Diego Murillo

CARTA DEL DIRECTOR

Diego Murillo


Segundas y terceras oportunidades

02/05/2022

La situación económica se tuerce al tiempo que la guerra en Ucrania no mengua. Aliviados por las medidas 'paliativas' a la subida de las materias primas y los combustibles, al Gobierno le queda poco o ningún margen para poder amortiguar una nueva recesión que, de momento, no se encuentra en los escenarios de los expertos pese a las últimas cifras del primer trimestre del año: la inflación sigue disparada y el desempleo recupera la estacionalidad de antes de la pandemia, lo que quiere decir, que la recuperación postcovid ha sido más corta de lo previsto. Ciudad Real, igual que el resto del país, sufre las consecuencias de la inestabilidad mundial y la interna, marcada por la polarización política y el avance preocupante de la extrema derecha que parece asaltar el poder en compañía del Partido Popular.  
La industria de la provincia, que se antoja insuficiente para un desarrollo más completo del mercado laboral, es la que más ha sufrido los avatares de los conflictos bélicos. La agricultura mantiene de alguna manera su velocidad de crucero, los servicios se reactivan, pero las factorías, aquejadas por la falta de suministros y en especial por el galopante incremento de los precios, retroceden en sus objetivos. Se suele alabar y mimar como en ninguna otra provincia, los intereses de los sectores más pujantes en el PIB provincial, es decir, el primario; también es cierto que existe una industria auxiliar en torno al sector vitivinícola pero insuficiente para que la provincia goce de mejor salud laboral. Pero la realidad es que la tasa del paro, en torno al 18 por ciento -y eso que es la más baja de los últimos años- condiciona el crecimiento de la provincia y las consecuencias de las sucesivas crisis económicas, sanitarias y ahora globales. En este tipo de depresiones, los más afectados suelen ser los que menos recursos tienen, a los que menos caso se le hacen, los que menos influencia atesoran y a los que menos oportunidades se les da. El compromiso con los más débiles se viste de ayudas directas o de subvenciones pero no existe un acompañamiento real para equipararles a la media de la sociedad, o a la media de una comunidad autónoma o de un país. Por mucho que argumenten los movimientos independentistas de sentimientos culturales o identitarios; por mucho que Le Pen reivindique una nación fuerte y única frente a lazos de solidaridad con los inmigrantes o proyectos de cooperación europeos, todo tiene un trasfondo económico, de protección para mantener un estatus difícil de cambiar. 
Ahora que el cielo se vuelve a nublar, habrá que desempolvar viejas reivindicaciones y ejecutar proyectos para recibir el mayor número de fondos, de aquellos que se nos vendió tan solo hace un año-los Next Generation-, y de los que no se ha vuelto a hablar como tabla de salvación para enmendar todos los males en la postpandemia. Ni las grandes empresas saben cómo pescar entre tanta burocracia ni las pequeñas, enfrascadas en sacar el cuello por encima del agua, se atreven a cumplir con los diíficiles requisitos. Porque sino se volverá a perder una nueva oportunidad en un escenario donde se le aprieta al tejido productivo más subidas salariales casi al mismo nivel que los precios desbocados. Ya se sabe que sorber y soplar a la misma vez es imposible.