Elisabeth Porrero

Elisabeth Porrero


Siempre es cuestión de fe

07/12/2022

Hay imágenes que nos impactan cuando las vemos y seguimos evocándolas mucho tiempo después, reviviendo ese sentimiento que nos despertaron o volviendo a reflexionar sobre aquello que supusieron en nosotros.

Hará unos catorce años que hice un viaje a la enigmática Jordania. Es sabido que su belleza atrapa a cualquier persona que visita este país. Una tarde tuvimos la ocasión de visitar el desierto del Wadi Rum e hicimos una excursión en jeep por la bellísima soledad de su paisaje. Era la primera vez que yo tenía la ocasión de conocer un desierto y, aunque todo lo que veía suscitaba mi atención, hubo algo que me impactó especialmente. 

Minutos antes del ocaso aquel hombre, con una chilaba blanca y un turbante del mismo color, se inclinaba sobre la arena, sobre aquel infinito de soledad y tierra, para rezar. Estábamos algo lejos pero confieso que me quedé mirándole, abstraída, varios minutos. 

El Dios de este hombre no estaba representado en ninguna imagen dentro de una iglesia, en ningún cuadro ni en ninguna canción que entonara un coro en una capilla. 

El Dios de este hombre habitaba entre las nubes y los claros de ese cielo jordano de cualquier tarde de abril, se hacía presente en la arena o en los átomos de un aire puro, de un lugar alejado de pueblos o ciudades. 

Pensé, puede que erróneamente, que aquella escena que contemplaba era una verdadera manifestación de fe. Apenas había nadie contemplándole, no pasó a ningún edificio para hacerlo, tan solo escuchó su voz interior que necesitaba dirigirse a ese Ser superior que se manifestaba para él, allí, delante de tanta belleza desnuda. Y, sin necesitar ningún sitio especial para hacerlo, en el suelo de ese desierto, entonó sus rezos.

Estos días, previos a la Navidad, ha vuelto este hombre a mi mente. No cabe duda de que esta época del año se ha ido rodeando de muchos más significados que el religioso, que es el principal que debía tener. 

Desde luego que estas fiestas, que cada vez empiezan antes, suponen un gran y necesario impulso económico y que las calles se engalanan de preciosas luces, que alegran muchísimo las  tardes y noches de invierno. 

Además, es importante ese acercamiento que se produce con familiares y amistades que hace mucho que no se ven. Aunque ya se sabe que, a veces, estas comidas o cenas ocasionales pueden ser poco agradables  e incluso se hacen muchas bromas sobre ello.

Sin embargo, pese a estas notas festivas, no debería perderse el sentido de la Navidad tanto para las personas más religiosas como la búsqueda de la espiritualidad y la introspección interior a la que invita también para las menos religiosas. Por eso hay que intentar instalar esa alegría de las calles a nuestras almas.