Personajes con historia - Alejandro Farnesio

El ‘Rayo de la Guerra’


Antonio Pérez Henares - 18/07/2022

En su lecho de muerte, el héroe de Lepanto, el todavía joven Juan de Austria, tuvo a su lado a un amigo que durante mucho tiempo de su vida también lo había estado, Alejandro Farnesio. Quien era además, aunque pudiera engañar por la edad, su sobrino como lo era del rey Felipe II. Ambos, Juan y Alejandro, eran fruto de los amores extramatrimoniales del emperador Carlos V, pero si el primero había sido el fruto del último, cuando ya estaba viudo, Farnesio era hijo de Margarita, que había sido concebida en sus tiempos más jóvenes y aún en soltería. Carlos tuvo siempre a su hija mayor en muy alta estima, la casó con el duque de Parma y su hijo Felipe como a hermana la quiso y valoró como debía y puso en ella su confianza teniéndola siempre por una de sus mejores consejeras. 

Fue por ello que a su hijo Alejandro, nacido en Roma el 27 de agosto de 1545, lo trajera a la corte madrileña y lo educara como destacado miembro de su familia, en la Universidad de Alcalá de Henares, con su primogénito el trastornado príncipe Carlos y con su más pequeño y casi recién descubierto hermano, Juan de Austria. Los tres compartieron juventud y estudios y tras el muy desdichado fin del heredero, a quien ambos intentaron ayudar en sus problemas y delirios, los dos se mantuvieron unidos a lo largo de las muchas vicisitudes de la época y también compartieron sus más gloriosos momentos. 

La relación de los Farnesio con España no había empezado precisamente bien. El primer duque de Parma, que lo era también de Piacenza, y que murió asesinado, vio como esta ultima ciudad era ocupada por las tropas de Carlos V y su hijo Octavio se alió con los franceses para recuperarla. Pero la boda con Margarita propició el pacto con Felipe II que resolvió la situación y anudó una alianza tan sólida como perdurable. Se devolvió sus territorios a los Farnesio y el joven vástago, acompañado de la madre, se unió a la Corte española y tras pasar por Flandes y formar parte del cortejo que acompañó al rey a Inglaterra a su boda y no muy larga convivencia con María Tudor, regresaron ya en 1559 a España. Su madre Margarita fue entonces nombrada gobernadora de los Países Bajos y Alejandro fue enviado a Alcalá de Henares. Fue entonces cuando conoció a Juan de Austria, con trece años, ambos casi de la misma edad, con quien congenió de inmediato. 

 En Alcalá demostró ser de aguda inteligencia pero que, aún más que de los estudios, gustaba del ejercicio físico, la caza, la equitación y el adiestramiento con las armas. Allí permanecieron los tres, Carlos, Juan y Alejandro hasta que tras el accidente y el deterioro mental del heredero y su delirante y agresivo comportamiento -en ocasiones también atacó a alguno de ellos- se decidió en 1562 hacerlos retornar a Madrid. Don Carlos no tardaría mucho en fallecer.

 A Farnesio comenzaron a prepararle la boda, y aunque sus padres hubieran deseado una italiana, Felipe escogió una portuguesa, una nieta del rey don Manuel, la jovencísima doña María, con quien se casó en Bruselas en el año 1565, marchó a vivir a Parma al año siguiente y con la que en once años de matrimonio tuvo tres hijos. Ella era muy piadosa y dedicada a obras caritativas. Alejandro suspiraba por la acción y mientras tanto se dedicaba a los caballos, la caza y a galantear a toda dama que le gustara y en cuyo desempeño demostró también grandes habilidades. 

