Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Brihuega, otra vez

24/08/2022

Cuando prometieron que íbamos a salir más fuertes de la pandemia, conociendo bien al emisor del mensaje, intuimos el final. ¿Acaso os dijimos quiénes serían los agraciados?, se defienden los acólitos a sueldo. Y llevan razón. Unos cuantos han salido forrados y vienen a ser los de siempre. Otros muchos han aprovechado para especular e inflar precios a cuenta del COVID y de la guerra en Ucrania, lo que confirma que tampoco hemos salido mejores. Se confirma también que los pobres son más pobres y que la clase media lleva una buena mordida.

Los calores de agosto, aliviados -como es habitual- en la segunda quincena del mes, nos han hecho olvidar aquellos momentos en los que el fango nos llegaba casi hasta la boca. De aquello no ha pasado tanto y la prueba está en que este verano es el primero en el que estamos recuperando lo perdido durante dos largos años. Pero en lo peor de lo peor, los de siempre salieron frotándose las manos al ver la oportunidad de ir desmontando toda una arquitectura de tradiciones construida durante siglos. La anestesia era general y despreciaron, como casi siempre, el poder del pueblo, ese que no entiende de colores ni de partidos; el que es capaz de levantarse, aunque solo lo haga cuando ve amenazada su propia identidad.

Llegó el 16 de agosto y en Brihuega se volvieron a alzar las varas como si fuera la primera vez. Fue el mismo gesto de otros años, heredado de padres y abuelos, pero, esta vez, la sensación de libertad era mucho mayor. Aunque el esquema fuera repetido, nada salió igual. Se percibió ya durante el Parapachumba, pasodoble de nombre original Sangre Torera y cuyas notas sonaron más rotundas que nunca y, probablemente, también más afinadas. Allá donde señalaban las varas, el compositor de la obra, el riojano Pío Díaz Olarte, y el maestro Jesús Cabezudo, que fue el director de la Banda de Brihuega encargado de versionar el pasodoble, estarían brindando por el espectáculo. Tenían motivos. Miles de personas desfilaban cantando su composición. No sé si eran más o menos que en ediciones anteriores. Poco importa. El ambiente era especial y diferente.

Sonaron los tres cohetes y ahí ya no hubo vuelta atrás. Cuando estás en medio del tumulto, apenas los escuchas. El estruendo es perfectamente audible, pero, si te dispones a correr, estás a otras cosas. Las mismas caras, los mismos gestos, con sensaciones también distintas. Lo que vino después es lo menos importante. Se había conseguido recuperar el tiempo perdido. En apenas unos minutos, quizá en unos segundos de carrera delante de los cuatro toros, se logró olvidar lo que ha impedido disfrutar de este espectáculo que no tiene comparación con absolutamente nada.

La tarde avanzó, con mozos y caballos por el llano guiando a los toros, con un animal que se quedó a medio camino y que prefirió darse la vuelta, y con miles de aficionados disfrutando. Ya de madrugada, nos quedamos para el recuerdo con esa foto de tres toros encerrados en el corral románico de transición al gótico situado junto al iglesia de San Felipe. Porque ningún corral, por muy improvisado que sea, tiene tanta historia como este, habilitado junto al templo más bello de la localidad y uno de los más pintones de toda la provincia.

Lo de Brihuega y su encierro se puede extrapolar a las fiestas de ese lugar en el que se sitúan tus orígenes. Poco importa el tamaño. El folklore y la tradición forman parte de la propia idiosincrasia de nuestras vidas. Y todos la hemos visto amenazada, de ahí la necesidad de recuperar la totalidad de lo que alguno pensó que nos iban a robar para siempre. ¡Qué equivocados estaban!