Alfonso José Ramírez

Alfonso José Ramírez

Eudaimonía


Sexualidad sin humanidad

26/05/2022

Desde hace años nos veníamos horrorizando como sociedad con las noticias de violaciones sexuales, las cuales venían marcadas tradicionalmente por un perfil común al tratarse de un violador, con características de persona perturbada mentalmente, sin embargo, en los últimos casos más recientes -aunque desde hace algunos años-, se da la coincidencia de que aumenta el tipo de violaciones grupales, generalmente con perfil de jóvenes, y/o menores que abusan grupalmente de otra menor.
Evidentemente, estos actos despiertan la mayor repugnancia y repulsa individual y colectiva, pues son formas violentas de agredir y abusar de otra persona, atentando contra su libertad e intimidad, por lo que la agresión embrutece y envilece al máximo al que la realiza y degrada igualmente a quien la padece.
Estos hechos despiertan una inmensa decepción ante la sociedad que estamos construyendo los adultos, pues el hecho de que estos fenómenos proliferen en una sociedad que llamamos civilizada y entre los menores, nos lanza el interrogante acerca de las tendencias y corrientes que hemos activado para que ciertos menores actúen bárbaramente: ¿tendrá alguna influencia en las generaciones más jóvenes la educación transmitida, las pautas permitidas o consentidas en torno a la sexualidad?
A colación de la introducción precedente, quiero reflexionar sobre la vivencia contemporánea de la sexualidad, la cual se ve alejada del carácter personal que la puede devolver a su ser propio. La sexualidad es una fuente de encuentro interpersonal, de intercambio amoroso, de vivencia gratificante, de momento trascendente de apertura a la vida, que permite a su vez construir relaciones basadas en valores como la fidelidad, el compromiso… es una dimensión humana personalizadora, que constituye una fuente de valores y de construcción personal, con y para los demás; nos despierta a la dimensión del tú, de la reciprocidad, y del nosotros, cuando el encuentro sexual se convierte en familia.
Sin embargo, en el polo opuesto, son diversos los autores de relevancia actual, los que hacen una descripción de la vivencia presente en la sociedad de la sexualidad, tales como Byung-Chul Han en su obra La agonía del Eros o Eva Illouz en El fin del amor, los que advierten la desaparición del amor en el ámbito de las relaciones sexuales.
La sexualidad se ha mercantilizado, por un lado, desde que el capitalismo la ha desvinculado de su raíz personal y la ha convertido en objeto de la industria del cine, al reducirla a consumo pornográfico. La persona se desvincula en este contexto de su vínculo con el otro y, consume adictamente -en muchos casos- sexualidad como objeto o cosa; el resultado de esta práctica equivale a persona reducida a cosa. 
Por otro lado, se inocula en nombre de la educación una cierta orientación sexual basada en la liberalidad completa, transmitiendo la idea de que con la sexualidad todo vale, todo se puede explorar; desde la más tierna infancia se indica que la sexualidad ha de ser explorada sin límite. No se transmite la idea de la necesidad de un desarrollo integral de la persona, pues el desarrollo biológico-sexual ha de ser correlativo al desarrollo intelectual, emotivo, actitudinal, etc. Si la persona es un todo, la dimensión sexual es una faceta más de la persona que el sujeto ha de integrar en su proyecto vital desde la consciencia y, por tanto, desde la inteligencia y responsabilidad para consigo mismo y para con los demás. Para una determinada orientación sexual se inocula que es conveniente introducirse en el mundo de la sexualidad a temprana edad como si ésta fuera un juego por descubrir y, que es necesario explorar.
En línea con estas pautas señaladas, la vivencia de la sexualidad es reducida también únicamente al hedonismo o búsqueda de placer sin límite. El objetivo de la sexualidad es satisfacer individualistamente las necesidades biológicas; el todo se supedita a la parte, la visión del conjunto es reducida a una de sus dimensiones: el placer propio. Late en el trasfondo de esta actitud el narcisismo individualista, que corta lazos sociales en aras de satisfacer el ego.
En este contexto de mercantilización, de cosificación, de narcisismo e individualismo no queda espacio para el otro, se anula un posible proyecto conjunto de construcción de relaciones humanas estables y permanentes. En el peor de los extremos, cuando el otro es nada y queda anulado ante el culto al ego y, cuando por ritmo biológico aún no se ha desarrollado madurativamente las capacidades intelectuales y relacionales propias, el sexo es un arma de destrucción masiva: violaciones grupales.
Nos queda la lección por aprender que el ejercicio de la sexualidad ha de ir acompañado de un desarrollo madurativo suficiente, progresivo y en equilibrio y armonía con el resto de capacidades humanas. La sexualidad no es un apartado desvinculado del resto de la persona con el que se puede hacer lo que venga en gana al individuo, no es un objeto de consumo más, o una herramienta para buscar placer a la carta, si no una dimensión para construir proyectos humanos con y desde los otros. La edad y el proceso madurativo son importantes y la orientación educativa también.