El mandato de su madre en los Países Bajos llegó a su fin en 1567 tras la llegada allí del duque de Alba y aceptar su hermano Felipe su relevo por este, pudo reunirse con su marido y su hijo en Parma. Pero Alejandro no estaba para nada por la labor de una vida hogareña y palaciega y esperaba con ansiedad el poderse volver a juntar con su amigo y tío Juan de Austria y emprender juntos las hazañas militares que desde Alcalá de Henares habían soñado y que este ya había comenzado con su brillante campaña en las Alpujarras contra la rebelión morisca. 

 Los turcos iban a ser quienes los unieran. Al constituirse la Santa Liga contra ellos auspiciada por el Vaticano, Venecia y España con don Juan como Capitán General vio llegada su oportunidad. Escribió al Rey Felipe pidiéndole que le permitiera alistarse a sus órdenes y con alborozo recibió su venia partiendo de inmediato a unirse a sus tropas. 

 La reunión entre los dos amigos, tío y sobrino, se produjo en Génova en julio de 1571 y don Juan, sabedor de sus cualidades y dejando al lado su inexperiencia, le dio entrada en su consejo de guerra y el mando de tres galeras genovesas que se habían unido a la flota.

 Juan de Austria salió de Lepanto convertido en el gran héroe de la Cristiandad y en el hombre más admirado de Europa. Farnesio también demostró su valor en la «más alta ocasión que vieron los siglos» pues se lanzó temerariamente al abordaje de una galera turca que era la que llevaba nada menos que la soldada para pagar a marineros y jenízaros obteniendo así un enorme botín. 

 No fue aún todavía cuando se le empezó a reconocer con el que luego sería su apodo, el Rayo de la Guerra, pero ya empezó a hacer méritos para irlo teniendo. En el fracasado asedio a Navarino al año siguiente, solo su astucia salvó a las tropas cristianas desembarcadas de la emboscada turca. Después de ello y al abandonar Juan de Austria Italia para dirigirse al norte de África a la conquista de Túnez y disuelta la Liga Santa, Alejandro volvió a Parma y sus caminos volvieron a separarse. Flandes volvería a juntarlos.

 Allí, la situación había empeorado mucho tras el mandato del Duque de Alba y luego la muerte de su sucesor, el más conciliador Luis de Requessens. Tanto que Felipe II designó como gobernador a Juan de Austria que se encontró a su llegada con tropas amotinadas, que habían protagonizado el saqueo de Amberes, con casi todo el territorio perdido y viéndose obligado a firmar un acuerdo por el que los Tercios saldrían hacia Italia. El Austria lo aceptó a regañadientes y lo rompió en cuanto vio posibilidades. Y no solo hizo eso, sino que llamó a Farnesio, para lo cual hubo de solicitar la venia consiguiente al rey, que accedió a ello y Alejandro, recién fallecida su esposa María, partió presuroso hacia Flandes. El 17 de diciembre de aquel año de 1577 ya estaba en Luxemburgo a las órdenes de su amigo quien le ofreció mandar la caballería, pero el rehusó para no hacerse enemigos de llegada, y se limitó a permanecer a su lado. Juntos convencieron al rey Felipe que autorizara el regreso de los tercios y conseguido su empeño, con 18.000 infantes y 2.000 de a caballo se lanzaron al ataque. 

 Sorprendieron a los confiados rebeldes valones y obtuvieron un resonante triunfo en Gembloux, el 31 de enero de 1578, donde Farnesio se percató de la debilidad posicional del enemigo y ello permitió una fácil victoria pues al retirarse la caballería enemiga precipitadamente ello condenó a su infantería que fue literalmente aplastada. Pudieron entonces ambos haber marchado triunfante y tomado la propia Bruselas, pero el destino se lo impidió. Las suspicacias de Felipe II por la conspiración de Antonio Pérez, la muerte del secretario de don Juan, Escobedo se concretaron en falta de medios humanos y económicos y el avance quedó frustrado. Don Juan además, se consumía. Su amigo había ido a los Países Bajos para verlo triunfar por vez última y luego morir en su brazos. En octubre de aquel año, aquejado de tifus y de prácticas médicas desastrosas, falleció a la edad de 33 años.

