«El cambio climático no creo que influya en la Antártida»

D. A. F.
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El científico, explorador y escritor Javier Cacho imparte mañana una conferencia en la Biblioteca Pública del Estado en Ciudad Real

«El cambio climático no creo que influya en la Antártida» - Foto: LT

Javier Cacho es uno de los rostros de la divulgación científica sobre la Antártida en España, su primer viaje al continente helado tuvo lugar en 1986, como miembro de una expedición científica que dio lugar a un primer libro publicado tres años después. Mañana estará en la Biblioteca Pública del Estado en Ciudad Real, a partir de las 19.00 horas, para impartir una conferencia de la mano de la Casa de la Ciencia y la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología.

Viene a Ciudad Real con la conferencia 'La Antártida, de la barbarie a la esperanza'. Después de 200 años de exploración del continente, ¿cuándo comenzó esa barbarie?

Desde el primer momento en que se descubrió la Antártida. La persona que la descubrió, cuando volvió, hizo unos comentarios diciendo que las playas estaban adoquinadas de guineas de oro. Quería decir que estaban llenas de focas y leones marinos, que ya escaseaban en el Ártico y la Tierra de Fuego. Los foqueros se dirigieron allí y en cuatro años esquilmaron cientos de miles de focas. Cuando escasearon ya no merecía la pena hacer viajes tan largos y peligrosos, la Antártida volvió a dormir el sueño de los justos hasta que a finales del siglo XIX se interesaron por ella los balleneros.

Ha estudiado a los primeros exploradores, ¿algunos llegaron a alertar de esa amenaza?

Sí. Es sorprendentemente un capitán foquero que precisamente iba allí a hacer negocio el que hizo una reflexión diciendo: «No podemos seguir así, no podemos matar a las focas que tienen cachorros, porque lo que vamos a hacer es matar también a los cachorros, vamos a matar a las siguientes generaciones».  

¿Cómo influyeron las ambiciones de distintos países sobre la Antártida?

Bueno, eso fue la Antártida, es un reflejo del resto de la sociedad mundial. A principios del siglo XX todavía era una sociedad de colonias, igual que se repartieron África, la primera mitad del siglo XX en la Antártida, fue una cosa parecida. Esa es la razón de que hubiera una serie de países que tenían reclamaciones sobre el territorio de la Antártida, pero esto era complicado porque se solapaban las reclamaciones de unos y otros. Cuando se organizó el Año Geofísico Internacional, un gran programa de investigación que se desarrolló en la Antártida en el que participaron 11 naciones en los años 56 y 57, surgió la idea de continuar con ese espíritu de colaboración científica. En el año 61 se firma el Tratado Antártico, estamos hablando de un mundo bipolar entre la Unión Soviética y Estados Unidos que parecía que estaban a punto de apretar el botón rojo. En ese año se decide dejar la Antártida sin una frontera, sin presencia militar y si los hay es sólo por una cuestión logística, como un territorio únicamente para hacer investigación y para la paz.

¿El cambio climático puede incentivar nuevas medidas para la Antártida?

Para la Antártida las propuestas están todas establecidas. Los países que forman parte del Tratado Antártico son muy exigentes en la protección medioambiental, en tratar que sus bases y sus investigadores provoquen el mínimo impacto medioambiental. Muchas de las medidas que se toman ahora en los países llevan años realizándose en la Antártida. El cambio climático no creo que influya demasiado en la Antártida porque precisamente, pese a esas masivas liberaciones de hielo, la mayor parte son naturales. El Ártico es distinto. El Ártico y todo el hemisferio Norte y las regiones habitadas, sí van a ser muy influidas por el cambio climático. 

Puede haber un sector de la población en España o en otros países que piense que la Antártida está demasiado lejos. ¿Qué les diría?

Todo lo contrario, la Antártida no está demasiado lejos. Éste es un mundo globalizado en el sentido literal de la palabra. En el año 85 surgió el agujero de ozono en la Antártida. Estaba provocado por los cloroformos que emitíamos en su mayor parte en el hemisferio norte como spray de desodorantes. Fue muy sorprendente para la mentalidad occidental ver que esos gases eran capaces de recorrer 20.000 kilómetros, llegar a la Antártida y crear un problema muy grave.