la que uno puede envejecer en el mismo parque en el que te llevaban tus padres a jugar de niño. Sin salir de Pekín, un chino nacido en 1940 ha vivido en ocho ciudades distintas. Sin salir de Roma, un italiano nacido en 1940 puede cenar todos los viernes en la 'trattoria' donde celebraron el banquete de bodas sus abuelos.

ARCHIVADO EN: Pekín, China