 Pero antes de expirar, don Juan de Austria, había nombrado su sucesor y puesto al mando de las tropas a su amigo Farnesio y esa fue su postrera petición a su hermano Felipe: que validara tal nombramiento. Y el Rey apenado por la muerte de su hermano y quizás con no poca mala conciencia por sus sospechas, consintió en ello.

Un apodo bien ganado

Fue sin duda una de sus mejores decisiones. Aunque puso una condición, que su madre fuera a su lado. Algo que molestó a ambos. A Margarita ya vieja, cansada y con malos recuerdos de su anterior estancia, y a Alejandro, por la tutela. Tras alguna desagradable discusión, habiéndose llevado antes maravillosamente, ella consiguió que su hermano Felipe la dejara regresar a Parma y con ello se restableció la armonía familiar y Alejandro tuvo las manos libres para actuar. Lo hizo con prudencia, contundencia y eficacia. Entonces, en la flor de su vida, en la mitad de la treintena, afloró en toda su dimensión el Rayo de la Guerra, su apodo. El gran militar, admirado por sus soldados, temido por sus enemigos, tan audaz en ocasiones como prudente cuando convenía, hábil con sus movimientos de tropas y también con sus fintas diplomáticas. Tan duro, austero y resistente a las penalidades en la campaña como capaz de resplandecer con la magnificencia de un príncipe de estirpe real, que al cabo era. Sus armaduras fueron la admiración tanto de su época como lo siguen siendo ahora.

 A la muerte de Juan de Austria, y tras su última victoria, las tropas hispanas habían conquistado, además de la provincia de Namur, el Limburgo y mantenían el ducado de Luxemburgo. Farnesio necesitaba una conquista y un primer gran éxito, pero le hacían falta tropas y consiguió que Felipe II se las enviara. Al cabo podía contar con cerca de 30.000 infantes y unos 8000 caballos. 

El rey le autorizó también a negociar con los rebeldes con la base del acatamiento a la corona española y el mantenimiento del catolicismo. 

El que las flotas de Indias trajeran abundantes remesas de plata durante aquellos años también ayudó lo suyo. Y como postre la división de los enemigos entre los fanáticos calvinistas y los más moderados disidentes del sur. Farnesio se percató y lo uso para sus intereses buscando aproximación a los valones y logró firmar un importante tratado, el de Arras en 1579, por el cual las provincias de Artois, Hainaul y la Flandes valona, aceptaban la soberanía hispana y el catolicismo a cambio de retirada de tropas y dejar los cargos civiles en sus manos.

Pero ello sin un triunfo militar y con Guillermo de Orange enfrente no tenía valor alguno. Y Farnesio lo logró en Maastrich, plaza de enorme importancia, que logró conquistar y tras serle aceptado por los valones la estancia de los Tercios españoles se lanzó a la recuperación del territorio con un ejército de más de 50.000 hombres, que se movió como una máquina perfectamente engrasada bajo su eficaz mando. Brujas y Gante primero, después Bruselas, 1585 y finalmente Amberes, la gran ciudad comercial, volvieron a manos de la Corona española. Fue la toma de esta última la que le confirió un enorme prestigio y que pasó a los anales militares como ejemplo de asedio de una plaza, tan difícil de cercar, por sus múltiples salidas, por tierra y por agua, y a la que consiguió rendir con su estrategia. Por ello, amén de por sus anteriores logros, Felipe II, exultante le concedió la más valiosa condecoración, el Toisón de Oro.

Bélgica en sus manos

La totalidad de lo que es ahora Bélgica estaba ya en su manos y los rebeldes del norte desmoralizados. Fue cuando la reina Isabel de Inglaterra pactó con ellos y Felipe II pensó que era ella el enemigo que había que combatir primero, por lo que ordenó a Farnesio que dejara de avanzar hacia el norte y participara en la magna empresa de invadir Inglaterra. 

