Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Juan Carlos I debe dejar de ser noticia

17/05/2022

Si alguien quería dar la sensación de que se recupera la normalidad institucional, perdida hace dos años, con un regreso fugaz del llamado rey emérito a España, desde luego se equivoca. El cúmulo de desaciertos en comunicación, iniciado en marzo de 2020, con un comunicado que establecía la ruptura entre el padre y su hijo, Felipe VI, y agravado con la salida en agosto de Juan Carlos I a Abu Dabi, se ha completado ahora. Es más, quizá los desaciertos hasta se intensifiquen con la extrañísima manera de informar de que quien reinó en España durante casi cuarenta años volvería este próximo fin de semana. Pero solo eso: el fin de semana, con un encuentro 'de médico' con su hijo y para participar en una regata en Sanxenxo, preparada por el más fiel de los amigos de don Juan Carlos, el navegante Pedro Campos. Y después ¿el retorno definitivo a los emiratos, a eso que algunos llaman, aunque no lo sea, aunque sea voluntario, 'exilio'?

El Rey viajó a Abu Dabi este domingo para trasladar personalmente sus condolencias al presidente de los Emiratos, Mohamed bin Zayed, por el fallecimiento del hermanastro de este. De entrada, nos avisaron de que, por motivos protocolarios (¿?), Don Felipe no podría ver a su padre, aunque La Zarzuela dejó saber que había mantenido una conversación telefónica con él "y han quedado en verse en Madrid cuando Don Juan Carlos venga a España". Curiosa forma de anunciar, sin dar más detalles -luego se fue filtrando periodísticamente la fecha del 21 de mayo, que tampoco parece ser aún definitiva ni oficial-, una inminente venida del 'emérito' al país en el que tantos años ejerció como jefe del Estado.

Además, está ese absurdo debate, azuzado desde ambas partes, acerca de si, en su caso, el 'emérito' podría o no dormir en el palacio de La Zarzuela. Incomprensible discusión, rematada con lo de la 'conversación telefónica'. La mala relación entre padre e hijo, agravada por el temor a que las informaciones sobre actividades irregulares de Don Juan Carlos acabasen salpicando al hijo, ha llevado a un distanciamiento que va más allá de lo familiar: la enorme anomalía, tan mal resuelta desde ámbitos de La Zarzuela, afecta al final a la vida política española. Creo sinceramente que La Moncloa ha tenido poco que ver con este 'affaire' que trasciende lo palaciego y que afecta a la esencia de la Monarquía, hoy tan bien encarnada por la figura patentemente honrada y eficaz de Felipe VI. La cuestión también alcanza a la presidencia del Gobierno y a los planes conjuntos de PSOE y PP para reforzar el papel de la Corona y hacer la institución más transparente.

No puede ser que la Jefatura del Estado se vea lastrada por los dimes y diretes en torno a las idas y venidas de quien, con sus luces y también con sombras evidentes, reinó durante cuatro décadas desde la reinstauración de la democracia tras la muerte de Franco. Ni puede cundir la sensación de que rencillas que deberían afectar exclusivamente a lo familiar acaben extendiéndose a la política nacional.

Creo que un retorno (definitivo y sin pretextos extraños, entre los que cuento la famosa regata gallega) del 'emérito' a su país, España, y su instalación allá donde él elija, incluyendo el complejo de La Zarzuela, sería positivo para normalizar lo que desde el primer momento no fue normal. Don Juan Carlos, incluyendo el contencioso con la aventurera Corinna, no debe seguir dando titulares a sectores que quisieran debilitar la actual forma del Estado. Ha conseguido, de una u otra forma, quedar libre de casi todas las persecuciones fiscales y, dicen, es libre de ir y venir cuando le plazca.

Puede que así sea legalmente, en efecto. Pero creo que los deberes para con su patria de quien fue el primer español van más allá de eso: Juan Carlos I tiene que dejar de ser noticia. Al menos, noticia que lleve aparejada la extrañeza que todas estas maniobras artificiosas puedan provocan: regrese en buena hora y sea bien acogido por todos e instálese en el silencio al que él y la institución a la que representó tienen ya derecho.