La dimisión de Antonio de la Torre como entrenador del Almagro es la crónica de una marcha anunciada. Después de expresar públicamente su desacuerdo con la directiva encajera por diversos motivos y en varias ocasiones, la cuerda se rompía en la noche de este jueves, cuando el técnico valdepeñero comunicaba al club su intención de cesar en sus funciones, y así lo confirmaba instantes después la entidad. 

La gota que colmó el vaso, según el argumentario de Torreca, fue el verse desamparado en el pasado partido contra el Pedroñeras cuando un grupo de aficionados le increparon delante de varios directivos, entre ellos el presidente, Antonio Ruiz, sin que éste intermediara; a lo que se sumó que el club tomó una nueva decisión deportiva a sus espaldas. El martes pedía explicaciones amenazando con su dimisión, y el jueves esas explicaciones no llegaban, consumando su advertencia. «Aquí ya no pintaba nada. Dimití porque quería seguir sintiéndome entrenador y por el bien de mi salud, aunque me doliera en el bolsillo. Yo no soy un pelele de nadie», afirma.

Torreca, que se arrepiente de no haberse marchado antes, afea a la directiva encajera («no a todos, sino a dos o tres, que son los culpables») el haberse metido una y otra vez en su parcela fichando jugadores sin contar con él, decidiendo la baja de algunos, intentando modificar sus planes de entrenamientos y presionándole para alinear a ciertos jugadores en los partidos atendiendo a razones extradeportivas, según denuncia. Además, considera que el club tenía «mal atendidos» a sus futbolistas, a los que él asegura tuvo que comprar un segundo juego de sudaderas para los entrenamientos, o «pagarles comida de mi bolsillo», dejado la plantilla muy justa de efectivos para lo que resta de curso.

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