No te quites la mascarilla: es una trampa

Carlos Dávila
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Sánchez, el prestidigitador de los algoritmos, está usando los tapabocas como instrumento de adoctrinamiento y disimulo de su gestión

La medida de retirar la obligatoriedad de utilizar mascarilla en interiores se publicó en el BOE el pasado miércoles.

Les diré ahora por qué es una trampa. Antes recordarán sin duda aquella monserga tan popular del Póntelo, pónselo, una campaña ingeniada por la fugaz ministra de Asuntos Sociales, Matilde Fernández, para convertir el preservativo, el vulgar condón, en un adminículo imprescindible si se pretendían evitar (ahora sucede lo mismo) las enfermedades de transmisión sexual y, sobre todo, el letal Sida (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida). 

La campaña sirvió eficazmente para que el público en general acudiera al refocile con mayor seguridad que hasta entonces y también para que los fabricantes del globo protector se pusieran las botas. Uno de ellos, diputado catalán en Madrid por Alianza Popular, nos dijo en una ocasión en las Cortes de la nación: «Voy a proponer a Matilde como presidenta de honor de mi empresa».

Aquella campaña recuerda ahora -y lo digo- a esta que desde el martes pasado ha emprendido el Gobierno socialcomunista de Sánchez. Ahora el neutro lo se sustituye por el femenino la y la cosa está hecha. Quítatela. Donde dije digo, digo Diego y a tirar para adelante, a convertir esas mascarillas que han enriquecido a muchos ganapanes nada escrupulosos con el mal del prójimo en objetos solo recomendables. Pasó el tiempo en que Fernando Simón, el vocero despeinado, publicista de horrendos jerséis con pelotillas, riñera al público en general por haberse lanzado a la compra masiva de tapabocas, como si estos fueran la garantía indiscutible de triunfo sobe el virus. Simón decía hoy: «¡Póntela!» y tres días después recomendaba con enorme énfasis: «Las mascarillas no hacen falta». Sucedía esto cuando en el país faltaba el material aún cuando todas las administraciones públicas -hablo de todas- se habían lanzado a la búsqueda histérica de las piezas, una persecución que los españoles pagamos a precio de caviar, y que fundó una nueva industria: la de las mascarillas higiénicas y sanitarias hasta entonces solo usadas por personal médico. Por eso, recomendación reflexiva de un cronista avisado desde los ámbitos sanitarios más sensibles. ¡No te quites la mascarilla, es una trampa!

Y es que, efectivamente, ahora Sánchez ha transformado las mascarillas en un disfraz; no en un trapo, más o menos rumboso, para ser utilizado en los carnavales de febrero, ya tan lejos por otra parte, sino en una maniobra de distracción y marketing para que la gente reconozca en masa al prócer cosas como ésta: «¡Gracias, Pedro, ya nos has librado de la careta!». Y ya, a continuación, las gentes hablan por la calle de lo bien que se pasea sin llevar ese antifaz facial que nos deja sin respirar y no se detienen en el terrible problema económico y social que va a asolar España en los próximos meses -si es que no la ha asolado ya- y que no es otro que la tragedia económica que vamos a tener que soportar. Sánchez, con otro de sus clásicos embelecos, ya se ha quitado de en medio y ha depositado en la chica de la logia, la voluntariosa Calviño, la responsabilidad de reconocer ante los españoles que sus promesas macroeconómicas han sido una absoluta falsedad, que ni crecemos como se nos anticipó, ni adelgazamos nuestro déficit y que, encima, no queda otro remedio que sufrir sin aspavientos la angostura fiscal con el que este régimen de ultraizquierda nos va a castigar.

Mírese por dónde Sánchez, el prestidigitador de los algoritmos, está usando las mascarillas como instrumento de adoctrinamiento y disimulo de su gestión. Esa es su pretensión al día de hoy: que por fin, los ciudadanos le debamos no ya el estado de bienestar del que miserablemente viene presumiendo, sino nuestro propio confort, nuestra propia felicidad. 

Desde luego, al tiempo que ha urdido esta procaz maniobra, le ha dado una vuelta más a la propaganda y ha depositado en el PP, sobre todo en el de Madrid, la culpabilidad única de la corrupción evidente que ha traído la adquisición urgente y al precio que fuera de nuestras sanitarias mascarillas. 

El jefe del Gobierno le ha dicho a Susana Griso: «El PP tiene tres problemas: la corrupción, la bajada de impuestos y la ultraderecha». O sea, la paja en el ojo ajeno. 

¿Puede hablar de la corrupción ajena un partido cuyos dos expresidentes, exministros y también expresidentes de Andalucía, Chaves y Griñán, están a la espera de que el Supremo confirme las sentencias, cárcel e inhabilitación por la rapiña de los ERES? ¿Puede este personaje afear al PP su insistencia en la bajada de impuestos cuando ésta fue su promesa nuclear en la Conferencia de Presidentes de La Palma? Y, ¿qué es eso de condenar al PP por sus posibles acuerdos con Vox, cuando él ha pactado para gobernar con la ralea más infame del país, desde exterroristas sin arrepentir, a leninistas confesos, pasando por separatistas que pretenden barrenar España? ¡Tamaña impudicia no se vio desde la Constitución hasta la fecha!

No hay en toda la gobernación de Pedro Sánchez Castejón otra cosa palmaria que no sea propaganda a costa de nuestros bolsillos y marketing falso, cuando no pillo, casi de Rinconete y Cortadillo, ese monumental relato breve de Cervantes que parece pintiparado para nuestra situación actual. 

Engaño

Los españoles, de verdad, ya dudamos de que aquella famosa sentencia de Lincoln: «Se puede engañar a parte del pueblo parte del tiempo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo», tenga virtualidad en esta nuestra España de ahora mismo. 

Este último ejercicio de disimulo corroe ya nuestra sistemática paciencia. Utilizar un instrumento sanitario para encubrir la pésima situación de nuestra economía rebasa los límites de las argucias políticas. Es más: incluso la decisión del presidente de prescindir de la mascarilla prácticamente solo en la calle es una medida muy parcial que no alcanza a los lugares públicos. Los ciudadanos no saben exactamente cómo comportarse y en una situación como ésta anticipan lo que va a pasar: que la mayoría de todos nosotros seguiremos con la mascarilla puesta. 

De quitarnos la mascarilla, nada de nada. No nos fiamos de que, en poco tiempo, según le convenga a este Gobierno falaz, nos vuelvan a pedir que de nuevo nos tapemos las narices. Esto ha pasado de castaño oscuro.