José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Ríos fronterizos

14/12/2021

No se entenderá nunca la historia del ser humano sin su pertenencia al paisaje, a una geografía que le ha marcado siempre, y cuyo discurrir ha sido en todo momento un enfrentamiento, un diálogo mortal o una sinuosa suerte de adaptación y aprovechamiento. Ahí tenemos la toponimia, auténtica enciclopedia viva de cómo historia y geografía se entrelazan a veces de una forma inexplicable, entrecruzamiento ancestral que relata lo que fuimos y seguramente lo que somos.

Convertidos por Heráclito en metáfora de lo que nunca vuelve a producirse, los ríos siempre me han provocado una personal fascinación o acaso una extraña suerte de misterio. A ellos ha recurrido el hombre para explicar muchas veces lo inexplicable. El cine, la literatura, la cultura, la política no han dejado jamás de bañarse en la corriente de sus aguas, líricas unas veces, enfrentadas, turbias o egoístas otras, sedientos siempre.

Cuando el mundo se enloquece hoy sin saber si levanta o refuerza fronteras, si la xenofobia de los nacionalismos pasa por encima de la razón y el entendimiento, los pasos me han ido llevando a los ríos que limitan. A los ríos que las naciones, las regiones, los ejércitos han acordado o han disputado hasta hacerlos fronteras. Los ríos han dado nombre a batallas, a civilizaciones y a límites naturales, como lo han hecho cumbres montañosas, mares y lagos.

A Castilla-La Mancha lo separa de Valencia la corriente verde y transparente del Cabriel, rauda hacia el Júcar, y encajonada en hoces que un día desafiaron y ganaron, si recuerdan, al trazado de una autovía. A nuestro Guadiana, escondidizo e intermitente, estancado y reseco, del que nunca han querido saber nada las poblaciones próximas, le he visto hermosearse fronterizo en Badajoz, en la raya portuguesa de una Olivenza que fue lusa y luego española, y sobre todo convertido en un mar desde la altura de Castelo de Monsaraz, para entregarse luego en Ayamonte, que cruzamos sin parar. Como cruzamos sin darnos cuenta el Bidasoa, entre Irún y Hendaya, donde la Isla de los Faisanes, islote de 215 metros y 38 de ancho en medio del cauce, la administran por temporadas España y Francia. O como hemos recorrido los zamoranos Arribes del Duero, vertiginosos, sobre la línea divisoria de dos países vecinos pero no sé si muy próximos. O traspasado el Miño gallego, porque no encontramos mejor manera de marcar lindes.

Fronteras de agua que matan buscando el Edén imposible, como la de Río Grande o Río Bravo, según denominación estadounidense o mexicana respectivamente, donde solo los seres vivos de sus fondos y riberas desconocen de dónde son y a dónde se dirigen.