Juan Villegas

Edeumonía

Juan Villegas


La protección del ecosistema democrático

04/03/2022

En una entrevista que se le hacía recientemente a Peter Sloterdijk, uno de los filósofos junto a Jurgën Habermas  con más reconocimiento internacional y más influencia en nuestro ámbito cultural, la  entrevistadora le preguntaba por cuál sería según él el rasgo definitorio de nuestra era, a lo que el filósofo le respondía: «Lo que los filósofos alemanes llaman zeitgeist desde el siglo XVIII, el espíritu de nuestro tiempo, es algo que escapa a toda definición. Pero aún así hay algo en el aire, y es que los europeos de hoy sienten cierto malestar por su debilidad política. Aunque muchos siguen creyendo en el compromiso político, una gran parte de nuestra población occidental ha elegido ya la resignación y ya no creen en la política. Un importante sector de la población en Europa ha elegido el privatism, la prioridad de la vida privada». Para este polémico filósofo  alemán, enemigo de la corrección política y que acaba de publicar en español uno de sus últimos trabajos, Ira y tiempo, la explicación de esta  huida del individuo occidental a su vida privada, a sus cosas, la gran desbandada hacia la vida doméstica y el desinterés por los asuntos públicos propio del individuo occidental contemporáneo está en la desconfianza y el desengaño  provocados por el ejercicio de una política mediocre y mezquina  que resulta profundamente decepcionante. Occidente estaría así abocado a la destrucción de nuestro entorno cívico, del ecosistema democrático, amenazado por una forma voraz y poco sostenible a largo plazo de hacer política. El ciudadano, desencantado, desilusionado y resignado, ha abandonado  el compromiso por la comunidad y se retira a su casa, a su apartamento de la playa, a su jardín o a su huerto, a su realidad Meta . El espectáculo bochornoso en que se ha convertido la vida política no deja indemne la sensibilidad social de los individuos y, poco a poco, mina su disposición hacia la vida comunitaria. Socavados los fundamentos  de esta vida en común quedan desplegadas las pistas de aterrizaje para los totalitarismos y populismos de toda clase y condición. 
Este, que para Sloterdijk es espíritu de nuestro tiempo, ha sido ya el espíritu de otros tiempos. Cuando en la antigua Grecia alrededor del siglo III a. d. C se rompió el marco tradicional de la polis y la participación política desaparece de la vida de la ciudad se genera un profundo malestar en la sociedad griega, especialmente en la de Atenas, cuna de la democracia. El ciudadano deja de elegir a sus gobernantes y de ser partícipe en la toma de decisiones de los asuntos de Estado. Deja de sentir que forma parte de la polis, se siente aislado, una pieza más de un inmenso imperio primero y luego de reinos cuyos gobernantes imponían su voluntad. Se produce la gran retirada desde el ágora y el espacio público a los espacios íntimos y privados (Epicuro se retira a la vida en el Jardín y la reflexión filosófica, con las escuelas éticas,  se vuelve hacia los adentros del individuo). Ni qué decir tiene que la democracia no volvió a recuperarse hasta muchos siglos después. Nihil novum sub sole. «¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y no hay nada nuevo bajo el sol». Estas palabras  cargadas de pesimismo (o realismo, según prefiera el lector) atribuidas al rey Salomón, que aparecen en el Eclesiastés y que  hacen referencia a cómo en la historia todo vuelve a repetirse, pueden resultar extremadamente desesperanzadoras cuando son los errores y las miserias humanas lo que está destinado a repetirse. Vemos cómo en muchas ocasiones cada uno de nosotros volvemos a caer en las mismas equivocaciones que ya cometimos, que nuestros hijos repiten los mismos  desaciertos que los que nosotros cometimos cuando éramos como ellos  y cómo generaciones de pueblos y naciones vuelven una y otra vez a recorrer los caminos equivocados que las generaciones anteriores anduvieron. Me pregunto si no habrá vacuna contra esta especie de estupidez humana.
   La orden de Putin de invadir Ucrania responde en gran medida a la realidad de un Occidente retirado a sus cosas, dedicado a sus preocupaciones privadas, entretenido en sus domésticos placeres, nada dispuesto a incomodarse o a mover un dedo por la comunidad. Un Occidente  de  individuos que se viven como piezas sueltas de un puzzle que no tiene ni vocación ni voluntad de  conjuntarse, preocupados solo por su propio bienestar. La admirable reacción del pueblo ucraniano ante el criminal atropello de una Rusia comandada  por un delirante y nostálgico totalitario parece haber hecho despertar a los indolentes países europeos y a su  Parlamento de la dormidera narcisista. Putin es una amenaza real para esta democracia occidental, su ambición posiblemente no se detenga en Ucrania, pero las democracias occidentales no están aún el punto de no retorno.