«El futuro está en hacer vinos que enamoren»

M. E.
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Entrevista a Miguel Ángel de Gregorio, bodeguero en La Rioja y natural de Almodóvar del Campo

Miguel Ángel de Gregorio. - Foto: Rueda Villaverde

El estand de Finca Allende, ubicada en Briones (La Rioja), ha estado instalado estos tres días en el área que Fenavin tiene reservada para las bodegas de otras zonas de España. Sin embargo, por allí han pasado cientos de ciudadrealeños para saludar a Miguel Ángel de Gregorio, un hombre que, aunque abandonó Almodóvar del Campo cuando aún no había cumplido un año, ejerce de embajador de su pueblo con orgullo y simpatía. En la actualidad posee una de las bodegas más reconocidas y prestigiosas de España, con una nómina de clientes en la que aparecen, por poner un ejemplo, el rey emérito Juan Carlos I o Buckingham Palace, a los que ha servido sus distinguidos y premiados vinos Aurus, Mingortiz, Gaminde o Calvario. Estar en la élite internacional del mercado del vino no le impide seguir humildemente ligado a su tierra natal, donde incluso ha puesto en pie la bodega Finca Coronado, en Argamasilla de Calatrava.

¿Qué hace un manchego triunfando como bodeguero en La Rioja?

Yo soy hijo de la inmigración. Ciudad Real es una tierra maravillosa y lo era hace décadas, pero también era tremendamente dura para la supervivencia de las familias. Yo procedo de una familia humilde de agricultores. Mis abuelos hacían vino en sus propias casas y mi padre tuvo que buscarse la vida emigrando a La Rioja en busca de trabajo. A los nueve meses nos tuvimos que trasladar allí, donde echamos raíces. Se dice que uno es de donde hace el Bachillerato, pero yo siempre ejerzo de ser de Almodóvar. Antes iba en verano, Semana Santa y navidades, aunque ahora tengo menos tiempo.

¿Por qué tienen tanta fama sus vinos? ¿Cuál es el secreto?

Me considero un espíritu libre. Aposté hace 27 años por cambiar un concepto generalizado en La Rioja y apostar por lo que hoy se conoce como el 'terroir'. Fui el precursor allí y eso hizo que desarrolláramos unos modelos vitícolas y enológicos que antes no existían, pero que ahora ya son más comunes. Pudimos trabajar de un modo especial el viñedo, con unas formas de trabajo muy respetuosas, de viticultura sostenible, y de acompañar a la viña en su recorrido, porque cuando acompañas a la viña, ella te lo devuelve. Aunque sea una metáfora irreverente, se puede decir que tú puedes explotar la viña como una prostituta o mimarla como a una amante; la diferencia de resultados es enorme.

¿Si le dan a elegir entre un buen vino de La Mancha o de La Rioja...?

La respuesta es clara. El vino es un elemento universal, que trasciende a su zona de producción. Pueden ser de La Mancha, de La Rioja, de Burdeos, de Borgoña... Si se trata de un gran vino, el resto da igual, aunque sí es cierto que cuando encuentro un buen vino de mi tierra de nacimiento siento un extra de orgullo y felicidad, quizás porque sé que es una zona que siempre ha tenido menos nombre que otras.

¿Qué es para usted el vino?

Cuando elaboro vino, mi único deseo es causar placer al que lo bebe. Es hedonismo puro, es la más noble y natural de las bebidas refrescantes. El vino no es un alimento, como se podía considerar en la época de nuestros abuelos y padres, que necesitaban ese aporte de calorías para aguantar un largo día de trabajo. Por ello, creo que Castilla-La Mancha se debe olvidar del concepto de producción por millones de litros de alcohol para destilar. El futuro está en elaborar placer para el consumidor, hacer vinos que enamoren.

¿Qué le ha parecido esta edición de Fenavin?

Creo que ha estado a la altura de las expectativas, dentro del contexto que es, porque lo que no podíamos esperar es que fuera igual que antes de la pandemia. La movilidad no se ha recuperado del todo aún, ni el hábito de viajar. Cuando el mundo se paró, todos dimos la fecha de 2023 como la de la recuperación total de la normalidad. La edición del año que viene será mejor, si no sale por algún país un loco que nos provoque otra guerra. Las instituciones tienen que volcarse en una feria que es un milagro para Ciudad Real, que se merece contar con mejor infraestructura ferial y más parking.