Se comenzó a preparar y diseñar el plan de la Gran Armada en la que los Tercios de Farnesio eran la fuerza esencial que había que embarcar en ella y desembarcar luego en las islas. Y ciertamente si se hubiera conseguido el embarcarlos y trasladarlos hasta la costa inglesa el asalto hubiera podido tener éxito. 

Pero como es bien sabido, fue aquella la parte en que el plan fracasó. Muerto Álvaro de Bazán antes de salir la Armada no fue precisamente un gran marino ni un avezado militar quien estuvo al frente sino un indeciso que no supo aprovechar la oportunidad de acabar con la flota inglesa cuando pudo y luego debido a los contratiempos climáticos y los ataques holandeses y británicos no pudo acercarse a las costas y subir a bordo los temibles Tercios. Allí fue en realidad donde todo el plan se vino abajo. A la Gran Armada solo le quedó el volver a casa.

 La suerte de Farnesio, sin torcerse del todo, comenzó a declinar aquel día. Su enemigo Guillermo de Orange, murió asesinado por instigación española y con su disgusto, siendo sustituido por Guillermo de Nassau el joven príncipe, capaz para el combate y la diplomacia. En Francia el asesinado había sido el rey Enrique III y sin hijos, había dejado como heredero al príncipe de Bearn y rey de Navarra, Enrique de Borbón, que era hugonote. Y un gran soldado también que derrotó a la Liga Católica que se oponía a aceptarlo como rey y puso sitio a París. Felipe II hizo a Farnesio abandonar los Países Bajos y acudir en su ayuda. 

El militar sabía que suponía entregar al enemigo parte de lo recuperado pero cumplió las ordenes recibidas y consiguió desbloquear la capital francesa con una hábil maniobra, uniendo sus tropas a la Liga católica, y entrando en ella.

Pero su corazón estaba en Flandes y quiso regresar cuanto antes, molestando con su decisión a Felipe II. Esta pugna de obligarle a combatir en Francia y hacerle abandonar los Países Bajos donde los Nassau aprovechaban para retomar gran parte de lo perdido amargó sus últimos tiempos. Cuando había conseguido restablecer en parte la situación fue de nuevo obligado a volver a territorio francés a enfrentarse con Enrique de Borbón. En una de las batallas libradas, el sitio de Caudebec, un tiro de arcabuz le alcanzó en un brazo pero aún siguió intentando desbloquear por completo la ciudad de Ruán. 

Un hombre leal

Muy debilitado por la herida regresó a Flandes para recuperarse. Lo hizo en las ya entonces famosas aguas termales de Spa y sabedor de que el rey Felipe II, descontento con él, pensaba sustituirlo en la gobernación de los Países Bajos, decidió dar una última prueba de lealtad y pundonor y decidió volver a emprender la campaña contra el rey francés. Partió de Bruselas de nuevo hacia el combate pero al llegar a Arras las fuerzas le abandonaron y se retiró a una cercana abadía. Allí según parece que víctima de aquel postrer esfuerzo y de la enfermedad que padecía, hidropesía, falleció el 2 de diciembre de 1592 a los 47 años. Un genio de la guerra, un hombre leal y el mejor amigo de don Juan de Austria.

Su estirpe desde entonces ha dado nombres gloriosos, tanto en varones como en hembras, para la Historia de España y de Italia. Entre sus descendientes están incluso algunos ilustres nombres españoles actuales como el del duque de Calabria y Noto, don Pedro de Borbón dos Sicilias, primo de nuestro Rey Felipe VI, quien en la boda de su hijo, tuvo como mejor regalo para el novio el retrato del Rayo de la Guerra pintado por Augusto Ferrer Dalmau. 

Su figura ha sido estudiada y documentada en los últimos años por Luis de Carlos, que ha dado a luz a una espléndida biografía titulada Alexander.